miércoles, 20 de julio de 2016

CAPÍTULO V.- PRIMER VIAJE A COLOMBIA

CAPÍTULO V

PRIMER VIAJE A COLOMBIA

En la historia de Colombia el primer español que pisó su tierra fue el conquistador Alonso de Ojeda en el año 1549. El territorio estaba ocupado por diferentes pueblos en diversos grados de civilización. Una de las primeras ciudades que se fundó fue la de Cartagena en la costa del Caribe (1533). Unos años más tarde los conquistadores se adentraron por el interior en busca de las fabulosas riquezas de El Dorado. Fue Gonzalo Giménez de Quesada quien remontó las aguas del río Magdalena y fundó Santa Fe de Bogotá (1538).
La Iglesia católica se estableció muy pronto, eligiendo Cartagena como sede del primer obispado, y hasta estableció un tribunal de la Santa Inquisición que contaba con un delegado en Santa Fe. Durante tres siglos, la corona española explotó de forma desmesurada las riquezas del país. Con la llegada del espíritu revolucionario francés a través del libro Los derechos del hombre, apareció el cultivo de la independencia, ésta llegó por mediación de Simón Bolívar (1821), tras la victoria de Boyacá, proclamando la República de la Gran Colombia con las incorporaciones de Venezuela, Ecuador y Panamá. Desde entonces se sucedieron periodos dictatoriales con otros más liberales. Y fue a principio del siglo XX cuando aparecen los EE.UU. interesándose por establecer su influencia en la zona del istmo.
En la década de 1960 a 1970, no sólo en Colombia, sino en la mayoría de las naciones de América Latina, la Iglesia, sobre todo el clero joven, vive en una constante efervescencia, lo que le lleva a sufrir una grave crisis interna. En este decenio, marcado por conflictos civiles y económicos, se suceden los golpes militares apareciendo focos de subversión guerrillera que se instalan en las selvas y ciudades del continente; así nacen los primeros grupos guerilleros: ELN (Ejército de Liberación Nacional); FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el Movimiento 19 de Abril (M-19)
La lucha se verá fortalecida por el triunfo revolucionario en Cuba, llevando a Fidel Castro a convertirse en líder de las transformaciones radicales de tipo socialista. Este hecho provoca un fuerte impacto en los miembros de la Iglesia, un sector de la cual considera, según cuenta el profesor de Historia Universal, Héctor Concha Oviedo, que ella es un obstáculo a las necesarias transformaciones sociales. Por otra parte, las Encíclicas “Mater et Magistra” (1961), la “Populorum Progessio” (1967), el Concilio Vaticano II y las conclusiones que la II Conferencia General Episcopal (CELAM) celebrada en Medellín recopiló, dieron nuevas y esperanzadoras fuerzas a la ya progresista Iglesia
Por el todo el subcontinente americano aparecen organismos que condenan la delicada situación de su entorno, siendo denunciadas como resultantes de las injustas estructuras derivadas de un capitalismo comprometido con la Iglesia. Entre estos grupos críticos se encuentran los sacerdotes del Tercer Mundo de Argentina, el grupo ISAL de Bolivia, Golconda de Colombia y ONIS de Perú. En este último, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, dará concreción teórica a la llamada Teología de la Liberación nacida a raíz del Vaticano II y presentada luego como alternativa a la Teología oficial católica, a la que consideran burguesa y europea. Teología que será más tarde combatida por las autoridades vaticanas, y especialmente por la sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe dirigida entonces por Joseph Ratzinger, actual Papa.
Con esta situación de un clero inquieto y preocupado, Colombia se prepara a recibir la visita de Pablo VI, para celebrar el Congreso Eucarístico Internacional en Bogotá. Esta visita era la primera que realizaba un papa a un país de América latina; hecho éste que colocaba a Colombia como centro de atención mundial, lo que hacía que el estado colombiano, presidido por Carlos Lleras Restrepo, realizara grandes esfuerzos para mostrar una buena imagen de su país. Sin embargo, el ambiente no estaba de su parte, pues en ciudades como Cali, Medellín y Barranquilla se celebraban constantemente huelgas por el gran incremento de los impuestos que perjudicaban a los más débiles. Ello obligó a que el presidente implantara el estado de sitio en todo el territorio nacional. Y lo que en ese momento hacía más preocupante la situación era la participación del clero en estas protestas públicas, lo que introdujo un debate abierto sobre la infiltración comunista en los jóvenes sacerdotes. Y a este hecho habría que añadir el impacto causado por la ideología del Ché Guevara en los cristianos comprometidos con los sectores populares, al recordar sus opiniones sobre ellos.
Los cristianos deben optar definitivamente por la revolución y muy especial en nuestro continente, donde tan importante es la fe cristiana en la masa popular; pero los cristianos no pueden pretender en la lucha revolucionaria imponer sus propios dogmas, ni hacer proselitismo para sus iglesias, deben venir sin la pretensión de evangelizar a los marxistas y sin la cobardía de ocultar su fe para asimilarse a ellos.
Cuando los cristianos se atrevan a dar testimonio revolucionario integral, la revolución latinoamericana será invencible, ya que hasta ahora los cristianos han permitido que su doctrina sea instrumentada por los reaccionarios.

Domingo llega a Colombia
Domingo Laín llegó a Colombia a finales de 1967 encontrándose con un país sumergido en una incipiente anarquía, mucha desconfianza en los gobernantes y escasa medidas para intentar solucionar las grandes desigualdades existentes. En principio, Domingo iba a ir a la Republica Dominicana con sus compañeros de viaje, Manuel Pérez, nacido en Alfamén (Zaragoza), y José Antonio Jiménez, del pueblo turolense de Ariño, por ser ese país el que le correspondía a la diócesis de Zaragoza para enviar a sus sacerdotes. Los tres estaban integrados en la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA) por haber estudiado en el seminario que la Obra tenía en Madrid. Y fue allí en donde captaron las necesidades que tenía la América Latina en donde la pobreza era mucho mayor que en Europa. Según cuenta el escritor J. W. Broderick, al Seminario iban a dar charlas personalidades que habían interviniendo en la redacción de documentos del Concilio Vaticano II. Uno de ellas era José Mª González Ruiz, un teólogo de ideas avanzadas que incluso asesoraba a los obispos españoles en Roma; las ideas que de este teólogo recibieron fueron muy novedosas, y aunque la teología de la liberación estaba en estado incipiente, ya les hablaba del “ateísmo humanista” y de la “alienación religiosa”; este teólogo les leyó la cita de Carlos Marx que afirmaba: “Es fácil llegar a ser un santo si uno no quiere ser un hombre”, pensamiento que les hizo profundizar de forma más crítica sobre la idea de Iglesia que ellos habían recibido a lo largo de sus estudios.
Cuando estaban a punto de partir a tierras americanas, conocen la noticia del fallecimiento del sacerdote colombiano Camilo Torres. Tomaron entonces la decisión de que Domingo se trasladara a Bogotá para conocer más detalles de la muerte en la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional), del famoso sacerdote a quien ellos admiraban, porque representaba el camino a seguir. Querían saber qué tipo de compromiso político había tenido con las fuerzas revolucionarias.
Llegado Domingo a Colombia, su primer destino fue en un humilde barrio de Bogotá en donde a la vez que realizaba su labor pastoral se puso a trabajar como obrero en una fábrica de ladrillos. El patrón que lo contrató desconocía que era sacerdote; cuando pasado el tiempo se enteró de que era el párroco de un barrio cercano no se lo creía, y tuvo que reconocer que era el trabajador que mejor cumplía con sus obligaciones. Domingo, integrado totalmente en el grupo, llegaba puntualmente a su trabajo y lo realizaba con un ritmo agotador. Los ladrillos que ya habían sido secados los cargaba en una carretilla y los trasladaba al horno para su cocción. Más tarde diría al referirse a esa experiencia: “Experimenté en carne propia la situación de explotación y miseria de la mayoría de la población”.
La audacia de Domingo, su valentía para defender los derechos de los más necesitados, no fue bien visto por la Curia de Bogotá que veía en él a un desestabilizador del sistema político colombiano; la casa parroquial que le fue asignada como residencia la abandonó y se fue a vivir a una humilde chabola. Si los obreros con los que compartía el esfuerzo vivían así, él tenía que dar ejemplo de vida. Además, Domingo se relacionaba con intelectuales universitarios descontentos con la situación del país y hasta acudió en alguna ocasión a las reuniones que éstos mantenían en la Universidad. En una de ellas, uno de los asistentes, al verlo tan callado le pidió de malas formas que manifestara su posición. Domingo, siempre muy sereno, y amigo de pocas palabras, le contestó lacónicamente: “Creo estar más comprometido que usted y muchos como usted en la causa de los débiles y oprimidos de Colombia. Y aunque no soy colombiano, estoy dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias”. Esta respuesta inesperada fue contestada con un gran aplauso por todos los asistentes; sin embargo, aquellas palabras también fueron oídas por un policía camuflado en la sala que tomó buena nota de lo que Domingo acababa de expresar. Las consecuencias fueron inmediatas; le obligaron a abandonar su primer campo de trabajo y lo trasladaron a Cartagena en un rancho miserable de la parroquia que le asignaron.
En el nuevo barrio siguió pregonando la doctrina de Cristo como lo hizo en Bogotá, unido siempre a los más humildes, comprometiéndose con sus necesidades vitales, ayudándoles a resolver conflictos de explotación en el trabajo. En esto estaba Domingo cuando son expulsados de Santo Domingo Manuel Pérez y José A. Jiménez; éstos, enterados de lo que hacía Domingo no dudaron en unirse a él en su lucha por conseguir que los obreros consiguieran una vida más digna. Este deseo de identificarse con los más pobres fue bien visto en principio por el obispo de Cartagena que había conocido y tratado a Camilo Torres; sin embargo, pronto intentó disuadirles de su idea al comprobar que ese acercamiento total hacia los más necesitados quitaba crédito a la Iglesia tradicional unida siempre a los más fuertes. Ellos desoyeron estas observaciones y siguieron trabajando en intentar mejorar las condiciones laborales de sus parroquianos y en sanear sus humildes viviendas en donde la falta de higiene producían numerosas enfermedades.

El manifiesto de Golconda.
En el mes de julio de 1968, un mes antes de que el papa Pablo VI visitara Colombia, se reunieron cincuenta sacerdotes colombianos en una finca del municipio de Violá, en Cundinamarca, que recibía el nombre de Golconda. Querían conocer cómo marchaban los trabajos que en el campo social cada uno de ellos realizaba; poner en común los puntos de vista conflictivos que más rápidamente querían resolver. De este primer encuentro, además de unirles y revalorizar sus ideas, llegaron a la conclusión de profundizar más intensamente en el conocimiento de la reciente encíclica Populorum Progresio para en la próxima reunión sacar las debidas conclusiones.
El segundo encuentro tuvo como sede la ciudad de Buenaventura debido a la simpatía que por estos sacerdotes tenía el obispo Monseñor Gerardo Valencia cuya diócesis él regentaba. A la reunión, celebrada en diciembre de 1968, asistieron sacerdotes de todo el país así como de otros de América Latina. El tiempo de Adviento en el que se realizó le daba un significado especial al relacionar el tiempo de espera litúrgico con la esperanza en las aspiraciones del hombre colombiano. Todas las sesiones de la reunión tenían como tema central la problemática social en la que vivía la nación colombiana. Tras cuatro días de intenso trabajo y arduas discusiones, pudieron elaborar un documento para darlo a la opinión pública; documento que habría de marcar un antes y un después en las relaciones de estos sacerdotes con sus superiores.
En su Introducción, el documento explica que todo él está basado en la doctrina del famoso documento de Medellín y en la profundización que el Vaticano II realiza sobre la identificación de la Iglesia con sus feligreses.
…América latina parece que vive aún bajo el signo trágico del subdesarrollo, que no sólo aparta a nuestros hermanos del goce de los bienes materiales sino de su misma realización humana. Como cristianos, creemos que esta etapa histórica está vinculada íntimamente a la historia de la salvación. …Como sacerdotes, compartimos vivamente la preocupación de nuestros obispos y nos hemos impuesto la tarea de lograr una visión objetiva de esta realidad de explotación para reflexionar sobre ella a la luz del Evangelio, al fin de encontrar orientaciones pastorales concretas de una acción coherente y a nivel nacional. El presente documento, que manifiesta nuestro estudio, reflexión y compromiso, lo ofrecemos como un servicio a todo el pueblo de Dios, en particular a nuestros hermanos en el sacerdocio, así como también a todos los colombianos que de buena voluntad quieran comprometerse en el cambio radical de estructuras.
El que unos sacerdotes, entre ellos Domingo Laín, se atrevieran a criticar que, no sólo en Colombia, sino en toda Latinoamérica, existía una clase dirigente como dueña absoluta de las tierras que en tiempo pertenecieron a los indígenas, que la situación trágica de subdesarrollo se remonta a la época colonial, y que la dependencia económica, cultural y social actual la ejercen potencias extranjeras, a través de las clases dirigentes del país, así como el manifestar que, tras los edificios monumentales, los lujosos aeropuertos y autopistas, yace un pueblo sufriendo, humillado, amordazado por su misma inconsciencia y acomplejado por las fuerzas represivas de una violencia instalada en el poder, nos demuestra que esta joven curia, convencida de que para que el mensaje verdadero del Evangelio se convierta en realidad, se atreven a manifestar:
La Iglesia debe mantener su independencia frente a los poderes constituidos y los regímenes que lo expresan, para no hacerla sospechosa de alianza con ellos.
¿Se puede pedir mayor compromiso? No hay duda de que este encuentro de Golconda fue el renacer de un ideal muy difícil de conseguir, pero no por ello había que desaprovechar la ocasión de comenzar su conquista. Tras el profundo análisis realizado sobre la situación colombiana, siguen reflexionando a la luz del Evangelio para intentar dar respuesta a ciertas inquietudes sacerdotales que manifestaban su compromiso en los problemas temporales. Y si éste no era sincero creen que el testimonio del sacerdote corre el riego de carecer de autenticidad.
Para explicar esta nueva actitud de la Iglesia con el pueblo al que tienen que servir, exponen unos objetivos en el campo social, económico y político, entre los que destaca el comprometerse cada vez más en las diversas formas de acción revolucionaria contra el imperialismo y la burguesía neocolonial, evitando caer en actitudes meramente contemplativas y, por lo tanto, justificadoras. Y sobre todo:
Luchar denodadamente por la actualización de las estructuras eclesiásticas, tanto en su organización interna como en la liquidación de regazos preconciliares, tales como el maridaje entre la Iglesia y el Estado, cuya separación es exigida por la diferente dimensión de la personalidad y de la sociedad en que se colocan la acción eclesial y la acción civil, Las cuales, aunque constituyen una única realización del individuo y en la sociedad, se distinguen por el carácter trascendente de la primera.
A continuación manifiestan que la postura que acaban de exponer la consideran inseparable de su tarea litúrgica y evangelizadora, y piensan que el ambiente más adecuado para llevarlo a la práctica es en la comunidad de base, en la que el cristiano encuentra la vivencia de la comunión a la que ha sido llamado. Luego expresan que toda actividad debe pasar por un testimonio personal y comunitario en la entrega completa y en la pobreza
La situación presente exige pues, de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, el espíritu de pobreza que rompiendo las ataduras de la posesión de los bienes temporales, estimule al cristiano a disponer orgánicamente de la economía y el poder en beneficio de la comunidad. Así mismo, no compartimos que organismos extranjeros se conviertan en distribuidores de excedentes agrícolas que, so pretexto de ayuda, disimulan la explotación que ejercen a través del intercambio; revistiéndose de una aureola de generosidad y creando en quienes la reciben el espíritu de limosneros.
Buenaventura, 13 de diciembre de 1968.
Este documento es firmado por cincuenta sacerdotes de los que quince no aparecen su nombre por discreción. Junto al nombre va la localidad en la que cada uno de ellos está adscrito. El primero de la lista es Monseñor Gerardo Valencia Cano, obispo de Buenaventura; los restantes pertenecen en su mayoría a Bogotá, Bucamaranga, Medellín y Cartagena. La firma de dos sacerdotes aragoneses está presente; son la de Carmelo García, de Tarazona, y la de Domingo Laín, de Paniza. No aparecen las de Manuel Pérez y José A. Jiménez porque, aunque asistieron y participaron activamente en sus discusiones, estaban como expulsados de la República Dominicana y no tenían pasaporte.
¿Qué pasó con el espíritu de Golconda? Las autoridades eclesiásticas, en su mayoría, no vieron con buenos ojos que los acuerdos tomados se llevaran a la práctica. Solamente los más jóvenes eran partidarios de esa doctrina cuyo origen estaba en el movimiento impulsado por el ya mítico Camilo Torres. Así mismo, las fuerzas políticas vieron en ese acuerdo el germen de un movimiento comunista que en nada les iba a favorecer. René García, un sacerdote colombiano con el que Domingo Laín tenía una gran relación, denunciaba desde el periódico Frente Unido que él dirigía, los pensamientos e inquietudes del espíritu renovador de la nueva Iglesia. Esto le costó el ser expulsado del país, como más tarde lo sería Domingo. El manifestar que el “pecado” no sólo recae en el individuo sino también en las estructuras sociales injustas, cuyo frío entramado da forma a la violencia institucionalizada acarreando pobreza, opresión e ignorancia, era demasiado atrevido para que las fuerzas opresoras del estado no intentaran eliminar a sus defensores.
Este espíritu renovador también adquirió en Chile gran auge en el movimiento Iglesia Joven, grupo radical de corte izquierdista que nace en esta época. Formado por sacerdotes, religiosas y laicos, tuvo una corta pero muy activa trayectoria que encontró una gran resonancia en la opinión pública, sobre todo en la famosa “toma” de la catedral católica de Chile o la interrupción de la consagración episcopal de Monseñor Ismael Errázuriz, así como la ocupación de los jardines del Congreso Nacional. Estas acciones premeditadas y espectaculares las realizaban para demostrar que el Concilio Vaticano II había abierto una gran brecha entre los llamados sacerdotes progresistas y los que eran reacios a cambiar las estructuras de la Iglesia.

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