martes, 28 de junio de 2016

COMIDA BENDECIDA...-...LUTOS

COMIDA BENDECIDA
Nos enseñaron a juntar con devoción las manos para bendecir con respeto la comida. Igualmente aprendimos a entregar al pobre que llamaba a la puerta con saludos dolientes de "¡Ave María Purísima!", el pan duro sobrante que él recogía con la respuesta devota de: "¡Dios se lo pague, hermano!" Pero nunca nos explicaron por qué algunos vivían en la abundancia y otros caminaban con las manos vacías.
Estoy seguro de que lo sabían, pero el temor a hablar de tiempos pasados que se llevaron en sus tristes sombras gritos y dolores, les convirtieron en personas sumisas; fingidoras de no querer ver lo que sí veían.
Aquella comida bendecida, ganada y elaborada con el esfuerzo colectivo familiar, era a veces endeble, pero su olor y sabor todavía los llevo enquistados con nostalgia en la garganta.

ULTRAMARINOS
Era el cartel anunciador en las escasas tiendas que en el pueblo había. Tardé tiempo en conocer su significado pero en ellas se encontraba todo lo que en aquella época se podía comprar. Los productos, amontonados en vulgares estanterías, se mezclaban con los que estaban sembrados por el suelo. Todos convivían en una clandestina comunidad: sardinas rancias amortajadas, olivas que comprabas por papeletas, grandes piezas de bacalao... albarcas, alpargatas de suela de cáñamo y de goma... azadas y hoces, esparto y lejía, velas y rosarios... aceite a granel -cuando llegaba- chocolate-tierra y abundantes clases de agujas e hilos para coser y zurcir todo lo que se deteriorara.
Si no podías pagar en el acto el tendero anotaba en un cuaderno, junto a tu nombre, el valor de lo comprado. Él conocía muy bien las necesidades de cada vecino y se fiaba de su palabra y su mirada. Cuando la situación cambiaba corría con emoción a saldar la deuda: una raya roja encima de su nombre le redimía. Aunque a veces, la mala cosecha, la falta de jornales, o el gasto en medicinas por una enfermedad inesperada, hacía que esa raya liberadora atormentara a la familia largo tiempo. Entonces, una vergüenza escondida te obligaba a vivir en penumbra esperando ese milagro que nunca llegaba. Sólo las cartillas de racionamiento servían de pequeño maná para que el río agónico de la esperanza no se secara.
¡Tiendas de ultramarinos! Aunque estaban abiertas para todos los vecinos cada una tenía su clientela. Las sombras flotantes que en ellas se alimentaban, dividía al pueblo en pequeñas sectas secretas que los chicos intuíamos pero nadie conocía.

LAS MADRES
Siempre, siempre trabajando.
Esclavas del hogar y de los innumerables quehaceres que en él había, eran hormigas incansables, veloces palomas zuritas; verdes juncos resistentes a vientos y lluvias. La fuerza zafia, y a veces bruta, del hombre macho que al dominarlas se crecía, dejaba en sus cuerpos entregados pocas dichas y escasos placeres.
Cervatillas receptoras, humildes amas de casa obedientes a penosos trabajos, convertían sus vidas en un caminar monótono donde sólo el amor maternal les hacía sentir ráfagas de compartida felicidad.
Las madres, con sus ojos de amor mirado al suelo asustadas, eran muchas veces las que salvaban el hambre y las desdichas con gestos milagrosos de dolor sacados con furia de sus entrañas. Perder a la madre era perder la vida.

LUTOS
Porque el soñar era un dolor dormido, y la muerte una cadena inacabada, las abuelas y las madres siempre vestían de luto. Luto alargado de los pies a la cabeza; luto de caja negra de una muerte en vida. Así vivían. Abrazadas al dolor que nunca terminaba. Esperando sin recibir. Rezando las cuentas de un rosario inacabable.
El luto, ese luto heredado al nacer, era una falsa alegoría de la vida, igual a la brasa del tronco herido cuando el calor lo iba convirtiendo lentamente en ceniza.
¡Ay, los lutos eternos! ¡Lutos de amores perdidos en la lejanía! ¡Lutos más cercanos de un invierno de piedra que silbaba al alba aflicciones y amarguras!
Aquellos lutos de disfraces eran murallas de llantos secretos; enterrarse en vida para que las almas de los que faltaban no sufrieran mucho tiempo el castigo de vagar por un purgatorio desconocido: solar de tortura invisible en espera de un sol liberador.

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