miércoles, 24 de mayo de 2017

DÍAS DE FIESTA



DÍAS DE FIESTA

El baturro y el Juez.

Corrían los años cuarenta del S. XX y Albalate del Arzobispo celebraba un día de fiesta. Es por eso que los amigos y amigas de Manuel Royo Royo, “Manolo el Lerín”, decidieron ofrecer a la gente del pueblo la representación de una obra de teatro. Para ello habían pasado varios días ensayando. Eran tiempos en que se hacía mucho teatro. La vida era muy dura. Habíamos pasado nuestra Guerra Civil con toda la penuria que ello supuso, y se había firmado el final de la II Guerra Mundial. Los generales nazis se rindieron el 9 de mayo de 1945. Solamente faltaba para que el mundo quedara medianamente pacificado que Japón se rindiera. Ello fue debido al horror que causaron las dos bombas atómicas que EEUU lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de Agosto del mismo año.
Pero si la vida era muy dura por la escasez de alimentos, las ganas de sobrevivir eran también muy grandes. Por eso a mal tiempo buena cara. La gente se esforzaba por vivir lo mejor que podía.
El teatro, el cine, el deporte y los toros fueron elementos importantes para vivir medianamente felices. Por otra parte las romerías, procesiones, tambores y bombos ayudaban en su labor terapéutica a los albalatinos.
El Teatro-Cine Dorado se había levantado sobre el antiguo Granero de los Arzobispos cuyo dominio era absoluto en sus tiempos sobre Albalate del Arzobispo. Por eso la cuesta que baja hasta la Replaceta del Voluntario se llamaba la Cuesta del Granero.

Alguien pensó que podría ser interesante que la Señora Josefa, la Guarda, preparase algo con niños de la catequesis para que en el descanso intervinieran algunos chicos. Se eligió un diálogo entre un baturro y un Juez. El tema era un litigio que había por problemas de regadío entre vecinos de la huerta. Por ello el baturro acudía al Juez para que le hiciera justicia.
El juez iba a ser Manuel Bernad, “el Carranza”, que vivía enfrente del teatro. El baturro lo interpretaba Laureano Molina, “el Chato del Cantón Curto”. La señora Josefa se esforzó durante todos los ensayos para que se distinguiera perfectamente entre el lenguaje, la compostura, los modales humildes, toscos pero sinceros, entre el baturro, y la finura, el lenguaje, y la voz suave del Sr. Juez. La educación y la cultura debía diferenciarse entre uno y otro. Pero ello costaba mucho ya que en cuento Manuel oía expresarse a Laureano adoptaba el mismo tono de voz. Josefa se desgañitaba para hacer comprender que la compostura del Juez tenía que ser distinta de la del baturro.

Por ejemplo el baturro decía:
“¿Se pué pasar Siñor Juez?...”
El Juez debía responder:
“¡Sí, hombre si, pasa, pasa!...” Pero lo que decía en el mismo tono de voz que el baturro era: “¡¡Sihombre si, pasa pasa!!”

“Que no, la voz del Juez tiene que ser suave y acogedora”, le increpaba la señora Josefa. El ensayo se repitió muchas veces hasta que ya parecía que estaba superado y apto para la representación.
Llegó el descanso de la sesión de teatro y muchos se salieron a fumar o a tomarse una cerveza. La mayoría permaneció en su butaca. Mientras la tramoya de la función se iba cambiando al otro lado del telón.
Delante del telón y ante los espectadores se había colocado una mesa y una silla. En ella se encontraba sentado el Juez todo vestido de negro, con gafas de leer, y unos cuantos papeles sobre la mesa que estaba repasando. Los espectadores se fueron callando hasta que entreabriendo las cortinas del telón por el centro y apartándolas hacia ambos lados, aparecía el baturro vestido con pantalón largo de pana, la banda, el chaleco y la gorra del tío Francisco. Un gran pañuelo de cuadros azulados colgaba de la banda.
“¿Se pué pasar Siñor Juez?...”
Algunos empezaron a reír.
Pero cuando el Juez se convirtió en un auténtico baturro imitando su tono de voz, entonces la gente empezó a reír con más fuerza y aplaudiendo.
Los del tabaco y las cervezas se asomaron para ver qué estaba ocurriendo.
Lo mismo hacían los actores principales asomándose por ambos extremos del telón.
La señora Josefa, que estaba debajo de nosotros apuntándonos el texto de lo que debíamos decir, lloraba y reía al mismo tiempo.
El diálogo entre el baturro y el juez continuó hasta el final.

Al día siguiente la gente preguntaba a nuestro maestro D. Ricardo Pérez, ¿qué tal esos chicos en la escuela?
El Teatro-cine Dorado.

El quiosco del puente.

Por debajo de la Plaza del Puente y de la carretera atraviesa la acequia llamada “Los Terreros”. Antes de encañonarse en su túnel servía de abrevadero de las caballerías. Al final del túnel se convertía en un hermoso lavadero con su balcón colgante sobre la rivera del río Martín.



Tres fotos del mismo lugar y épocas distintas.

En la foto de la derecha se muestra exactamente el lugar donde se construyó el Quiosco, parte sobre la acequia y parte sobre la plaza. En la tercera foto a la derecha se ve el Quiosco.


El Lavadero

Por estar a orillas del río, y al atardecer en verano, era un lugar muy propicio para celebrar diversas fiestas estivales. La gente tenía necesidad de solazarse para descansar de la recogida de los cereales cuya temporada se hacía interminable por los instrumentos que se empleaban para cosechar: las hoces, las dallas o guadañas, trillos o elementales trilladoras y algunas aventadoras, etc. Pero casi todo se hacía con el esfuerzo personal de las gentes. Mucho calor, mucho polvo, mucho esfuerzo, mucha preocupación por el riesgo de las tormentas era el común denominador de las gentes.

Por eso, celebrar las verbenas de San Juan, San Pedro, La Virgen del Carmen, Santiago y Santa Ana, y la Virgen de Agosto, serían momentos de descanso, disfrute, y de reponer fuerzas. Para final de septiembre, y recogidas las cosechas, las Fiestas Mayores en honor de la Virgen de Arcos, constituían el culmen festivo de las gentes trabajadoras.

Amenizaban las verbenas algunos músicos desde la terraza sobre el quiosco. Los porrones con ponche fresco guardado en cubos de hielo fabricado en La Polar de Albalate, se pasaban de mano en mano y de boca en boca entre los amigos, vecinos o familiares de las distintas mesas alrededor de las cuales se sentaban. El ponche era cerveza con gaseosa o sifón. El vino tinto con sifón era muy apreciado por las gentes del campo acostumbrados como estaban al famoso “trago del segador”. Tragos bien refrescantes, bien espumosos que al caer en la garganta sus burbujas hacían reír todo el cuerpo con satisfacción. Corrían los cestillos con cacahuetes con su cáscara salada que invitaban a la bebida. Desgranar los cacahuetes en rolde al mismo tiempo que se charlaba o cantaba era el colmo de felicidad para aquellas gentes trabajadoras acostumbradas a sufrir el rigor del calor del verano.
Algunos tomaban almejas, berberechos, escabeche, sardinillas, etc. Pero lo más común eran los cacahuetes. No olvidemos que estamos en los años cuarenta y parte de los cincuenta, cuando todavía la economía nacional no había levantado la cabeza. Estábamos en una economía de subsistencia. Nuestra gaseosa “La Samba” de los hermanos Sanz de Albalate era la que más se consumía.

Muchos bailaban o cantaban. Otros se sentaban en la barandilla del puente percibiendo el frescor del río y de las huertas próximas hasta que los cuerpos pedían el descanso en sus casas para que al día siguiente se levantaran con más fuerza para el trabajo cotidiano.  

Al final y con el sobrante de los sifones los críos hacíamos guerra unos contra otros apretando el gatillo de aquellas botellas de cristal y de tape metálico empapándonos con aquel líquido espumoso. A la madrugada se iba haciendo el silencio de los trasnochadores y cada uno se dirigía a sus casas. La Verbena había terminado. “Mañana sería otro día”.

Cine bajo las estrellas.

En la plaza de toros en lo alto del cerro del castillo se habían colocado dos postes de los empleados para el trasporte de la energía eléctrica de la Compañía Rivera-Bernad que tensaban entre ambos la pantalla blanca donde se proyectaban las películas de cine.

En los días de verano, después de cenar, subir a ver el cine bajo las estrellas y al aire libre era una auténtica gozada. Películas del Oeste Americano, mexicanas (especialmente las de Jorge Negrete y las del Coyote), y las de producción española, producían un pasatiempo y relajación extraordinaria.

Los chicos para ir al cine antes teníamos que consultar la calificación de las películas que se hallaba en el atrio de la iglesia. Calificación que venía de Madrid y que el cura debía exponer todos los fines de semana en tablón de anuncios de la parroquia.

Así se clasificaban:

Películas Clasificadas 1:        Autorizadas para todos, incluso niños.
Películas Clasificadas 2:        Autorizadas para jóvenes.
Películas Clasificadas 3:        Autorizadas para mayores.
Películas Clasificadas 3-R:    Para mayores, con reparos.
Películas Clasificadas 4:        Gravemente peligrosas.

Se encauzaba a todos muy paternalmente hacia una seguridad máxima para que no  se perturbara la paz de sus almas.

Los chicos coleccionábamos cromos y todo aquello que podía ser patrimonio personal nuestro. Por eso coleccionábamos los Programas de las películas que se exhibían en el cine. El formato era el de una octavilla y a todo color.

Eran nuestros tesoros.


Estos son algunos ejemplos:


Después de la proyección de la película y para los mayores que quisieran, pagando por supuesto, pasaban a la pista de baile que estaba al lado de la plaza de toros.
La orquesta la dirigía el Maestro Gazulla al piano. Pero como los músicos que tenía se iban jubilando quiso formar algunos chicos para continuar la orquesta.
Un día, y de acuerdo con nuestro maestro D. Ricardo Pérez, se presentó en nuestra clase y nos invitó al que quisiera a estudiar solfeo para ser después músicos de su orquesta. Estudiamos las claves de SOL, FA, y las de DO. Y pasamos a la distribución de los instrumentos musicales, previo informe del médico D. Gregorio Gimeno.

Así quedó el grupo si la memoria no me falla:

Maestro Gazulla:                    PIANO.
José Serón (el Borrajas):       TROMBÓN DE PISTONES.
Miguel Alcaine (el Zurita):   TROMPETA. Después pasó al trombón de pistones.
Salvador Clavero:                   SAXOFÓN.
Enrique Casalod:                     CLARINETE.
Emilio Velilla Sancho:            TROMPETA.
Laureano Molina:          BATERÍA. Abandonó el grupo al ingresar en el Seminario de Alcorisa.
Nicolás Royo Royo, cuñado del Sr. Gazulla, cogió la BATERÍA con mucha maestría y rapidéz.
Manuel Alcaine (el Bochiga): CONTRABAJO. Se accidentó en la mano derecha, se le infectó, y el dedo anular se le quedó atrofiado. Tuvo que desistir del Contrabajo.
No recuerdo si se queda alguien en el olvido.

La música que se tocaba eran pasodobles, tangos, samba, rumba, cha-cha-chá, boleros, valses, algún chotis, y por supuesto alguna jota como la de La Dolores, Etc...
Pinchar aquí para escuchar algunas canciones de los Años 40:
https://www.youtube.com/watch?v=XQSeQOVrkK4

Conchita Piquer,  Lola Flores,  Imperio Argentina, Antonio Molina.
, Juanita Reina, Juanito Valderrama, Estrellita Castro. Miguel de Molina
Jorge Negrete, Sara Montiel, Toña la Negra, Coplas Españolas.

Y aquí:

El primer fin de semana que pasé en el Seminario, primer domingo de octubre de 1951, mis compañeros de solfeo debutaron por primera vez como orquesta. Aquel día fue gratuita la sesión de baile. Recibieron muchos merecidos aplausos.

Toros en la plaza.

El último cohete del encierro había sonado. Todos los toros estaban ya en la plaza. La manada daba vueltas alrededor: seis novillos más el sobrero, tres vaquillas y dos manso o cabestros, hacían un total de doce hermosos ejemplares.
La gente se iba fijando en cada uno de los cornúpetas. Eran analizados y finalmente admirados.
Los mozos comenzaban a citarlos sin alejarse mucho de los burladores. Poco a poco la cosa se iba animando, y cada vez había más gente en el ruedo.
En el centro de la plaza estaban todavía los dos maderos que sustentaban la pantalla donde se proyectaban las películas de cine nocturno, aunque la pantalla estaba recogida en esos momentos. Quedaban los troncos limpios de ramas, rectos y finos como astas de banderas.
La gente poco a poco iba perdiendo el respeto a los animales. Algunos se atrevían a citar a los toros amparándose detrás los postes.
Hubo un momento en que sin pensárselo dos veces el Narciso, cuya casa estaba debajo de la Piedra de Roma, se encaramó al tronco quedándose abrazado a él como un simio.
¿Madre mía qué hace ese mozo? Exclamaba la gente.
Hubo un momento en el que los toros se arremolinaron en el centro de la plaza y en el palo donde estaba subido el Narciso. Al principio todos reían. Los toros permanecían debajo del mozo. Parecía como si se dijeran unos a otros: déjalo que ya caerá cuando esté maduro. Pasaban los minutos y los toros no se movían para nada. Narciso no tenía donde agarrarse. Las fuerzas disminuían. Su cuerpo se deslizaba hacia abajo. Cuando sus pies estaban a punto de tocar los cuernos, toda la plaza exclamaba en un gran grito: ¡Cuidado Narciso! Y así varias veces.
Narciso hacía un esfuerzo y volvía ascender unos palmos. Pero los toros seguían concentrados y mirando hacia las gentes que gritaban. Los minutos se hacían eternos. El mozo no podía más, y los toros no se movían de allí. Quince minutos, media hora…, nadie midió el tiempo, pero éste se hacía inmensamente eterno.
Todos los mozos que permanecían en el ruedo comenzaron a preocuparse seriamente.
Las fuerzas del Narciso eran cada vez menos.
Los mozos se pusieron de acuerdo y comenzaron a citar a los toros desde todas partes.
Por fin la manada se movió dejando el poste libre.
Narciso se dejó caer.
Dos amigos lo cogieron por los brazos y lo llevaron hasta el burladero más próximo.  
Sus piernas habían quedado  agarrotadas.
¡Toda la plaza suspiró aliviada!
Las puertas de los corrales ya habían sido abiertas.
Una vez los toros recogidos y encerrados, mucha gente se echó al ruedo para animar a Narciso y agradecer a todos los mozos por su solidaridad y compañerismo.
El Encierro había terminado.
Mientras la gente se dirigía hacia el centro del pueblo un murmullo impresionante se escuchaba con los más dispares comentarios.
Aquellas fiestas fueron muy recordadas.

 
Alabalate del Arzobispo - Calle Roma, bajo la roca, a pie del castillo.
A la derecha la casa de Narciso.
Zaragoza, 21 de Mayo de 2017.
Laureano Molina Gómez

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