viernes, 1 de julio de 2016

EPÍLOGO

EPÍLOGO
Jaime Sanz Ballester conoció el resultado de la oposición el ocho de julio, siete días antes de las vacaciones veraniegas. La plaza de Zaragoza no fue para él, la consiguió su compañero José Sánchez Martínez que alcanzó veinticinco centésimas más; Jaime se quedó con 38.75 frente a los 39 puntos del ganador. Fue un duro golpe para sus aspiraciones: tuvo que conformarse con la localidad puesta en segundo lugar. Sin embargo, la suerte llamó a su puerta. Unos días antes de tomar posesión recibió la propuesta de ejercer en una escuela de Patronato en la capital aragonesa. Sus nuevos alumnos iban a ser muchachos de doce y trece años que cursaban la llamada Iniciación Profesional, preámbulo para iniciar los estudios de Oficialía Industrial. Veinte años estuvo en esta escuela, situada en un barrio populoso de Zaragoza, impartiendo clase también a alumnos que por la noche acudían a sus aulas. Duro trabajo de diez horas diarias en el que tuvo momentos felices junto a otros menos apetecibles. Con cuarenta y siete años pasó de nuevo a la enseñanza estatal en un Colegio Público en donde permaneció hasta su jubilación. Su esposa, criados los hijos –tuvieron tres- pudo volver al trabajo de enfermera en diferentes Centros de Salud de la capital.
En 1990 volvió a Manchones con toda su familia. Al entrar en la localidad miró emocionado el bloque de casas de los funcionarios: ya no vivía nadie en ellas, y los árboles que ponían una ligera sobra a lo largo de la acera estaban moribundos. El médico pasaba consulta tres días a la semana; las escuelas habían sido clausuradas y los pocos niños que quedaban los trasladaban diariamente a Daroca junto a los de Murero y Orcajo. El pueblo ya no tenía funcionarios, ni sacerdote (el que convivió con él se secularizó, está casado y es profesor de Instituto); el horno ya no cocía pan ni el golpeteo del herrero resonaba en su fragua: únicamente el ladrido de algún perro anunciaba que allí aún quedaba vida.
Jaime Sanz Ballester, ahora profesor de EGB, recordó su primer día en el pueblo y miró a su esposa con sonrisa cómplice. Recordaron los fríos inviernos, la soledad de los días alargados, el parto prematuro en la que ella a punto estuvo de perder la vida, las tardes de domingo, monótonas y grises, jugando al parchís; la mirada esquiva del secretario y su pierna de palo; aquellas fiestas para San Pablo, a finales de enero, cuando en la escuela de párvulos convertida en salón de baile, lucieron sus pasos al ritmo de los sones de una atrevida orquesta, apodada “Iris”, ante la mirada de Franco y José Antonio cuyos cuadros olvidó el alcalde retirar de la pared. También evocaron el sabroso pan y la carne tierna de cordero; las manzanas, tomates y lechugas; la bulla de los chicos a la puerta de la escuela; la vuelta del rebaño de ovejas dirigidas por un burro cabizbajo, de andares lentos, ante los ladridos de un perro pequeño y feúcho que a la niña asustaba, mientras los corderillos esperaban ansiosos a sus madres. ¡Qué estampa inolvidable! Tantas y tantas vivencias.
Por detrás de los corrales subieron a ver el estado de la escuela. Al andar esa senda estrecha que tantas veces habían recorrido, miraron las ventanas de los graneros en donde extendían la fruta cuyo olor envolvía a toda la casa. Llamó a su hija y le dijo:
-Mira ese corral. ¿Lo recuerdas? En él aprendiste a dar los primeros pasos y en él arrancaste las primeras hierbas que luego chupabas y tu madre retiraba inmediatamente.
La hija, licenciada en Filología, preguntó sonriente:
-¿Fue aquí donde me arañó un gato porque le pisé, sin querer, la cola?
Siguieron andando y encontraron el edificio escolar. ¡Sorpresa!: aquello estaba abandonado, el jardín perdido, las ventanas sin cristales, el porche medio hundido y el aula llena de pintadas. Jaime, con el corazón encogido, entró en el aula y contempló la pizarra que todavía quedaba colgada como testigo perdido de unos años que marcaron su vida. Apoyó la mano sobre ella y ante aquel laberinto de grafitis la acarició. Miró a su alrededor y descubrió en imaginarias mesas a sus jóvenes discípulos: al soñador Bienvenido Sierra, que por fin consiguió una beca para estudiar en el Instituto Laboral de Ejea de los Caballeros; a su hermano Marcelino, a Vicente Serrano, hijo del médico que aprobó el ingreso en el bachillerato, y a su hermano Fernandito; a Antonio Valdearcos, que se fue a estudiar a la Institución Virgen del Pilar en Zaragoza; a Jaime Maicas y a su hermano Carlos; a Miguel Ángel Sierra, cuya hermana nos traía el agua a casa; a Pedrito, a Luis, a ... Pensó que muchos ya estarían casados y con hijos, pero él los veía todavía niños, afanados en su trabajo escolar, con la sonrisa ingenua del que espera todo de la vida. Fue entonces cuando su hija lo llamó para inmortalizar la emocionante escena en una fotografía; sus ojos, humedecidos, miraron al suelo.

Aquella misma noche, antes de acostarse, cogió su cuaderno literario y compuso el siguiente soneto:

Pizarra y clarión: la pedagogía
de monótonos cantos e ilusiones
que entre júbilos, llantos y oraciones
fueron adorno de la ciencia mía.
En este lugar, mi primera escuela,
fue donde a niños, y también a adultos,
con amor transmití valores cultos
que en la vida remarcaran su estela.
Al darles mi saber recibí en pago
la alegría del trabajo bien hecho
y el placer de afectos compartidos.
Hoy, pasado el tiempo, he vuelto a ese lago:
al ver tan abandonado su lecho
lloró mi alma los dones recibidos.

Abril de 2009. Jaime Sanz Ballester, setenta recién cumplidos, ya no es Jaime Sanz Ballester. Desde hace siete años pertenece al colectivo “Pensionistas de Clases Pasivas” según le comunicó el Ministerio de Economía y Hacienda del Gobierno español. Tras atravesar el espejo y volver, pasea su vida luciendo en el cuerpo señales arrugadas que le obligan a ser esclavo de la química vivificadora (variadas pastillas multicolores de múltiples tamaños y formas, ponen a prueba su estómago que a veces se rebela). A sus manos, ajadas por el tiempo, le han nacido extrañas alas: armas frágiles de espejos que vuelan buscando la luz dormida. En continuas duermevelas piensa si el baile de sus dedos, en concierto que el sol rasga de amanecida, podrá calmar el dolor que muerde y quitar del fondo de sus ojos la costra lentamente almacenada.
Sentado en el sillón de su despacho contempla el título de Maestro de Primera Enseñanza expedido en 1960 por un Jefe de Estado que se apropió del país para explotarlo a su medida. Lo mira y sonríe, lo vuelve a mirar y llora. Su mente, en película continua, recuerda que la vida es lucha, entrega y amor, esfuerzo y esperanza. Y a la esposa, que a su lado lo contempla, le envía una sonrisa agradecida que ella responde aumentada.
La tarde sigue su curso; el sol, despidiéndose enrojecido, le muestra un hermoso horizonte que sus manos sin querer palpan. El país hace tiempo que goza de democracia. Las izquierdas y derechas se han sucedido en su gobierno. Cada uno puede leer y escribir lo que quiera; el temor a pensar libremente hace tiempo que, afortunadamente, se lo llevó sin hacer ruido la aurora. Sin embargo, Jaime contempla con sorpresa extraña que todavía quedan muchos que no saben valorar la libertad a tan alto precio conquistada; que gran parte de la sociedad, olvidando su historia, vive en una peligrosa burbuja en donde el ser lo ha sustituido por el tener como si el principal objetivo de la vida consistiera en almacenar abalorios. Y la educación, que tuvo su novedoso y esperanzador Libro Blanco, pero olvidó, qué pena, cómo financiar la reforma que prometía, la encuentra muy desorientada. Con un baile de siglas -LODE, LOGSE, LOPEG, LOE – a las que cada partido ha querido ponerle sus reglas, no encuentra el compromiso verdadero que a todos les una. Y el niño, agazapado en una extraña soledad, que él mismo busca, camina algo desconcertado ante un futuro incierto en donde tiene muchos derechos y posibilidades pero pocas exigencias: cada vez su esfuerzo es menor porque ve que muchos lo infantilizan mientras los padres, profesores y políticos, raramente caminan a la par.
A lo lejos, perdido en la sombra, Jaime vislumbra un paraíso perdido que aguarda impaciente a que alguien lo descubra. La Escuela ideal podrá ser una utopía, pero intentar alcanzarla merece el esfuerzo de todos. La sociedad le exige que no se limite únicamente a transmitir conocimientos a los alumnos, sino que los forme íntegramente para que sean
capaces de vivir y convivir en un mundo en continua transformación: objetivo complicado pero posible. Y el docente, figura principal en este proceso, además de actualizar sus conocimientos, huyendo de la fácil monotonía, ha de vivir su profesión con verdadera vocación sin olvidar que, frente a él tendrá siempre unos adolescentes hambrientos de descubrir nuevos mundos si se le motiva debidamente. Solo hará falta que su trabajo, debidamente remunerado, tenga el reconocimiento social que su enorme esfuerzo merece.
Este libro lo terminó su autor a las 19´35 h. del día 5 de abril de 2009, Domingo de Ramos. Se lo entregó a su esposa y le dio un beso. Ella lo leyó de un tirón aquella tarde-noche. Y antes de acostarse le comunicó que se había emocionado, que al recordar aquellos lejanos tiempos se había sentido de nuevo joven y, aunque sufrió, no reniega de su pasado. Luego, mirándole con ternura le dijo:
-Amor, este libro no debes publicarlo. Cuentas cosas muy íntimas que solo nosotros conocemos; es mejor que estos secretos los guarden nuestros corazones.

ÁLBUM FOTOGRÁFICO

1- Campamento en el Moncayo con el Frente de Juventudes (1959).

2- Y la mili apareció en el camino (1960).

3- Pilar, esposa del autor, con el uniforme de ATS (1960)


4- Escaleras de acceso a la Facultad de Medicina (1960)

5- Primera escuela: La Zaida (1962).


6- Casa de la patrona en La Zaida (1962).


 7- Tercera escuela: Manchones (1963)

















 8- Manchones, primera comunión: el sacerdote, el maestro y los comulgantes (1964).















9- Actores, el director y el sacerdote en la obra La Muralla (1965)



















10- Y la niña crecía (1965).

















11- Tabla de gimnasia en el frontón (1965).














12- Practicando el salto de altura sobre sacos de paja (1965).














13- Equipo de casados en la inauguración del campo de fútbol (1966)
 


 14- Exposición de trabajos para final de curso (1966).



 15- Exposición de trabajos para final de curso (1966).















16- En la calle Mayor de Daroca viendo la procesión del Corpus: Pilar, esposa del maestro; Berta, maestra parvulista; doña Jacoba, madre del sacerdote; Palmira, esposa del médico, y don Vicente, el médico. Delante, dos de sus hijos (1964)


             










17- En la boda de un familiar del alcalde de Manchones: el maestro y esposa, el médico y esposa (1964)














18- Escuela de Manchones 25 años después (1990)


19- Vsta del pueblo desde la ladera de la escuela (1990).

20- Pizarra y clarión: pedagogía... (1990).


21- La escuela de Manchones convirtiéndose en casa particular. A la izquierda, las viviendas de los funcionarios (2002)



















22- Portada de un libro de lecturas


















23- Un texto del libro Lecturas de oro de E. Solana



  24- Nómina de un maestro en el mes de septiembre de 1963



 
 25- Diligencia del cese en Manchones (1966)

Texto de la solapa
Con Pizarra y clarión, Santiago Sancho Vallestín (Paniza, 1939) concluye su particular “Memoria histórica” que comenzó con Siempre en el corazón (E. Comuniter, 2003) y siguió con Izquierdas y derechas (Diputación Provincial, 2005). Si en estos dos libros era la infancia la protagonista, en este último nos cuenta las vivencias de un maestro rural en la década de los sesenta del siglo pasado. El libro, además de reflejar la situación política de aquella época, cuenta una historia de amor en la que ella, la esposa, es la verdadera protagonista. Narrado con dos voces distintas engancha al lector desde el primer momento.
*Otras obras del autor en la Ed. Comuniter:
-Naturaleza sentida / Sentida Naturaleza: Poemas para niños y mayores (2001)
-Domingo Laín: La utopía de un sacerdote aragonés en la selva colombiana (2007)
-Grabado en la mente: Historia del Colegio Santo Tomás de Aquino de Zaragoza (2008)
Texto de la contraportada
a Escuela estaba abonada a celebrar las múltiples conmemoraciones que la Iglesia o el Estado ordenaban: día del Caudillo, día del Dolor, del Estudiante Caído, de la Victoria... Día del Domund, del Seminario, de la Santa Infancia... Sin embargo, la Fiesta del Trabajo, que se celebraba el Primero de Mayo en toda Europa, aquí era todavía un imposible; fue el año pasado cuando se autorizó por primavera vez bajo el nombre de San José Artesano. Para Franco, esa fiesta tan universal de los trabajadores era propia de los países comunistas a los que había que despreciar. Y para conmemorarla subvencionaba a los Coros y Danzas de todas las provincias que en dicha fecha acudían a Madrid, al estadio Santiago Bernabéu, a rendir pleitesía a él y a toda su familia.
Foto Solapa

Borrador del discurso para la presentación del libro:
“PIZARRA Y CLARION”
Queridos amigos.
Qué placer y alegría me produce el poder encontrarnos, una vez más, en la presentación de un nuevo libro. Es la tercera vez que esta Biblioteca de Aragón nos cede su sede para tan singular acto. Por ello, mi primer agradecimiento es para su directora, Pilar Navarrete, que por mediación de la Asociación de Amigos del Libro, cuyo Presidente, ..............., nos honra con su presencia, nos ha autorizado el uso de esta sala.
Agradecer, de todo corazón, a Pilar de la Vega Cebrián que con tanto cariño ha prologado el libro y haya venido también a presentarlo. En Pilar, una enamorada de la Enseñanza, que la vive con verdadera vocación, tanto cuando ocupó los máximos cargos en el Gobierno de Aragón, como ahora como profesora de Instituto, siempre he admirado el valor y entusiasmo con el que ha realizado su trabajo, así como sus interesantes artículos que actualmente publica en el periódico Heraldo de Aragón.
Agradecer a Manuel Baile, mi editor, .........
Agradecer a ......
Agradeceros a todos los aquí presentes, familiares y amigos, el que
Y termino mis agradecimientos con uno muy especial dirigido a la persona a la que dedico el libro: mi esposa. Ella ha sido el ángel de la guarda, la tabla salvadora a la que durante más de cincuenta años que llevamos juntos he acudido a compartir lo bueno y lo menos agradable que la vida nos ha mostrado. Cuando el verdadero amor reina en la pareja, nadie manda: los dos se obedecen.
Y del libro, qué os voy a decir. Con él concluye mi particular “Memoria histórica” que comencé con Siempre en el corazón, publicado en el 2003, y seguí con Izquierdas y Derechas el 2005. Si en los dos primeros libros la infancia era la protagonista, en este último es la historia de un joven maestro que vive sus primeros años de profesión en una escuela rural de la década de los sesenta del siglo pasado. Y en donde, al mismo tiempo que cuenta la realidad particular de su escuela y su familia, nos muestra la realidad general en la que se movía la sociedad española de aquella época.
El libro tenía al principio un final abierto que dejaba la posibilidad de un cuarto título, pero luego pensé que las vivencias, para darlas a conocer, deben pasar, al menos, un periodo de cuarenta años. Por ello, añadí más tarde un Epílogo que me cerraba esa tentación de continuar.
El memorizar resulta paradójico. Al hacerlo, la mente encuentra un laberinto de situaciones, agradables unas, misteriosas otras, pero siempre sacadas de una conciencia que guarda, a veces seleccionadas, escenas que el paso del tiempo ha envuelto con sombras distorsionadas que hacen difícil interpretarlas. Eso me pasó con el recuerdo en los libros Siempre en el corazón y en Izquierdas y derechas. Sin embargo, en Pizarra y clarión, tal vez porque lo que en él se cuenta está más cercano, y porque guardaba testimonios gráficos que confirmaban mis recuerdos, no me ha resultado laberíntico ni complejo el recordar. Han pasado más de cuarenta años y todos los detalles y situaciones vividos no se han borrado de mi memoria a la que le cuesta, muchas veces, contar qué hizo el mes pasado.
Hoy, cuando muchas escuelas rurales han cerrado sus aulas, y las que quedan se parecen muy poco a las de la década de los sesenta del siglo pasado, me pregunto si los maestros actuales viven con la misma intensidad su profesión como lo hacíamos los de aquella época. Vivir en un pueblo pequeño, sin agua corriente en las casas, con la luz eléctrica solo cuando llegaba la noche, aislado del resto del mundo, con una escuela unitaria de treinta o más niños de seis a doce-trece años, era una aventura que requería auténtica vocación y sacrificio. Ese aislamiento te obligaba a integrarte en el pueblo como un vecino más participando del monótono vivir de cada día y de los escasos acontecimientos que ocurrieran.
Sabías que tu forma de vivir, de vestir o de hablar, podían influir en los demás; que a veces, el chisme o la maledicencia de alguna persona se convertía en habladurías en las escasas tiendas que había, en el bar o en el atrio de la iglesia. Por estas circunstancias la escuela se convertía en un antídoto contra todo comentario que de boca en boca podía peregrinar. Y allí, en ese pequeño recinto, el maestro proyectaba con verdadero entusiasmo todas sus energías sabiendo que su trabajo servía para potenciar en sus alumnos la ilusión y la esperanza, pero también para que sus padres reconocieran que sin educación y sin estudio era difícil progresar. Cuando esta unión de alumno-padre-vecinos y autoridades se conseguía, la vida en el pueblo era algo más llevadera: el cariño, las muestras de afecto y los regalos en forma de productos alimenticios que recibías, te compensaban algo de la poca atención que el Estado te mostraba.
Lo maestros y maestras que vivimos aquellos tiempos en la escuela rural -cuando la escasez era grande y la libertades pocas- quedamos marcados para siempre. Fue una experiencia dura pero enriquecedora. Sufrimos pero éramos jóvenes y sabíamos adaptarnos a las dificultades. Y la creencia en que algún día el escenario social y político iba a cambiar (aunque esta circunstancia tardó en llegar), hacía que nuestro trabajo y nuestra vocación no se deterioraran.
Hoy día ha cambiado mucho el ambiente escolar. El maestro tiene menos alumnos por aula, menos horas de trabajo lectivo y abundante material didáctico. Sin embargo, problemas de respeto y disciplina hacen que, a veces, la convivencia en las aulas se deteriore, sobre todo con alumnos mayores, y el fracaso escolar aumente creando tensión en el docente en el discente y en la familia. ¿Cómo solucionar el problema? Especialistas en la materia encontrarán el camino. Pero yo les aconsejaría que escuchen la voz de maestro y del profesor porque en su vocación, en su metodología y en el reconocimiento que las autoridades educativas y la sociedad hagan de él, se encuentra las llaves para salir del atasco.
Hoy se tiende, no sé si es bueno o malo, a enseñar lo que luego se necesita, ante todo a lo práctico: formar alumnos listos para lanzarse al mercado de la competitividad; el hacer frente al pensar; la resolución frente al esfuerzo; olvidando con frecuencia que la historia es el lazo que une el ayer con el hoy y el mañana. Hemos criado a nuestros hijos protegiéndoles del sacrificio, tratando de regalarles cada día la felicidad, olvidándonos con frecuencia de que la necesidad, bien orientada, nos hace más fuertes y responsables. Hoy día veo a muchos jóvenes sin un ideal por el que luchar, sin embargo nunca como ahora la enseñanza fue tan universal ¿Qué se puede hacer para hacerla también atractiva, interesante, libre de injusticias y sin caer en el sectarismo y la indiferencia? Dejo la respuesta en el aire. Toda la sociedad (padres, profesores, políticos, especialistas en la materia... ) tienen trabajo suficiente hasta conseguir compaginar lo que refulge en el escaparate atractivo de la moda con aquello que parece que huele a polvo y sin embargo encierra valores que siempre han acompañado al hombre en su caminar.
Antes de terminar, un apunte relacionado con la escritura del libro. Si en Siempre en el corazón el autor es una persona mayor que escribe sus recuerdos de niño, Pizarra y clarión está escrito con registros distintos. El narrador, que cuenta la historia en tiempo real, le hace hablar al protagonista con dos voces distintas: una para contar la vida de su escuela y de la sociedad en la que se encuentra; y otra, más poética, para revivir los momentos íntimos que su vida familiar le va señalando. Estos tiempos están tan diferenciados que se podría realizar sus lecturas de forma independiente sin que la historia pierda su argumentación.
Y poco más. Espero que el libro os guste. Y en ese caso hacer propaganda de él para que lo compren: el editor, que casi siempre pierde dinero, os lo agradecerá.
Gracias por vuestra asistencia.

MANCHONES

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