jueves, 21 de julio de 2016

CAPÍTULO VIII.- LA VIDA EN LA GUERRILLA

CAPÍTULOVIII

LA VIDA EN LA GUERRILLA

En el mundo de la guerrilla, Domingo Laín era el más popular de los tres sacerdotes. Sus compañeros Manuel y José Antonio, no tenían el carisma ni la vitalidad de aquél; eran más reflexivos a la hora de tomar decisiones. Por ello, según cuenta Walter J. Broderick en su libro El guerrillero invisible, al principio toda iba bien, pero el jefe supremo de la guerrilla, Fabio Vásquez, se dio cuenta que no era bueno tener tres sacerdotes “camilistas” en el grupo; con uno solo le bastaba; y el elegido fue Domingo. Él era el más popular, incluso conocido entre los universitarios colombianos por el atrevido discurso que pronunció en la Universidad. de Bogotá, cuando todavía no conocía al ELN. Además, en las conversaciones que con el grupo de sacerdotes había mantenido, siempre manifestaba con argumentos muy contundentes la idea de “cómo ascender al pueblo”. El pueblo, para Domingo, era el protagonista; nunca pensaba en su futuro sino en el porvenir de los más necesitados. Cuando algún compañero le decía que el populismo de los curas era más animoso que racional, Domingo se atrevió con esta contestación:
Nos os dejéis vencer, Cristo está con nosotros. Es de los nuestros. Y la historia es historia de salvación. Permanezcamos en la historia y seremos sus profetas.
Fabio Vásquez, así como sus hermanos, consideraban a Domingo como el teórico de la revolución, pero al mismo tiempo el más dispuesto para llevarla a sus últimas consecuencias. Por este motivo le nombró asesor político y siempre estaba a su lado. Este hecho hizo que sus compañeros Manuel y José Antonio fueran separados de él para dedicarse a familiarizarse con las difíciles tareas de la guerrilla, en donde su principal quehacer consistía en aprender a manejar el fusil y en tenerlo siempre limpio y dispuesto para ser usado; un trabajo monótono y aburrido que no conducía a ningún sitio sino a caminar y caminar por senderos estrechos y peligrosos que, aparentemente, a ningún sitio llevaban. Esta circunstancia les hizo preguntarse para qué servía la guerrilla si no la aprovechaban para intentar educar al campesino y enseñarle cómo luchar contra las injusticias del capitalismo. José Antonio, el mayor de los tres sacerdotes, y el menos dotado físicamente, hasta llegó a pensar en desertar, asunto éste que sólo se lo comunicó a Manuel; si esa idea llegara a ser conocida por Fabio podía ser causa suficiente para que lo mandara fusilar. Fabio Vásquez era así de engreído y autoritario; no era la primera vez que había formado consejo de guerra para que el grupo decidiera si una actitud contraria a su ideología de la guerrilla en algunos de los componentes merecía el máximo castigo, o se le daba una nueva oportunidad de demostrar el arrepentimiento. El propio Manuel estuvo durante un tiempo en esa situación de espera angustiosa de si era o no condenado a muerte por haberse atrevido a comentar ciertas actuaciones de su jefe inmediato Ricardo Lara.
Siguiendo el libro citado, Broderick cuenta que Domingo, por el contrario, se acopló enseguida a las exigencias de la guerrilla, al sufrimiento físico que la enigmática selva exigía para caminar por ella evitando el ser descubierto o el que algún campesino les traicionara. Esa continua vigilancia les obligaba a permanecer en continua tensión física y psíquica que, a veces, desencadenaba fuertes discusiones a las que Fabio Vásquez ponía fin con elocuentes frases o severos castigos.
El que Fabio considerara a Domingo como el sustituto de Camilo Torres, seguro que llenó de orgullo al joven sacerdote esta deferencia para quien Camilo había sido siempre la persona a imitar. Por ello quiso que todo el país se enterara de que Domingo
había tomado la decisión de coger las armas, comunicándolo de forma que el hecho sirviera para elevar la moral, no sólo a los guerrilleros en activo, sino a los que en la ciudad trabajaban también clandestinamente para la causa. Y la fecha elegida para tal anuncio fue el día en que se conmemoraba el cuarto aniversario de la muerte de Camilo Torres. Sin embargo, enfrascados los colombianos en la inmediatez de las elecciones presidenciales, su manifiesto no fue lo suficientemente conocido y celebrado. El que el antiguo general Rojas Pinilla se presentara como candidato a sustituir al entonces presidente Carlos Llera Restrepo, era motivo suficiente para que la población dejara a un lado, de momento, los problemas de la guerrilla. Por otra parte, compañeros sacerdotes de Domingo, que se habían distinguido por su gran aportación en la firma del manifiesto de Golconda, como René García y Germán Zabala, estaban intentando ponerse en contacto con él para pedirle que depusiera su actitud de unirse a la guerrilla. Para ello viajaron a Cuba en donde creían que Domingo se hallaba realizando cursillos de adiestramiento militar, incluso hablaron con Fidel Castro quien les pidió información de primera mano sobre la situación colombiana.

El manifiesto de Domingo
Aunque el campesino y guerrillero Daniel Alarcón Ramírez, apodado “Benigno”, cuente en su libro Memorias de un soldado cubano, que Domingo Laín acudió a Cuba para ser adiestrado en la guerrilla, el dato es totalmente falso; Domingo nunca estuvo en la isla. Ingresó en la guerrilla sin tener ningún tipo de entrenamiento físico ni militar; él confiaba en sus propias fuerzas, en sus ideales inquebrantables y en la necesidad de acelerar el proceso de la revolución de los humildes. Tan ensimismado estaba con esta idea que no vio lo peligroso que era para un sacerdote el ser visto por la sociedad como un guerrillero más, con el fusil al hombro y el macuto a la espalda. Tal vez si el encuentro que buscaba su amigo sacerdote René García se hubiera realizado, hubieran sido otros los caminos seguidos. Así pues, siguiendo las directrices de Fabio Vásquez dio a conocer mediante una carta abierta a todos los colombianos los motivos que le habían llevado a incorporarse a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional. De su extenso texto reproducimos los apartados más interesantes:
Siguiendo el imperativo moral, nacido de la conciencia de no pertenecerme a mí mismo como revolucionario, sino a las masas explotadas de Colombia y a la de todos los países oprimidos, a la vez que respondiendo al carácter público que en nuestra sociedad reviste la función sacerdotal, cumplo con el deber de orientador del pueblo al incorporarme a las guerrilla del ELN, a su línea de acción y a sus programas políticos y sociales. Al hacerse pública esta decisión, renuevo el compromiso irrevocable aceptado al ser ordenado sacerdote de consagración y fidelidad a los pobres y oprimidos; de solidaridad en su lucha por la liberación de toda esclavitud. Pienso que ahora empieza mi auténtica consagración sacerdotal, que exige el sacrificio total para que todos los hombres vivan, y vivan en plenitud.
 
(…) Llegué a Colombia hace aproximadamente tres años. Venía con mi sacerdocio recién estrenado y con una sola decisión: la de compartir solidariamente y hasta el final de mi vida, aspiraciones y frustraciones de las masas desposeídas a las que se les niega todo derecho, hasta el más básico y elemental: el derecho a la vida. Con este pensamiento comencé a trabajar en las empresas de Bogotá primero y de Cartagena después. Experimenté en carne propia la situación de explotación y miseria de la mayoría de la población y me uní a sus luchas; a la vez que hacía esto, ejercía mis funciones sacerdotales. El único delito que cometí, y que debió de ser la causa de mi expulsión del país, fue el delito de luchar por el derecho de todos los hombres a la vida, al trabajo creador, a la vivienda digna, a la educación, al respeto de su dignidad humana pisoteada. Me acusaron de subversivo por denunciar sin cesar la violencia opresora ejercida por un sistema social inhumano e injusto, porque llamé a la unión y a la rebeldía de todas las clases desposeídas y explotadas.

(…) Tomé el camino de la lucha armada porque frente a la violencia reaccionaria, opresora, de los sistemas vigentes en Colombia y en América Latina, no cabe otra alternativa sino la violencia revolucionaria y liberadora. La violencia no tiene credo religioso, ni es atea ni cristiana; es el resultado de leyes económicas, históricas y sociológicas, de la conformación y desarrollo de las sociedades y de las relaciones de sus miembros y grupos y, por lo tanto, es un derecho de los pueblos oprimidos y de los más explotados para salir de su explotación.
 
(…) Como Camilo, he encontrado en el ELN una línea política correcta, una honestidad a toda prueba; una fe en el pueblo y una entrega a la causa de su liberación, que hace estar a esta Organización en la vanguardia de la lucha y en el corazón de las masas explotadas. Por último, quisiera invitar al análisis y a la reflexión de todos los revolucionarios honestos, campesinos y obreros, intelectuales y estudiantes que buscan sinceramente un compromiso con su pueblo. A ellos les incumbe una responsabilidad histórica: la de orientar a las masas por el camino de su liberación, evitándoles los sacrificios inútiles de sus vidas y esfuerzos que siempre recaen sobre ellos.

(…) En el cuarto aniversario de la muerte de Camilo Torres, mientras la oligarquía y los lacayos se preparan para representar la farsa electoral, yo, desde estas montañas, regadas con sangre, invito a todos los hombres y mujeres de Colombia a organizarse y prepararse para la lucha final siguiendo la consigna y el ejemplo del gran maestro del pueblo Camilo Torres, con la fuerza que su muerte gloriosa nos da, y unido a todos mis compañeros, repito: NI UN PASO ATRÁS. LIBERACIÓN O MUERTE.


Reacciones en España
El que Domingo fuera capaz de escribir el anterior texto, demuestra lo comprometido que se hallaba con la guerrilla. Leer hoy este manifiesto, escrito hace 36 años, produce cierto pesar al comprobar que para poco sirvió su muerte, ocurrida cuatro años después, ni las de los que murieron por defender sus ideas, o las de las numerosas personas inocentes que, sin quererlo, fueron víctimas de los que decían defender al pueblo. En Colombia, se han realizado recientemente elecciones, y aunque ha habido contactos con las diferentes formaciones guerrilleras, el problema que Domingo denunciaba sigue latente, si no con la misma intensidad sí al menos en muchos de sus aspectos en los que ha aumentado, porque la democracia colombiana, según muchos nativos, sigue sin ser auténtica.
El documento que Domingo Laín dio a conocer al incorporase en la guerrilla se divulgó rápidamente en España. A los pocos días de ser leído, un grupo de sacerdotes, la mayoría de Zaragoza, algunos condiscípulos de él, se atrevieron a publicar un manifiesto de apoyo al padre Laín alabando sus cualidades morales y personales así como su fe y celo apostólico. Sus compañeros se extrañaron de que Domingo no nombrara a sus amigos Manuel y José Antonio; por ello, creyendo que tal vez fuese una estrategia preconcebida, sin dar nombres sí manifestaron que junto a Domingo había otros dos compañeros zaragozanos en la guerrilla. Desgraciadamente José Antonio Jiménez falleció muy pronto, apenas llevaba siete meses en las montañas cuando una extraña enfermedad, motivada por la picadura de una serpiente acabó con él; no había entrado todavía en combate alguno ni tal vez había aprendido a disparar debidamente un arma. Su muerte fue muy sentida por Manuel con quien se intercambiaba las preocupaciones. Domingo, al estar en otro grupo, tardó mucho tiempo en enterarse del fallecimiento de su compañero.
El periódico Aragón Exprés publicó en su “Punta de Lanza” un editorial firmado por su director J.A.F. titulado: “Un cura de la tierra”, en donde comentaba la actitud del joven sacerdote al vivir de lleno la vida de la guerrilla.
Ayer, a cinco minutos del “cierre”, nos llegaba por conducto de nuestro corresponsal en Madrid una noticia que hablaba de guerra y de Aragón. Que hablaba del Padre Laín, un cura de la tierra que tomó partido lejos de sus secanos y de sus huertas, lejos de sus gentes. Es quizá, un nuevo sentimiento misionero que ha abandonado la causa de los “chinitos” y que no acepta esos “duros” arrascados de los bolsillos de los ricos. Yo no sé si la barricada en el frente colombiano del Padre Laín es un buen punto para dar aire al Mensaje de Dios. Yo no sé si Jesucristo era de derechas o de izquierdas. Pero sé –y no necesito a Guerra Campos , ni a González Ruiz para ello- que Cristo, ese hombre y ese Dios que intuye, o, quizá, necesita, la juventud cuando canta “Jesucristo Sperstar”, no admitía –no admite- la opresión, la injusticia y las discriminaciones raciales, sociales o políticas. Y no sé tampoco –los hombres, a pesar nuestro, somos ignorantes en tantas materias- si, de verdad, Colombia es un mundo irredento que pide a gritos su liberación. Pero no lo puedo evitar, tengo fe en el Padre Laín. No en balde hemos nacido en el mismo terruño, hemos respirado el mismo aire y hemos oteado los mismos horizontes. En una época que huele a “napal” y a sangre, creo que esa voz silenciosa, equivocada o cierta, pero sincera y –diría si no estuviera tan gastada la palabra- auténtica del Padre Laín, es un descontaminante del aire corrompido que nos envuelve. Es la “humano-divina” desesperación de un hombre –que además es aragonés- ante un nuevo Sodoma-Gomorra que enfila caminos mucho más peligrosos que los del sexo.

El día a día de la guerrilla
Caminar por la selva colombiana sin un objetivo determinado es ir burlando constantemente a la muerte. Es fácil perderse, coger una enfermedad parasitaria o caer en una profunda depresión al comprobar que el esfuerzo exigido no lleva a ninguna parte. Además, la escasez de víveres y la dificultad para conseguirlos hacía que muchas veces tuvieran que alimentase con lo que la propia naturaleza les ofrecía. Vivir a escondidas, siempre vigilantes de las ofensivas que el ejército colombiano realizaba sobre ellos, producía tensiones si se comprobaba que algún componente no cumplía la misión asignada con la debida atención y diligencia. La vida era aquí muy diferente a la que habían vivido en los suburbios humildes de la ciudad. Interminables marchas, portando a veces pesadas cargas, una dura disciplina que obligaba mantener despierto el cuerpo y alerta el espíritu, pues aquí se valoraba más el valor, la resistencia física, el alarde de fuerza que las ideas que se pudieran aportar
Cuando Domingo y sus amigos Manuel y José Antonio entraron en el ELN, el número de sus componentes estaba cercano a los 300. Divididos en diferentes grupos cada uno tenía su jefe, siendo Fabio Vásquez el dirigente supremo. La simpatía que la población sentía hacia ellos no era siempre la misma. Su mayor aceptación la tenían en el mundo campesino que era el que más sufría las consecuencias de un gobierno oligarca. A veces, cuando realizaban asaltos en lugares estratégicos para conseguir más armas o provisiones, subía o bajaba su estima según fueran los daños colaterales que causaban.
La guerrilla era ante todo evitar el ser capturado por la policía o por el ejército. Por ello, cuando realizaban algún sabotaje, la misión principal era la huida inmediata a otros lugares procurando despistar a sus perseguidores. Esta actividad militar constante les impedía el poder realizar la principal misión de su organización: realizar entre los campesinos una labor social de reivindicación. Manuel Pérez, en entrevista concedida a la escritora María López Gil (Manuel, El cura Pérez.: Camilo camina en Colombia) se lamentaba de este hecho. Dudaba si lo que estaban realizando tenía algún valor para los habitantes de la zona, pues cuando ellos huían de un determinado lugar, el ejército masacraba sus tierras.
Al escritor vasco Ion Arregui le cuenta Manuel en Los sueños intactos: el cura Pérez, que aunque ellos estaban acostumbrados a la renuncia, al sacrificio y a la austeridad, les fue en cambio muy costoso el adaptarse a las condiciones de la guerrilla, sobre todo al comprobar el mal trato que se les daba a los combatientes que, estando a veces en situaciones sobrehumanas, se les imponía severos castigos, así como la falta de solidaridad; y sí en cambio abundaran las reyertas internas por motivos ambiciosos de poder. Este concepto de la guerrilla fue lo más duro de entender. Además, se llegaba a situaciones límite en las que para dar ejemplo y escarmiento se ajusticiaba al que se creía culpable. El propio Manuel fue acusado por el grupo de crear divisionismo entre los compañeros y de intentar la deserción. “Yo mismo fui sometido -cuenta- a un juicio donde estuve en riesgo de ser condenado a muerte por mis compañeros, por errores que se me atribuían y que realmente no eran objetivos. Son situaciones límites de la vida donde uno siente al mismo pueblo condenándote por algo que no es real, que no es objetivo y justo”
El escritor cubano Walter J. Broderick narra en El guerrillero invisible cómo se desarrolla una de estas asambleas en las que se va a juzgar a los posibles culpables, siete en total, por intentar la deserción, entre los que se hallaba el sacerdote Manuel Pérez. Los cargos a Manuel partían por haberle encontrado Ricardo Vásquez, hermano de Fabio, una libreta con los dibujos de unos croquis de las montañas acusándole de marcar el camino para la escapada. Manuel se defendió aclarando que aquellos bocetos los realizaba para no perderse como así le había ocurrido en una ocasión. Los ochenta guerrilleros que formaban la asamblea escucharon los cargos contra él y cada uno daba su opinión. Tras varios días de discusiones, cuenta Broderick, tomó la palabra Domingo Laín para denunciar a los acusados, incluso a su compañero Manuel. Éste, incrédulo, quiso aclararle el asunto pero se encontró con la seca respuesta de Domingo: “Con mucho dolor me siento obligado, en nombre de la revolución, a exigir el castigo máximo para un hombre que una vez fue mi hermano en el sacerdocio y en la lucha.”
Esta frase, dice luego Broderick, está basada en unas revelaciones de Manuel Pérez al periodista vasco Ion Aguerri. He leído ese contexto en el libro citado, y no aparece la mencionada frase. Lo que Manuel le comenta a Aguerri es lo siguiente:
“Domingo había presenciado el juicio que se me había hecho y no podía entender que yo hubiera cambiado, como decía él, a tener estos problemas; pero yo no podía convencerle de lo contrario porque era simplemente mi palabra contra la de los demás. Pasó el tiempo, y mi ilusión, casi obsesiva, era encontrarnos nuevamente, porque yo sabía que él había vivido una situación similar posteriormente, aunque no estábamos juntos en el mismo grupo donde también él cometió un error y se le hizo juicio. …Yo mantenía la ilusión de encontrarme con él para que pudiéramos charlar en otras condiciones y poder reflexionar mucho sobre este tipo de problemas. Lastimosamente, cuando el grupo en el que él andaba se encontró con el mío ya era después del desastre de Anorí y fue allí en donde él cayó. Para mí fue muy dolorosa la muerte de Domingo, por la amistad que nos unía y por quedar esa deuda pendiente de haber podido profundizar y aclarar aquel mal entendido”.

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