jueves, 30 de junio de 2016

PIZARRA Y CLARIÓN. PRESENTACIÓN y PRÓLOGO.

 PIZARRA Y CLARIÓN
Recuerdos de la escuela rural franquista: 1960-1970)
Santiago Sancho Vallestín

A Pilar, mi esposa y ángel de la guarda.

PRESENTACIÓN: Pasión por la educación por Pilar de la Vega Cebrián.
PRÓLOGO.


PASIÓN POR LA EDUCACIÓN
Ejercer el oficio de escribir obliga a pensar, actividad siempre peligrosa. La necesidad de crear palabras que hablen y tengan vida propia, sirve para conformar una visión de nuestro entorno; para ayudar a entenderlo. Pensar y decir lleva a establecer unos espacios para “ser”. En Pizarra y clarión los recuerdos son personales y de unos momentos especiales por su significación histórica. He de reconocer que los mecanismos de la memoria son a veces arbitrarios; recordar es difícil, y hacerlo sin subjetividad me parece una meta inalcanzable. Elliot escribió unos preciosos versos:
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido/ tienden a un solo fin, siempre presente. / Resuenan pisadas en la memoria/ por la senda que no tomamos/ hacia la puerta que jamás abrimos/ ante el jardín de rosas. Así en tu mente/ resuenan mis palabras. Mas ¿qué las mueve/ a perturbar el polvo en un cuenco de pétalos de rosa?, no lo sé. Otros ecos habitan el jardín. ¿Los seguiremos?
Creo que es necesario entender que el pasado solo existe de verdad en la memoria de quienes lo vivimos, y es tan frágil como las conexiones neuronales que lo hace posible. De la misma manera que el diseño de nuestro futuro colectivo necesita el recuerdo y el análisis de lo que aconteció en el pasado, es importante que comprendamos que, a veces, en los libros, el tiempo se fosiliza en Historia. Jaime, el maestro protagonista de Pizarra y clarión, recuerda algo y no todo lo que pasó; por lo tanto, pasó lo que recuerda, y existe hoy porque lo recuerda. Por ello, Jaime (Santiago) desea escribir sus vivencias, recuerdos de unos años que fueron importantes para los que las vivieron y que pueden servir para comprender algunas cosas que nos pasan hoy.
Este texto que tiene el lector entre sus manos es un libro pequeño en dimensiones pero grande en emociones. La misma que yo he sentido al leerlo. Mis vivencias infantiles están ligadas a una escuela rural. Me llamo como su hija y esposa, y la maestra era mi madre. Conmueve leer su relato de vida, contada con ojos de niño, de esos niños siempre presentes y a los que tanto quiere.
“Con entusiasmo, pero algo nervioso, comencé mi primer día de clase en La Zaida, muy distinto a los anteriores”. Comienzo y fin de un curso escolar; evolución y paso del tiempo; vivencias y recuerdos de los últimos y primeros días de clase: nuevos y viejos alumnos. Los profesores, cuando comenzamos un nuevo curso solemos pensar en los que ya no están y deseamos que hayamos sido capaces de conseguir el deseo de Pitágoras: “Educar es templar el alma para las dificultades de la vida”. Volvemos un año más a las aulas. Miramos y vemos a nuestros alumnos. Son parecidos a los que dejamos en junio. El tiempo para ellos se ha detenido. Tienen la misma edad, pero son distintos. Ellos y nosotros nos incorporamos con recuerdos del último verano, ilusión y esperanza del reencuentro y un poquito de miedo e inquietud ante lo nuevo: en nuestra mochila anidan experiencias de buenos y malos recuerdos.
Jaime (Santiago) volvía de nuevo a intentar educar y no solo a transmitir conocimientos a chicos alborotadores, activos, pasotas a veces, responsables otras, pero, sobre todo, llenos de vida y de esperanza. Quizá esa juventud ilusionada de nuestras aulas es contagiosa. Por ello, él, cada año pensaba en cómo enseñarles más y mejor.
“En los primeros años de aprendizaje había que ir a la enseñanza individualizada; cada uno evoluciona de forma distinta y necesita diferente metodología”. En los momentos actuales los alumnos más pequeños ya se han incorporado a la escuela. Cada vez los pedagogos dan más importancia a este periodo educativo. Los seres humanos, a diferencia de los animales, nos distinguimos por tener una infancia prolongada. Es en este largo periodo donde tenemos la posibilidad de aprender una serie de conductas que amplían nuestra facultad de actuar en la vida: se forja nuestra personalidad y todos necesitamos una serie de destrezas para poder convivir, por lo que el aprendizaje no es un privilegio sino una verdadera obligación.
La familia es el grupo social dentro del cual el niño aprende que la vida humana se basa en la interdependencia y el intercambio. El nexo del niño con el mundo es a través de sus actos y del lenguaje, algo que se resume en la expresión, socialización primaria, y forma la base sobre la que se construye la educación escolar, la socialización secundaria; aunque a veces la escuela tiene que realizar las dos socializaciones creándole verdaderos problemas.
Nos sorprende que Jaime (Santiago), adelantándose a su tiempo, nos cuente cómo fue importantísima la primera reunión con los padres de los niños de La Zaida. Estos pudieron comprobar que: “educar e instruir se complementan y que ellos tienen su protagonismo”. Los hijos necesitan no solo protección y comida, sino también modelos y educación. “Sabía –continua Jaime- que la experiencia que aquí había adquirido me iba a servir para madurar en mi trabajo y hacer de la escuela un lugar en donde los alumnos se sintieran cómodos y felices”. Por ello no es extraño que el primer texto que escriba en la pizarra con clarión en Manchones, su primera escuela en propiedad, sea: “Hoy es un buen día para soñar ¡Inténtalo!”
Con qué pocas palabras se puede expresar mejor lo que ahora asumimos con normalidad: Democracia y Educación van de la mano. La segunda es el sustento de la primera: una escuela que no busca adoctrinar a los alumnos, sino que razona sus ideas. De la misma manera que vivir es aprender a elegir y aprender a querer; enseñar a pensar es iniciar a los alumnos en algo tan variado, tan múltiple, como aprender a dudar. No podemos educar solo para el mundo que vivimos, hay que educar para la creación de nuevos mundos.
Todos los alumnos leyeron la anterior frase que resonó con fuerza en el aula. Todos se sintieron protagonistas y se miraron entre sí; pasaron luego a expresar en voz alta sus deseos. Y Bienvenido, un alumno inteligente que quiere conseguir una beca y poder ser médico, piensa que su deseo es imposible. “¿Imposible? A tu edad nada es imposible –le dice el maestro- solo hace falta voluntad, esforzarse y trabajar”.
En el curso que Jaime (Santiago) estuvo provisional en Zaragoza, su experiencia humana y de relación es distinta, pero la escuela fue para él más frustrante: “Esta escuela, más que una graduada, parecía la suma de doce unitarias en donde el director era mero administrativo. Los problemas o los éxitos eran asunto particular de cada maestro”. “... En la escuela no existía orientación pedagógica alguna, cada maestro en su clase se limitaba a intentar enseñar lo que la enciclopedia respectiva señalaba, poniendo la técnica más adecuada para que memorizaran los contenidos, muchos de ellos repetidos cada curso una y otra vez; pero razonar y pensar raramente se practicaba”.
Qué distinta será su experiencia, años después, en el colegio Rosa Arjó. Allí lo conocí yo, junto con un grupo de maestros y maestras. ¡Ellos sí que componían un verdadero equipo educativo! “De Aragón a Europa” se llamaba un proyecto, largamente trabajado y por muchos de ellos largamente soñado. Izamos las banderas de todos los países y con orgullo y alegría todos pensábamos: ¡Por fin somos verdaderos europeos!
Conocer. “Al mes de estar en la escuela -dice de Manchones- mi conocimiento de los alumnos era casi total. Los quiero, por ello deseo cambiar comportamientos”. Querer y educar. Compromiso de los padres para establecer normas de convivencia. Colaboración y participación (tareas de mantenimiento y limpieza de la escuela). Responsabilidad y solidaridad.
Los que estamos en las aulas sabemos que no se puede educar sin enseñar al mismo tiempo unas competencias. Pero es muy fácil enseñar sin educar ¿Qué queremos para nuestros hijos? Una educación que, además de darles unas competencias, les haga pensar, valorar, conocer la sociedad variable, compleja y heterogénea que viven. Conocer sus derechos, sus deberes; saber el valor de la libertad y el respeto a las normas. Entiendo que les debemos ayudar a ser libres, a no dar todo por sabido, a provocarles la reflexión, a comprometerse por unos valores, a indignarse ante las injusticias, a implicarse, a lograr mejores niveles de igualdad. Jaime (Santiago) deseaba que sus alumnos, que son el futuro, se convirtieran en hombres de bien, con valores, con responsabilidades y compromisos, con empatía hacia los que menos tienen. No solo deben de saber lo que es bueno sino ayudar a cumplirlo.
Periódico escolar: El pedregal. El título hace alusión al terreno que tenían junto a la escuela. Todos los alumnos lo llevaban a casa para que lo leyeran sus padres, o al menos lo viesen. Llevar a la escuela fuera de sus paredes, a que los alumnos comprobaran en la Naturaleza algunas cosas que habían aprendido en los libros.
Él se preguntaba, como nosotros lo hacemos ahora: ¿Qué es la escuela y para que sirve? La respuesta es clara: esta es parte de la garantía de supervivencia de la sociedad, exactamente igual como la familia lo es a otro nivel. La sociedad necesita contar con jóvenes tan competentes como los viejos que mueren. Lo ideal es que sean aún más competentes. En la escuela no solo se decide el nivel intelectual sino también el social y moral, en ella el maestro tiene un papel fundamental: su trabajo lo desempeña por encargo de la sociedad; no es el sirviente de los padres ni el esclavo de los alumnos. Para cumplir su cometido necesita sentir que cuenta con la confianza de la sociedad, pues de lo contrario no tendrá la autoridad para combinar el afecto con la exigencia.
Existe un dicho en varios pueblos africanos que dice: “Se necesita a toda una aldea para educar a un niño”. La frase expresa de manera plástica que la educación significa inserción social y que esta es directa, padres y maestros.
Jaime (Santiago) se preguntaba: “¿Y qué enseñábamos en la escuela? ¡Leer y escribir! ¡Y pensar! Aquí está la clave: el que interpreta lo que lee y escribe, además de gozar practicándolo, está preparado para progresar. Leer e interiorizar lo que lee era la meta que yo quería para mis alumnos Enseñarles el valor del trabajo, el esfuerzo y la responsabilidad.
Hacerles partícipes de su progreso. Darles suficiente confianza para que abran su corazón y nos cuenten sus preocupaciones”.
Entonces y ahora, una función clave de la educación es actuar como instrumento para la formación y el desarrollo de los individuos, permitiendo su inserción madura en la sociedad y preparándoles para el ejercicio profesional. La escuela debe intensificar su función de formación de sujetos. Es el espacio civil desde donde se debe ayudar a los alumnos a formarse íntegramente como personas y como ciudadanos. Este será uno de los más importantes lugares donde los alumnos encontrarán un espacio de formación, de reflexión de valores y de ciudadanía.
No todos los pueblos tenían funcionarios. En Manchones eran seis, pero la población empezaba a disminuir: nuestro protagonista vuelve la ciudad. Años más tarde las autoridades educativas franquistas declararon la escuela rural como un modelo a extinguir. La propuesta oficial era imitar el modelo de concentración escolar de EE UU; lo que supuso cerrar muchas escuelas para que los alumnos acudieran a grandes centros. Los alumnos de Manchones, junto a los de Murero y Orcajo, fueron trasladados diariamente a Daroca. Esta política convirtió al MEC en la principal empresa de transportes de España.
A partir de las dos últimas décadas del siglo XX, la escuela rural ha evolucionado a partir de unos principios que, curiosamente, coinciden con los que desarrolló Jaime (Santiago) en las décadas anteriores. Estos valoran la importancia de la educación vinculada al entorno, el valor de la proximidad en las relaciones humanas y las potencialidades de la colaboración entre escuelas. La figura del maestro es la clave del cambio, entonces y ahora. Por ello se contempla su formación como decisiva para el desarrollo del medio rural. ¡Cuánto echaba de menos esta Jaime y cómo disfrutaba de poder leer los textos del pedagogo Santiago Hernández cuando por fin pudo conseguirlos!
Sin nostalgia, pero con cariño, recuerdo aquellos años en que yo, desde mi responsabilidad educativa y él desde su querido Colegio Rosa Arjó, compartíamos una misma pasión, la pasión por la educación. Sentíamos la ilusión de creer que estábamos cambiando el país para hacerlo más libre y más moderno. Era un deseo generacional: cambiar una España “autoritaria, casposa y cateta” por un país abierto a Europa, nuestro referente permanente de libertad y de democracia.
En Educación teníamos un objetivo claro: la igualdad de oportunidades -más educación para más gente- y mejorar la capacidad de competir. Nuestro propósito era conseguir una educación de calidad para todos y todas, que permitiera que cada persona pudiera desarrollar plena y libremente su proyecto vital con independencia de su situación personal, familiar o económica. Todo ello desarrollando una política de consenso. Este era necesario con las Comunidades Autónomas y, por supuesto, con el profesorado, pues el proceso educativo depende mucho más de la actitud del profesor que de las ganas que tenga el alumno. Los ciudadanos nos dirán si lo logramos. Nosotros lo intentamos con todas nuestras fuerzas.
Frente al silencio, la palabra. Frente al olvido, la palabra. “Lo malo de la gente mala es el silencio de la gente buena” ( M. Ghandhi ). Creo que las palabras nos deben de servir para no olvidar a la gente buena. Y por eso deseo que estas sirvan de reconocimiento a un maestro con el que compartí y todavía comparto la ilusión y la pasión por la educación. Y con la esperanza de que el camino de ilusión que hace más de 20 años abrimos siga siendo un camino abierto a un mundo de solidaridad y de igualdad.
Pilar de la Vega Cebrián

PRÓLOGO
En Zaragoza capital, solamente había una vacante de Maestro Nacional para cincuenta opositores; las restantes, hasta diez, estaban repartidas entre las poblaciones de Tarazona, Calatayud y Calahorra. La oposición, última convocatoria que el Ministerio de Educación realizaba para poder acceder a plazas de más de diez mil habitantes, constaba de dos ejercicios -práctico y escrito- y la lectura de una Memoria de la vida profesional de cada aspirante. En realidad, si el opositor superaba los dos primeros ya podía afirmar que había conseguido plaza: el tribunal examinador eliminaba en cada prueba un porcentaje determinado de maestros; la lectura y discusión de la Memoria servía para distribuir el orden de los aprobados.
Jaime Sanz Ballester, veinticinco años, casado y una hija, estaba a escasa distancia en puntuación con otro aspirante, zaragozano como él. Los diecinueve puntos -de los veinte posibles- conseguidos en el examen práctico (aquí fue el número uno), unidos a los ocho del escrito, le daban veintisiete. Su amigo y compañero, ahora contrincante, tenía setenta y cinco centésimas más. ¿Quién conseguiría la única vacante que existía en Zaragoza?
La lectura de la Memoria, que iba a presentar ante el tribunal en cuanto lo llamaran, era esencial. Según fuera su contenido, y sobre todo la forma de defenderlo, harían que la cotizada plaza fuera para él. Si así fuese, podría abandonar el pueblo en donde había estado ejerciendo tres años; un pueblo sin comunicación directa con Zaragoza, sin agua corriente en las casas y con luz eléctrica solamente cuando el sol se ocultaba tras la lejana ladera. Él, que había nacido en un pueblo parecido, estaba acostumbrado a esas carencias, pero a su esposa, que abandonó el trabajo en la ciudad para vivir junto a su marido un amor verdadero, no le estaba resultando fácil el cometido; sobre todo en esos inviernos largos y solitarios en los que el hielo, acumulado por las noches en los cristales de las ventanas, permanecía agarrado hasta cerca del medio día en que un tibio sol lo licuaba suavemente.
Por ello se había esforzado en redactar una Memoria detallada, muy completa, exponiendo, no solo la situación de las escuelas por donde pasó, sino las innovaciones pedagógicas que había realizado, así como las relaciones con las autoridades del pueblo y las familias de sus alumnos. Todo estaba expuesto en los quince folios que hacía una semana le copió a máquina, en un centro mecanográfico de la capital, una joven que tecleaba las letras a la misma velocidad que él le dictaba las palabras. Allí tenía resumida su experiencia como maestro durante cuatro años: dos como propietario provisional y otros dos como definitivo, condición esta última indispensable para poder opositar.
En esta impaciente espera, con nervios y ansiedad, se dio cuenta de que en la Memoria, tal vez bien redactada y presentada, no aparecían los sufrimientos, los temores ni las numerosas duermevelas que el llevar una escuela acarreaba. Tampoco había escrito nada sobre la ayuda que en los momentos difíciles había recibido de su esposa, ni el camino que habían recorrido juntos hasta llegar a donde ahora se encontraban. “Tal vez estas cosas personales -pensó- no interesen a los miembros del tribunal, aunque no hubiera estado de más el haber puesto algo de sentimiento en un relato que ahora me parece demasiado seco y frío”.
Él, que se sentía maestro las veinticuatro horas del día mezclando los deberes profesionales con los familiares, notaba que aquellas páginas no reflejaban fielmente el esfuerzo y sacrificio que la vida de un maestro y su familia realizan cuando se ejerce la profesión creyendo en lo que se está haciendo. De pronto, en su mente, un tanto excitada, apareció en película continua, con fotogramas claros y precisos, toda su vida desde aquel lejano treinta de junio de 1960, cuando una funcionaria del Ministerio pronunció su nombre detrás de la ventanilla en la que esperaba.
-¡Jaime Sanz Ballester!
-Si, yo soy.
-Tenga el certificado. Él le acredita que usted es Maestro de Enseñanza Primaria. El Título Oficial se lo tienen que enviar de Madrid y tardarán cerca de un año. Con este documento ya puede usted presentarse a las Oposiciones de Ingreso en el Magisterio Nacional.


 MANCHONES


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