jueves, 24 de mayo de 2018

Una distinción fundamental


3.- UNA DISTINCIÓN FUNDAMENTAL

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La celebración del Concilio Vaticano II supuso para muchos cristianos un hálito, un soplo de esperanza e ilusión en su ca-minar tras las huellas de Jesús de Nazaret. Propugnó una renovación profunda acudiendo a las fuentes, a los orígenes del movimiento iniciado por Jesús. Apoyados en esta intuición algunos cristianos iniciamos el camino de conocer más a fondo al Jesús histórico, su mensaje y su movimiento. Hoy, de la mano de José María Castillo, en su libro “La humanización de Dios” y de Roger Lenaers, en su libro “Otro cristianismo es posible”, por citar dos ejemplos de este intento de ahondar en los orígenes del cristianismo, (junto con otros como Jon Sobrino, J. I. González Faus, Julio Lois, Juan José Tamayo, Juan A. Estrada, Casiano Floristán, A. Torres Queiruga, Gustavo Gutierrez, Leonardo Boff, José M. Vigil, H. Küng, E. Schüssler Fiorenza, Dolores Aleixandre, M. José Arana, Isabel Gomez Acebo, Ivone Guevara, Mer-cedes Navarro, Carmen Bernabé. Pepa Torres, etc.), hombres y mujeres, militan-tes en comunidades de base hemos reflexionado sobre los principales mojones de la trayectoria iniciada por Jesús y sus seguidores. Los hemos comparado con las principales columnas de lo que ha sido y es la religión católica. Nuestra conclusión fundamental es que se trata de dos realidades radicalmente diferentes, y en algunos aspectos opuestas. Una cosa es el movimiento fundado por Jesús en los años de su vida en Palestina, y otra realidad distinta la religión proclamada por Teodosio I en el s. IV como oficial del Imperio y defendida hoy por la institución eclesiástica católica. Jesús no fundó una religión, sino que comenzó un movimiento laico, al margen de la religión judía.

Todo empezó con Constantino en el s. IV quien mediante el edicto de Milán (313) promulgó la tolerancia del cristianismo, movimiento que había sido duramente perseguido. Pero fue su hijo Teodosio I el Grande quien hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano (edicto de Tesalónica, 380). Desde ese momento la religión cristiana tomó como modelo la estructura imperial. El Papa comenzó a ser un verdadero Emperador de la nueva religión con el boato, lujo y poder imperiales. Los obispos fueron auténticos reyes en su territorio. Los primeros concilios (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia) en los siglos IV y V, convocados por el Emperador, diseñaron las líneas básicas de la religión cristiana, distanciándose del mensaje de Jesús de Nazaret. Esta nueva religión adquirió una estructura piramidal bajo las órdenes del obispo de Roma, quien a imagen del Emperador tenía su palacio, sus territorios y su ejército, y su corte formada por los cardenales. Los obispos regían sus diócesis como señores feudales, encargados de lo sagrado (templos, ritos y objetos), ayudados por los sacerdotes. El Papa, los obispos y los sacerdotes, todos hombres, son los que rigen esta nueva religión, en la que la mujer está totalmente ausente en los órganos de dirección y poder. Esta religión se fortaleció con una legislación, contenida hoy en el Código de Derecho Canónico. Con estos elementos quedaba formada la estructura de la nueva religión cristiana, dedicada sobre todo a administrar lo sagrado. A semejanza del Imperio la nueva religión se convierte en una institución poderosa y rica, bien estructurada a través de sus leyes, preocupada especialmente en extender su dominio en el mundo, conquistando nuevas tierras y aumentando el número de sus adeptos y seguidores. Esta es, a grandes rasgos, la religión que hoy defiende la estructura clerical de la jerarquía de la Iglesia católica.


Convocado por Juan XXIII
 Presidido por Juan XXIII (1962) Pablo VI (1963-1965)
Asistencia: 2450 obispos

Muy distinto fue el movimiento iniciado por Jesús de Nazaret en torno a su persona y a su mensaje sanador y liberador de toda esclavitud y dominación. Jesús no fue una persona consagrada, sino un laico. “Jesús no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo alguno rela-cionado con la religión… no fue un maestro de la Ley…Jesús fue un laico” (J. M. Castillo). Huyó de todo poder, y se preocupó especialmente de las personas marginadas. No fundó ninguna religión. Más bien se enfrentó a la religión judía y a sus instituciones (sinagoga, templo de Jerusalén). Se rodeó de personas, mujeres y hombres, dispuestos a continuar su ca-mino anunciando el mensaje del Reino de Dios. Proclamó las bienaventuranzas, como proyecto del Reino de Dios. Denunció las opresiones e injusticias, haciendo realidad la salvación del Dios Padre y Madre, a través de sus curaciones. Las mujeres tuvieron un lugar preeminente en la vida de Jesús. Por todo esto Jesús fue juzgado por el poder religioso y político de entonces, siendo condenado a muerte. Hoy este movimiento quiere hacerse presente y continuarse en las comunidades cristianas de base, existentes en la Iglesia, distantes en muchos aspectos de la estructura cleri-cal y enfrentadas en ocasiones a los intereses y objetivos de la institución eclesiástica.

Se trata, por lo tanto, de diferenciar claramente estas dos realidades presen-tes en el interior de la Iglesia: la estructura vertical, patriarcal, de la institución clerical, que ha usurpado con exclusividad el nombre de Iglesia; y la organización horizontal de las comunidades populares, hombres y mujeres con idéntica dignidad e importancia, más cercanas al sentido originario de Iglesia. La primera, fiel continuadora de la religión católica declarada oficial del Estado desde el s. IV, alejada del movimiento laico iniciado por Jesús de Nazaret. La segunda, seguidora del grupo formado por Jesús de Nazaret, y distante de las preocupaciones de la institución clerical. Dos realidades distintas y que no deben confundirse.

La religión cristiana actual es deudora claramente de esta religión que constituyó el nexo de unión del Imperio. El Emperador se convirtió en el jefe de esta nueva religión y bajo su dominio estuvieron los obispos y sacerdotes, los hombres consagrados de esta nueva religión. Se acercó al modelo del imperio y se alejó del movimiento de Jesús de Nazaret, iniciado en Galilea y continuado por la Iglesia primitiva de los primeros siglos hasta la llegada de Constantino y sus hijos. La estructura jerárquica hoy tiene el poder y los mecanismos de influencia en la sociedad actual, pero no tiene la legitimidad de ser continuadora de Jesús de Nazaret y su mensaje del Reino de Dios. La religión católica gira en torno a lo sagrado (personas sagradas, lugar sagrado, ritos sagrados). El movimiento de Jesús es laico, se realiza en el mundo, consiguiendo la plena humanidad de las personas, mediante la única ley del amor, a ejemplo de Dios que es Padre-Madre y Amor. (“Adelantándose un poco, cayó en tierra pidiendo que si era posible se alejase de él aquella hora; decía: ¡Abba! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” Mc 14, 36) (“Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios con él” I Jn. 4,16).

Mientras, la religión cristiana ha ido avanzando a través de los siglos fortalecida por la jerarquía de la Iglesia hasta nuestros días. Sigue básicamente los mismos parámetros que al comienzo de su andadura: estructura piramidal en cuyo vértice el obispo de Roma ostenta los tres poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, organizada en torno al Código de Derecho Canónico. Está dirigida únicamente por hombres. Tiene un gran poder como Esta-do Vaticano, disponiendo de infinidad de templos en todo el mundo en los que se realizan celebraciones de gran vistosidad y boato. Su preocupación principal es ser cuidadora y guardiana del depósito de la fe confeccionado a través de los Concilios celebrados en su historia. Ha elaborado una teología basada en los dogmas. Se considera dispensadora de la gracia divina de la que es mediadora a través de los sacramentos.

Por el contrario, el movimiento de Jesús de Nazaret ha sobrevivido a través de los siglos en pequeños grupos, muchos de ellos tratados como heréticos por la religión católica. No tienen poder alguno, ni lo buscan, sino el servicio, a ejemplo de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir (“Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, será servidor vuestro y el que quiera ser primero sea esclavo vuestro. Igual que este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate por to-dos” ( Mt 20,25-28). Viven en pequeñas comunidades igualitarias en dignidad, mujeres y hombres, y horizontales en su funcionamiento. Intentan ser consecuentes con el mensaje de Jesús de Nazaret: anunciar el Reino de Dios a los pobres y marginados de la sociedad (“Por el ca-mino proclamad que ya llega el reinado de Dios, curad enfermos, resucitad muer-tos, limpiad leprosos, echad demonios” Mt 10, 7-8). Tienen como guía las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el  sermón de la montaña (Mt 5, 1-10). Comparten la vida y los bienes haciendo realidad la eucaristía a ejemplo de los prime-ros cristianos (“En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía… entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” Hech. 4, 32 – 35). Llevan a la práctica el único mandamiento de Jesús, el amor al Padre-Madre en el amor a los hermanos más desfavorecidos (“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos importante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mt 22, 37-40). Elaboran una teología basada en la experiencia espiritual de las diversas comunidades, actualizando la Sagrada Escritura y especialmente el evangelio en el momento histórico de la sociedad.

Diferenciar ambas realidades es necesario y esclarecedor para toda aquella persona que en la actualidad busca ser coherente con el mensaje de Jesús de Nazaret en el momento actual. La Iglesia no es una realidad única y exclusiva, sino plural. En su interior viven dos proyectos diferentes. La jerarquía católica no puede apropiarse en exclusiva el nombre de Iglesia, si no quiere conculcar su sentido originario. Iglesia es principalmente la comunidad de los seguidores de Jesús y no los representantes oficiales de la institución eclesiástica. La realidad de Iglesia discurre por otros caminos diferentes de la oficialidad del catolicismo, por más que ésta quiera llamarse la Iglesia. Jesús de Nazaret no reconocería hoy como su movimiento a la Iglesia católica, aunque se proclame continuadora de la primitiva Iglesia.

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