miércoles, 20 de julio de 2016

CAPÍTULO III.- ORDENACIÓN SACERDOTAL

CAPÍTULO III

ORDENACIÓN SACERDOTAL

El momento crucial se acercaba. Tras haber recibido con anterioridad las órdenes menores de subdiácono y diácono, llegaba el instante trascendental de recibir el sacramento del sacerdocio con el carácter que imprime, y la responsabilidad que ante Dios y los hombres acarrea. Se necesitaba un convencimiento total y pleno para poder ser fiel al Evangelio y vivir de acuerdo a lo que Jesús proclama: amar al prójimo como a ti mismo; practicar su doctrina no como un rito que hay que cumplir, sino como alimento necesario para vivir y dar testimonio a los que te rodean. Esto significaba renunciar a muchas cosas, mas si la energía necesaria se nutría del amor a los demás, y éste no decaía, el triunfo, me decía Domingo, estaba asegurado. Él pensaba vivir junto a los humildes, a los que la vida les había negado la posibilidad de promocionarse, de alcanzar lo mínimo para que su dignidad como personas no fuera pisoteada. Sabía que iba a ser duro pero no le importaba. “Sabes -me contaba-, he llegado a la conclusión de que para vivir en paz contigo mismo no hay nada mejor que entregarte a los demás, de vivir cada momento como algo irrepetible, sin la angustia de un futuro que sólo Dios conoce”. ¡Qué convencimiento de su misión tenía Domingo! Para él no valían las medias tintas. O sé es sacerdote con todo lo que ello significaba de abandono de ti mismo para pensar en los demás, o mejor era quedarse en el camino si lo hacías como una salida cómoda para vivir y que el tiempo pase sin que nada cambie. Por eso, en el acto solemne de la ordenación, cuando echado boca abajo en el suelo del altar, cubierto su cuerpo con el alba, le fuera preguntado por el señor Arzobispo si se sentía preparado pare recibir el sacramento del sacerdocio, aceptando los votos de humildad, caridad y castidad, estoy seguro que no tuvo duda alguna en contestar que Sí.
Y el día señalado llegó. La grata noticia lo había anunciado a sus familiares y amigos con emoción y alegría, pero exenta de formalismos grandilocuentes. Quería que fuésemos testigos de su sueño, de que participásemos de su felicidad con la misma humildad que él pensaba vivir. Sabía que iba a ser protagonista pero no deseaba protagonismo: este fue su primer acto de humildad.

En una sencilla invitación decía: OS COMUNICO MI GRAN ALEGRÍA: el día 28 de marzo, a las diez de la mañana –seminario de San Carlos- seré ordenado sacerdote. OS ESPERO. Que el señor esté siempre con vosotros.
Y en la parte posterior de la tarjeta añadía:
A vosotros todos que, con vuestra oración, ejemplo y amistad me habéis ayudado a llegar.

Y aquella mañana de 1965, con una primavera recién estrenada, rodeado de otros compañeros, familiares y amigos, cuando llegó el momento de echarse en el suelo boca abajo en señal de sumisión y aceptación de que estaba dispuesto a ser sacerdote para toda la vida, estoy seguro que por su cabeza se paseó sonriente la figura del Cristo de Nazaret, humilde y sereno diciéndole: Gracias, Domingo, sé que me vas a ser siempre fiel a lo largo de tu vida.
Domingo fue ordenado sacerdote en la iglesia de San Carlos de manos del arzobispo don Pedro Cantero Cuadrado. Con anterioridad ya había participado en labores de trabajo por los barrios de la ciudad de Zaragoza (Valdefierro, Oliver, Picarral…) que el arzobispo don Casimiro Morcillo había iniciado, realizando adobes para la construcción de iglesias. Este mismo arzobispo había sido secretario de las Obras Misionales Pontificias y su entusiasmo misionero lo canaliza en parte a la creación de seminarios hispanoamericanos y el envío de sacerdotes a esas tierras, aunque él era consciente de que las vocaciones sacerdotales disminuían de forma continuada al mismo tiempo que aparecían algunas vocaciones de las llamadas “tardías”. Don Casimiro, tras nueve años en Zaragoza, es nombrado arzobispo de Madrid en marzo de 1964, y tres meses más tarde ocupa la sede zaragozana el hasta entonces obispo de Huelva don Pedro Cantero Cuadrado cuyo lema de su episcopado era: “La verdad os hará libres”, aunque esto no le fue obstáculo para que durante su mandato hasta el año 1977, junto a cargos tan importantes como el de Presidente del Secretariado de Formación Profesional de la Iglesia y el de la Comisión Episcopal de medios de Comunicación Social, fuera procurador de las Cortes franquistas y miembro del famoso Consejo de Regencia. Iglesia y Política íntimamente unidas.

Su primera misa en Paniza.
El curso 1964- 65 estaba en el final del segundo trimestre. Un duro invierno con temperaturas bajísimas hacían mi estancia en la localidad de Manchones, en donde ejercía de maestro, muy dificultosa. Los manzanos de la estrecha huerta del Jiloca todavía tenían apretadas sus yemas, y únicamente algunos almendros dejaban ver por las laderas su incipiente fruto. Una mañana de mediados de marzo, recibo una carta (la correspondencia llegaba con mucho retraso) de Domingo. En su misiva, además de felicitar a mi esposa, y naturalmente a mí, por haber sido padres, nos anunciaba su ordenación sacerdotal y la celebración de su primera misa.
….Todo llega. Pero esto de ser cura no es nada deportivo. Te lo aseguro. Quizá
no te lo creas pero es difícil anunciar a Dios con la palabra y con la vida en medio de un mundo cada vez más indiferente y hostil. Y sobre todo es difícil ser fiel. No me creas pesimista. Me alegro profundamente el que me haya tocado vivir en estos tiempos. El futuro puede ser maravilloso. Sólo que me da un poco de miedo la libertad que Dios ha dado a los hombres. En fin no quiero “sermonear” ya. No sé cuándo diré mi primera misa en Paniza. Será, desde luego, un día de fiesta por la tarde. Me gustaría, si a ti no te importase y te fuese posible, que me ayudaras tú y me leyeras la epístola. Ya te escribiré y tú dirás.
Pili ¿Cómo te va eso de ser mamá? De todo habrá ¿no? Acordaos de este pobre tipo el día 28.
Domingo.
La lectura de esta carta me trajo a la memoria las numerosas conversaciones de que había tenido con Domingo. Él no veía con buenos ojos que la Iglesia española estuviera íntimamente unida al Régimen de Franco y abusando a veces de ese poder que había heredado tras la Guerra Civil. Ser cristiano, me decía, no es un apellido más para la persona; si eres cristiano, tienes que implicarte en los graves problemas que existen en la sociedad, no sólo de pobreza y marginación, sino también de falta de libertades. Afirmar esta idea cuando la Iglesia como institución tenía un poder inmenso en el Gobierno, y hacer alarde de él, era un poco arriesgado. Por ello, cuando me enteré de su decisión de marcharse a América no me causó sorpresa. De lo que él estaba seguro era que haría todo lo posible por vivir su sacerdocio de acuerdo al Evangelio.
Pero Domingo no era una persona amargada; su vitalidad y sus ganas de hacer cosas distintas le llenaba de satisfacción. Su afición al teatro le llevó a colaborar con el sacerdote Alejandro Conde, a quien Domingo admiraba, porque su labor en el pueblo ya no se limitaba únicamente a los actos litúrgicos sino que se preocupaba de los problemas sociales y luchó por conseguir entre otras cosas que en el pueblo se edificaran un grupo de viviendas de las llamadas “baratas”; animar a los hombre a que la Cooperativa Vinícola fuera una realidad y a que los chicos y jóvenes pudiésemos tener un campo de fútbol en unos terrenos del Ayuntamiento que, gracias a la aportación de todo el pueblo se pudo construir, igualmente que un nuevo salón Parroquial en donde obras teatrales como La herida luminosa de M.Segarra, y La barca sin pescador de Alejandro Casona, fueron unas de las que Domingo protagonizó cuando todavía era seminarista.
Su primera misa la celebró en Paniza el 17 de abril de 1965; como párroco estaba don Esteban Guillén. Desgraciadamente no pude asistir a tan importante acto y me quedé sin poder leer la epístola en la solemne ceremonia; sin embargo recibí una nueva carta en la que me contaba lo feliz que había sido al poder compartir su alegría con todo el pueblo en un acto humilde, íntimo, sin estridencias pero lleno de una gran espiritualidad; huyendo de la grandilocuencia que algunas veces suelen acompañar estas celebraciones. Domingo era feliz. Ya podía compartir su gran amor por Cristo con todos aquellos que lo necesitaran. Tiene que ser emocionante para una persona vivir como se piensa olvidándose de si mismo para darse a los demás. ¿Dónde estrenaría su sacerdocio? La idea de ir a África ya la había rechazado, pero su celo por Latinoamérica estaba muy vivo, y aunque su ilusión iba en aumento, todavía tendrían que pasar más de dos años para que su sueño se hiciera realidad.

Tauste, su primera parroquia.
En la comarca de las Cinco Villas, Tauste es el primer pueblo a encontrar desde Zaragoza tras atravesar Alagón y Remolinos. En la noble villa, llena de recuerdos históricos y literarios, debutó como sacerdote Domingo Laín. Cuando él llegó, mayo de 1965, la parroquia disponía de tres sacerdotes, eran tiempos en que junto al párroco titular había uno o dos coadjutores que le ayudaban, y aunque la estancia de Domingo apenas sobrepasó un año, fue tiempo suficiente para dejar entre los taustanos, sobre todo en los jóvenes, un recuerdo que todavía persiste.
Preocupado por dar a la juventud un lugar de encuentro en donde no sólo cambiaran impresiones sino que sirviera también para adquirir formación cultural, fundó un círculo al que se le puso el nombre de “Club de la Amistad”. Dirigido por los propios jóvenes -el taustano Pepe Ruiz sería su primer presidente- tenía como finalidad elevar el nivel humano y cultural mediante diferentes actividades artísticas, deportivas y recreativas. Entre las artísticas destacaban las dedicadas a la escenificación de pequeñas obras, cine y teatro forum, rondalla, bailes folclóricos y modernos, y audiciones musicales. Al círculo podían pertenecer los jóvenes desde los catorce hasta los 35 años.
La parroquia disponía de una moto vespa que Domingo usaba para desplazarse a otros pueblo cercanos a los que quería llevar sus inquietudes para que la juventud despertara del letargo en el que se hallaba. Pueblos con pocos habitantes que la emigración de la década de los sesenta dejaba medio despoblados. Pero una faceta que pasaba casi desapercibida para muchas personas era su preocupación por la gente necesitada y por los “sin techo” que él encontraba. Sin alardes procuraba compartir con ellos parte de su comida y el poco dinero de que disponía. Por eso, algunas veces, en los sermones dominicales en la parroquia, dejaba caer sobre la conciencia de los que más tenían que, acudir a la iglesia poco les iba a servir si no ayudaban a quienes sabían que estaban necesitados; la casa en donde Domingo estaba hospedado, era a veces refugio de gente sin recursos. Tampoco se amilanaba cuando había que trabajar de pico y pala para reparar un viejo suelo que en la iglesia se había levantado y sus feligreses lo veían con cierta sorpresa con la sotana remangada como un obrero más.
Tras su estancia en Tauste marchó a Madrid al Colegio sacerdotal “Vasco de Quiroga”, residencia de cooperación sacerdotal hispanoamericana, para preparar su marcha a Latinoamérica. Desde la residencia envió una carta al Presidente del Club de la Amistad en donde además de darle las gracias por el homenaje de despedida que se le rindió (Domingo era reacio a estas despedidas clamorosas… “que las veo vacías y falsas, me sorprendisteis por el ambiente sencillo y normal que lograsteis a la hora del café, demostrando una gran capacidad poco comunes en nuestros ambientes de juventud”). Así mismo les agradece su colaboración en todo lo que él les pidió y diciéndoles: “¡Cuántas posibilidades hay en vosotros! Habéis desmentido todas las opiniones de mayores e incluso de sacerdotes. Cuando me encargaron de los jóvenes de Tauste, después de haber hablado con personas que os conocían, fui con verdadero miedo. Al marchar, me fui con miedo, pero con un miedo distinto”. En la carta les comunica su inminente marcha al continente americano: “Tengo ganas de encontrarme ya en América, pero… todas las cosas se conjuran contra esas ganas. Ya os podéis imaginar que nuestro trabajo y situación allá será duro y difícil. Vamos con toda generosidad: lo importante es que sepamos ser siempre fieles a Dios y a los hombres a los que vamos a servir. Amarles como son, comprenderlos, estar con ellos en el hambre, en la injusticia… No quiero ponerme pesado. No os canséis nunca, aunque no toquéis los resultados con las manos. No temáis las responsabilidades, asumidlas con generosidad. El servir a los otros es una de las formas superiores del amor. Gracias por todos y hasta que queráis”.
Qué clara tenía Domingo su misión en Latinoamérica. Cuánto desprendimiento y cuánto amor hacia los demás destilan sus pensamientos. Quería estar siempre al lado del necesitado porque sabía que una persona con hambre no puede pensar, se convierte en un muerto viviente. Y ese iba a ser su principal objetivo: amor sin límites, entrega total sin esperar recompensa alguna; el premio, si llega, tendrá sólo valor espiritual.
Cuando Domingo volvió a España al ser expulsado de Colombia, fue a visitar a sus amigos de Tauste. Estos le recibieron con los brazos abiertos y encontraron al joven sacerdote algo envejecido. El reloj que en su despedida le habían regalado ya no lucía en su muñeca. Seguramente aquel obsequio que él no quería recibir le sirviera para una vez vendido paliar las necesidades mínimas de alguna familia. Cuando le preguntaron por él -hasta le habían inscrito su nombre- Domingo sonrió y les dijo: “No sé, en algún lugar lo debo de tener”. Y allí, a sus jóvenes amigos les contó las necesidades de una juventud colombiana que a los doce años ya eran adultos y que su edad media de vida no llegaba a los cuarenta. “Una vez que conoces aquello ya no puedes quedarte al margen. Tienes que implicarte en sus problemas si de verdad quieres tener la conciencia tranquila”. Y así, con esa humildad y sinceridad que le caracterizaba, les dijo que aunque estaba expulsado haría todo lo posible por volver a aquellas tierras. Los taustanos no le olvidan. Recientemente, la coral “Virgen de Sancho Abarca” que va a celebrar su cuarenta aniversario, recuerda que el sacerdote Domingo Laín, estuvo en primera línea junto a su directora, Ana Larraz, para que el primer grupo coral pudiera formarse.

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