jueves, 21 de julio de 2016

CAPÍTULO X

EL ESPÍRITU DE DOMINGO SIGUE VIVO

 
La muerte de Domingo Laín, al igual que ocurriera con Camilo Torres, lo convirtió en mito. Incluso el hecho de morir por defender una idea dio motivo a discusiones filosóficas entre quienes defendían que la violencia no es cristiana y quienes afirmaban lo contrario y lo consideraban un mártir por exponer su vida generosamente. Pero incluso, quienes le criticaban, afirmaban que, si bien su opción militar fue equivocada –sin juzgar su conciencia- no se podía por ello descalificar su compromiso radical con la causa de los pobres y de la justicia.
En febrero de 2005, la revista Insurrección que sigue editando el Ejército de Liberación Nacional, publicó al cumplirse el 31 aniversario de la muerte de Domingo el siguiente recordatorio:
“América Latina también iluminó el camino para que los pasos del sacerdote, el dirigente y guerrillero, se encaminara a la lucha por la liberación de los pueblos y por la opción del socialismo. Domingo Laín fue la otra hoja de trébol que anduvo junto a José Antonio Jiménez y nuestro querido comandante Manuel Pérez. Tres sacerdotes que encontraron en la entrañas del capitalismo dependiente de la década de los sesenta, las grandes desigualdades sociales, parteras de tanta inmoralidad contra la dignidad del ser humano.
(…) Recordamos al compañero Domingo como portador de una vigorosa personalidad. Su carisma y su jovialidad le permitieron gozar del cariño entrañable que siempre le profesaron esos jóvenes campesinos levantados en armas y llenos de sueños por ver su país como una nación libre y soberana. Militarmente fue también muy valiente y resuelto. Por eso, con profundo amor Eleno, rendimos homenaje a nuestro comandante Domingo Laín caído en combate el 20 de febrero de 1974. Su sangre ha fertilizado con fuerza las luchas del pueblo colombiano y la beligerancia de nuestra Organización.
Treinta y un años después de su siembra fecunda, América Latina se yergue activa tras la esperanza de una nueva sociedad, tal como Domingo la imaginaba. Su sueño se está haciendo posible. Su entereza, su arrojo, su amor eficaz y su credibilidad total en el poder de los pueblos, tal como lo concibieron Bolívar, Martí y el Che, hacen hoy de nuestra América una luz emancipadora para el mundo. Nuestro pueblo mantiene la bandera que el comandante Domingo Laín sigue empuñando en sus manos. Seguirla enarbolando con la fuerza que se necesita, es el mejor homenaje que se le pede rendir a este gran hombre que colgó la sotana para empuñar el fusil, única posibilidad, hasta el momento, que tiene Colombia para hacer rescatar su dignidad”.
Clásico texto panfletario, el anterior, de toda revolución. Plagado de tópicos sirve al menos para recordarnos que la llama que dejó Domingo está viva. Son numerosos los grupos del ELN que, esparcidos por la selva, siguen 40 años después de su fundación, pregonando su ideario político, tal vez menos convincente, de liberar al pueblo de Colombia. Pero ¿qué han conseguido en tan dilatado tiempo? Para algunos muy poco o nada. Muertes, secuestros, atentados que sólo han servido para llevar el dolor a muchas familias. Sus componentes, distribuidos en varios frentes (uno de ellos lleva el nombre de Domingo Laín), siguen creando ilusiones entre la gente marginada. Tras el desastre sufrido en el pueblo de Anorí, cuando se creyó que la organización iba a desparecer, la figura del sacerdote de Alfamén, Manuel Pérez, consiguió reunirlos y volver de nuevo a su actividad. Y aunque ahora se hallen bastante debilitados, todavía sueñan con poder realizar la verdadera revolución que nunca llega.

Locura de armas.
El politólogo, docente e investigador de la Universidad de los Andes, Enrique Neira Fernández, escribió en 1998 en la revista Sedula, con motivo del fallecimiento del sacerdote de Alfamén, Manuel Pérez, un interesante artículo sobre la guerrilla colombiana y que tituló “La locura del cura Pérez”. El autor, tras comentar que en el caso del “cura Pérez” no se cumplió el refrán de que “el que a hierro mata a hierro muere”, ya que murió de un cáncer de hígado, y recordar que su muerte fue lamentada por los habitantes de su pueblo, Alfamén (España), dejando allí la imagen de un joven idealista, generoso y sensible a la causa de los pobres, escribe:
“¿Por qué la cura de almas -para la que había sido consagrado Manuel Pérez nada menos que por el Papa Pablo VI- se convirtió en locura de armas? ¿Qué le pasó al bien intencionado cura que abandona su patria y, poco después, depone sus hábitos eclesiásticos, empuña el fusil y se pone al frente de una guerrilla armada que sólo deja un reguero de pólvora y sangre, más de 500 voladuras del principal oleoducto colombiano y consiguiente derrame contaminante de petróleo, más de 2.000 secuestros por dinero y bombas destructoras de todo lo que produce riqueza en un país que no es el suyo? Sencillamente es el efecto extremo de una equivocada ideología político-religiosa que le llevó a ver en Jesús de Nazareth, no al “siervo de Yahvé”, redentor sufrido con un mensaje revolucionario, sí, pero no de odio sino de amor y fraternidad. Ideología revolucionaria que le llevó a adorar sólo al subversivo de Nazareth, al zelote que se alza contra el establecimiento romano de turno. Lamentablemente, en el cura Pérez, como antes le ocurriera a su paisano Domingo Laín, le pudo más el sofisma distorsionador del cura italiano Giulio Girardi que manifestó: Hay que amar a todos, pero no del mismo modo; a los oprimidos se les ama liberándolos, a los opresores se les ama combatiéndoles; el amor tiene que ser clasista. Y no tuvo oídos para la voz autorizada y persistente del magisterio social de la Iglesia, que por boca de Pablo VI y Juan Pablo II sostiene, con veinte siglos de existencia, que la violencia no es cristiana ni evangélica”.
Comentario atrevido y fuerte que descalifica lo que otros han defendido y alabado. Su contenido, exagerando muertes, voladuras y secuestros, dejan en mal lugar ante la opinión pública a la guerrilla, que de eso se trata; sin embargo siguiendo el libro de María López Vigil Manuel, el cura Pérez: Camilo camina en Colombia, podemos leer con sumo interés la conversación que tiene la periodista con Nicolás Rodríguez, un colombiano que desde su juventud había estado unido a la guerrilla, considerado hoy como el único superviviente de los que la iniciaron, le explica que han tenido cuatro fuentes de ingresos: retenciones de personas, expropiaciones a bancos, lo que nos aportaba el pueblo y, más recientemente, impuestos a compañías extranjeras. Y argumenta estos ingresos aclarando que si en la vida ordinaria alguien comete un delito se le aplican multas o entra en prisión. “El delito de esta gente era abusar del pueblo y explotar a los pobres, por ello tienen que pagar; lo que realizan es un delito camuflado”. Y continua: “Intentamos ser cada vez más una organización auténticamente popular. Y esto no significa únicamente luchar, interpretar y defender los intereses del pueblo, sino tener una ligación tan estrecha con él que podamos compartir todo lo que tenemos y ellos con nosotros lo que tienen, ir siendo una misma cosa”.
Y fue en la década de los años ochenta del siglo pasado cuando la guerrilla, al comprobar que son descubiertos nuevos pozos de petróleo y explotados por compañías extranjeras, que ningún beneficio, o muy poco, dejaban al país, cuando tomaron la decisión de sabotear sus instalaciones al no ser escuchados en sus demandas. Este paso adelante sirvió para que fueran calificados por el Gobierno como terroristas sin conciencia poniéndoles el calificativo de “petroguerrilleros”.
La guerrilla, tras más de 40 años de lucha sigue viva en Colombia. Y aunque las recientes elecciones a la presidencia del país, en donde fue reelegido el actual presidente, no las boicotearon, fueron muchas las movilizaciones que diez días antes de celebrarse se realizaron pidiendo el rechazo absoluto a la reelección de Álvaro Uribe Vélez. Por otro lado, la aproximación que se anunciaba de las dos fuerzas (ELN y FARC) para intentar negociar con el Gobierno una posible salida a la situación, no llega a fructificar. En un comunicado que realizó el Comando central del ELN, días antes de las elecciones, dan cuenta del grave enfrentamiento fraticida en que están enredadas las dos fuerzas guerrilleras en Arauca, y pide disculpas a las comunidades campesinas y a todo el pueblo, al mismo tiempo que anuncian que no descansarán hasta que se puedan resolver pacíficamente por medios de acuerdos satisfactorios. Y concluye:
Reiteramos que el Frente Domingo Laín y las demás estructuras guerrilleras del Frente de Guerra Oriental, como parte integrante del ELN, corregirán lo que sea necesario para el bien del pueblo y de la revolución. Y reiteramos el juramento que hiciera inolvidable el sacerdote comandante Camilo Torres Restrepo, en su Proclama, poco antes de caer muerto en combate hace 40 años:
Por la unidad de la clase popular. ¡Hasta la muerte!


Por la toma del poder para la clase popular. ¡Hasta la Muerte!
¡Hasta la muerte, porque estamos decididos a ir hasta el final!
¡Hasta la victoria porque un pueblo que se entrega hasta la muerte siempre logra la victoria!
Comando Central del ELN en las Montañas de Colombia. Mayo de 2006”

 
Cuesta creer a cualquier persona ajena a este conflicto, que después de tanto tiempo no haya variado el mensaje de la guerrilla. Ese grito de ¡Hasta la muerte! pone desasosiego y angustia en aquéllos que creemos en la verdadera democracia, en el diálogo sincero, en la transparencia. No sé si el espíritu evangélico que Camilo Torres y sus seguidores pregonaron para lograr la Justicia en Colombia sigue vigente en sus dirigentes actuales, pero muy mal tiene que estar la sociedad en el país colombiano cuando manifiestan, poniendo en peligro sus vidas, que todo está por hacer: que los ricos siguen cada vez más ricos y que las injusticias aumentan.
Muchas veces me he preguntado si Domingo Laín no hubiese muerto tan joven, hubiera seguido, como lo hizo Manuel Pérez hasta su fallecimiento, en permanente lucha, sintiendo el Evangelio como el primer día, aun sabiendo que poco se avanzaba en las conquistas sociales. En algún momento, creo, que hubiera pensado que ya eran muchos años escondidos por las montañas sin poder exponer públicamente sus opiniones. Aunque la democracia en Colombia no sea lo suficientemente verdadera, siempre se conseguiría más dentro de ella si se lucha con la palabra que con las armas.
Desgraciadamente, la utopía de Domingo Laín no lleva camino de lograrse. El temor que él sintió ante la enorme libertad que Dios había dado al hombre, ha servido para que una pequeña parte de la Humanidad sea cada vez más egoísta y acapare los bienes terrenales como cosecha propia, dejando a la gran mayoría en la indigencia. Y hasta un sector de la Iglesia, sobre todo en la alta jerarquía, que le ordenó sacerdote, todavía no ha llegado a concienciarse de que su principal misión en la Tierra es estar al lado del necesitado de justicia y de amor. En España, sólo los sacerdotes, en algunas parroquias, han conseguido que sus feligreses se integren en los problemas sociales que
tanta gente sufre. Sin tanta parafernalia en algunos actos, y con la humildad por bandera, arrastraría a multitud de jóvenes que hoy le dan la espalada, quedándose los templos sin juventud y los seminarios vacíos de vocaciones. Y, paradojas de la vida, tienen que venir sacerdotes latinoamericanos para regentar algunas parroquias como ocurre en Alfamén y Longares, en donde el párroco es de Honduras, o en Herrera de los Navarros que es, curiosamente, colombiano.
En junio de 2005, se cumplían cuarenta años de de la clausura del Concilio Vaticano II que cambió, o intentó cambiar, el rostro anquilosado y algo egoísta del cristianismo, llevando a cabo una verdadera revolución en la concepción de la Iglesia al definirla como una comunidad cristiana que ponía al pueblo de Dios por delante de la Jerarquía, aunque con una fuerte oposición entre el episcopado reformador y el del ala conservadora. La Iglesia, de esta forma, dejaba de ser un fin en si misma para tornarse, como dijo Ignacio Ellacurría, “en sacramento histórico de liberación, sintiéndose solidaria con los gozos y esperanzas del ser humano, sobre todo de los que sufren”. Y como bien claro lo dejó anteriormente el propio papa Juan XXIII: “La nueva Iglesia se ha de presentar para los países desarrollados, tal como es y quiere ser: la Iglesia de los pobres”.
Hoy, como ayer, muchos sacerdotes, religiosos y religiosas, así como numerosas oenegés repartidas por el llamado Tercer Mundo, siguen esta consigna intentando llevar la justicia y la dignidad a todos los desfavorecidos, pero, desgraciadamente, tienen que sufrir a veces la incomprensión de algunos dirigentes que los creen manipuladores de una realidad a la que se entregan en cuerpo y alma. Incluso, en ocasiones, este amor universal que muestran por los más necesitados les obliga, con sumo dolor, a separarse de su madre Iglesia, pero nunca renuncian a la fe en el Cristo que murió por salvar a la humanidad de la explotación y la miseria.
El teólogo brasileño Leonardo Boff, de visita reciente a España, dejó frases tan impactantes como las siguientes: “Si las Iglesias no escuchan a los pobres no tienen mucho que decir a Dios”. “La utopía del futuro es convivir en paz en la casa común de la Tierra”. Y cuando el año 2003, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, fundador de la Teología de la Liberación, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias en la modalidad de Humanidades y Comunicación, dijeron los organizadores que el padre Gustavo… “Basa sus ideas en sólidas bases bíblicas; formulando que la liberación traída por Cristo no es solamente espiritual sino que implica también la liberación de las injusticias terrenales”. Este pensamiento teológico y pastoral fue el que llevó a Domingo Laín a dar su vida por los más necesitados, intentando demostrar, con la ayuda de Cristo a quien tanto amó, que la pobreza y la marginación no son hechos naturales, sino producidas por una sociedad dominante que, actualmente, bajo la pomposa palabra de globalización, hace y deshace a su antojo para conseguir grandiosos beneficios.
Treinta y tres años después de su muerte, justo era que su figura fuera recordada. Cada uno será muy libre para juzgar lo que él realizó.

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