miércoles, 29 de junio de 2016

APÉNDICE

APÉNDICE
He estado viviendo alejado de la Comunidad aragonesa bastante tiempo; al volver de nuevo a ella he pasado dos meses, tras la lectura de este Diario, investigando el espacio físico en donde suceden los hechos, y averiguando qué fue de la vida de las principales personas que en él aparecen. El edificio en donde estaba ubicado el colegio Santo Tomás de Aquino afortunadamente no ha sido derribado. El viejo caserón, un palacio perteneciente a los condes de Gabarda, después Sobradiel, situado entre la calle Buen Pastor y la plaza del Justicia de Zaragoza, ha permanecido cerca de 25 años cerrado: ahora lo están terminando de rehabilitar para transformarlo, seguramente, en viviendas. La fachada noble, que nunca se abandonó, y en cuyo último piso estaban las habitaciones de los alumnos internos "enchufados", sigue siendo sede del Colegio Notarial y luce la elegancia de un edificio sencillo pero atractivo.
La iglesia de Santa Isabel, vulgarmente conocida como San Cayetano, propiedad de la Diputación Provincial de Zaragoza, ha sufrido una restauración integral tanto en el interior como en el exterior. Ahora apenas se celebran en ella cultos religiosos -bodas en contadas ocasiones- sino actos culturales y conciertos de música clásica; en Semana Santa sigue siendo el lugar de donde salen todas las cofradías con sus imágenes para celebrar la procesión del Santo Entierro. Su fachada de estilo barroco, construida en alabastro claro y oscuro, luce en todo su esplendor. En la hornacina central superior, la imagen de Santa Isabel, Infanta de Aragón y Reina de Portugal, mira sin arrogancia teniendo a sus pies el escudo de Aragón y una lápida en donde están grabados los nombres de los diputados del Reino bajo cuyo mandato se construyó. Su interior ha sido igualmente transformado. Han desaparecido los dos púlpitos que, adosados a las
columnas centrales, restaban vistosidad a la iglesia; igualmente ya no están los oscuros y tétricos confesionarios que junto a paredes y pilastras abundaban. Todo está ahora claro, luminoso; aunque muchas de las imágenes han desaparecido y otras han cambiado de ubicación, como santa Lucía con sus ojos en una bandeja, y santa Águeda mostrando sus pechos, que han sido trasladadas enfrente del retablo en donde se hallaban.
En la capilla del altar mayor, Santa Isabel, en el centro, luce en su halda las rosas del milagro, soportando en la cúspide a un San Jorge montado a caballo en su lucha con el dragón. Y en la parte izquierda, junto a la arqueta que guarda los restos del Justicia de Aragón, Juan de Lanuza, se encuentra el bueno de san Cayetano con el Niño en sus brazos, mientras su compañero, San Andrés Avelino, en el lado contrario, nos mira suplicante pidiéndonos una oración. Y el órgano que los alumnos mayores manchaban, cuando la escolanía del Colegio cantaba en los actos solemnes, ha quedado arrinconado como pieza de museo; uno nuevo de tubos más largos y relucientes ocupa la parte central del coro. Entrar ahora a esta renovada iglesia es un goce para los sentidos: los cuarteles del escudo de Aragón brillan con todo su esplendor en las pechinas de la cúpula central. Y hasta el suelo renovado, así como los bancos, hacen honor al nombre de Capilla Real.
Afuera, en la parte central de la plaza, han instalado la famosa fuente de la Samaritana, anteriormente ubicada en la plaza de La Seo. El continuo fluir del agua de su cántaro pone color y sonido a un recinto peatonal lleno de encanto.
El Mercado Central -este año celebra el primer centenario de su existencia- aunque ha sufrido, sobre todo en su interior, alguna reforma, sigue teniendo el mismo atractivo de hace 55 años cuando era contemplado por el autor del Diario desde las frías habitaciones de la "Siberia". Pasear por sus estrechos pasillos sigue siendo una gozada para los sentidos: olores que se mastican, multitud de colores poniendo en los ojos el deseo de una serena contemplación y un murmullo de voces entremezcladas que te hacen flotar.
Lo que ha cambiado es el aspecto que lo rodea. Junto a reformas modernistas que desentonan, hay un intento de reconstruir lo que se pueda salvar de la piqueta municipal, manteniendo, al menos, las fachadas de unas casas con historia cuyo interior está en estado ruinoso. Pasear por las calles de San Pablo, San Blas, Casta Álvarez o Las Armas -todas ellas perpendiculares al Mercado- es adentrase en la Edad Media cuando la ciudad romana de Caesaraugusta salió fuera de sus murallas para llamarse Saraqusta. Casualidades de la historia, sus habitantes actuales tienen que ver más con aquellos pobladores árabes que con los inquilinos del pasado siglo. Todo el barrio -llamado ahora Casco Histórico- es de un cosmopolitismo acentuado, aunque son los procedentes del norte de África, junto a los de raza gitana, los que más predominan.
Miguel Labordeta Palacios, el fundador del colegio, al que él llamaba El Central, había nacido en Belchite en cuyo Seminario Menor realizó sus primeros estudios. Pese a abandonar la idea de ser sacerdote, no lo hizo de su afición por el estudio del latín, lengua de la que llegaría a ser catedrático en el Instituto Miguel Servet de Zaragoza. A los 23 años se casó con Sara Subías Bardají, natural de Azuara y de cuyo matrimonio tendría cinco hijos: Miguel, Manuel, Luis, José Antonio y Donato. Hombre de ideas liberales, pero católico practicante, estuvo a punto de ser fusilado al comienzo de la Guerra Civil al ser acusado de rojo y republicano. Terminada la contienda, aunque le retiraron la dirección del colegio durante unos años, recogió en él a un gran número de profesores que habían sufrido persecución o degradados por el
nuevo Régimen, así como a numerosos exseminaristas. Era un hombre con mucho carácter, aparentemente serio y muy exigente en los estudios y en la disciplina, pero poseedor también de una bondad y delicadeza inconscientemente manifestada. Hombre generoso, hizo las veces de padre para muchos muchachos huérfanos que, estudiando en su colegio, pudieron iniciar con garantías el camino de la vida. Murió en 1953, a la edad de 56 años, dejando a su familia y a sus alumnos en una horfandad inesperada.
Vicente Cazcarra Cremallé, el amigo Vicente, cumplió su sueño de convertirse en marinero -fue oficial en la marina mercante- consiguiendo salir de España y recorrer todo el mundo antes de que la dictadura franquista desapareciera. Esto le sirvió para que sus ideales de lucha por conseguir la emancipación de la clase trabajadora se acentuaran, llegando a pertenecer en la clandestinidad a una célula comunista. Detenido por la policía el año 1961 en Barcelona, fue torturado y trasladado a la prisión de Burgos en donde permaneció en condiciones inhumanas varios años. Con la llegada de la democracia fue elegido Secretario del Partido Comunista de Aragón. Más tarde, desilusionado por la actuación de algunos políticos, se dedicó a su trabajo como traductor -dominaba el ruso, el francés y el inglés- llegando a presidir la Asociación Española de Traductores. Murió el año1998. Tenía 63 años.
Miguel Labordeta Subías, el hijo mayor del director, el poeta, a quien algunos alumnos le llamaban "Peladilla" por su acusada calva, tuvo que hacerse cargo de la dirección del colegio, junto a su hermano Manuel, don Manolo, al morir su padre inesperadamente en mayo 1953. Esta circunstancia le costó asimilarla, aunque su madre siguió siendo la dueña y administradora del colegio. Él, hombre bohemio, despistado, ajeno al mundo de los negocios, tuvo que renunciar a abandonar la ciudad pero no a ser poeta. Ese joven profesor que a sus 25 años ya se sentía "Sumido" por la hipocresía de una sociedad que vivía de espaldas al progreso y a la belleza, no podía publicar sus
sentimientos porque una censura feroz se lo impedía. No obstante, acogiendo alrededor de su carisma a multitud de artistas, unos conocidos, otros noveles, se convirtió en mecenas de las letras aragonesas en la famosa Peña Niké o través de la OPI (Oficina Poético Internacional). Ese amante de las estrellas. que inundó al mundo con mensajes de amor para que no sucumbiera, -murió joven sin haber conocido la llegada de la democracia- es hoy considerado uno de los mejores poetas aragoneses del siglo XX. Y hasta tiene una calle en la ciudad que lleva su nombre, así como una tertulia en el Ateneo. La Zaragoza "gusanera", como él la llamaba, le ha rendido en los últimos tiempos multitud de homenajes de reconocimiento y se han publicado numerosos libros que hablan de su vida y de su obra. Seguro que, si él los hubiera presenciado, su cara redonda de persona buena se habría puesto colorada ante tanto incensario. Este hombre, parco en palabras, pero noble de sentimientos, entró de lleno en el corazón virgen de aquel niño de pueblo, amante de su tierra, que tanto sufrió por saber si su padre, falangista, había intervenido en algún hecho sangriento durante la Guerra Civil española.
Manuel Labordeta Subías: El hermano amable, siempre sonriente y ufano, licenciado en Ciencias Químicas, profesor ayudante en la Universidad zaragozana del catedrático Martín Sauras, además de ser un gran deportista, fue también un gran amante de la fotografía y del cine, llegando a filmar una buena colección de películas; algunas se las proyectaba a los internos en la "vela" convertida en improvisada sala. Un tiempo después de la muerte de su padre se convirtió en el director del colegio femenino que la familia Labordeta-Subías fundó, primeramente en una casa señorial de la calle Espoz y Mina, y más tarde en otro edificio, parecido a una casa de muñecas, en la calle Gil de Jasa, hasta que posteriormente, cerrado el Central, se unificaron de nuevo en un chalet del Paseo Ruiseñores.
Aunque Manuel Labordeta era un hombre de Ciencias, poseía también una gran formación artística. Con el fotógrafo José Luis Pomarón y el cinéfilo Manuel Rotellar, formaron equipo para conseguir, en aquellos tiempos tan difíciles de poder expresar la belleza sin cortapisas, ser pioneros en la creación de un cine distinto. Su muerte, también prematura, privó a la ciudad de Zaragoza de una persona buena y extraordinariamente culta.
Pedro Dicenta, el profesor que se comía las uñas, el de la voz oscura por el abuso del tabaco y el alcohol, se marchó a Madrid donde siguió con su vida un tanto bohemia; en los últimos años de su vida sufrió la amputación de una pierna. Miguel Labordeta, el poeta siempre generoso, lo llevó a su colegio como profesor cuando recién salido de la cárcel se encontraba sin trabajo; fue sin duda el mejor amigo que tuvo. El busto de su abuelo Joaquín, que los sublevados de 1936 quitaron de la plaza del Carbón, está ahora ubicado en el parque Grande de la ciudad. Allí, el autor de Juan José, la obra teatral que más fama le dio, mira desde un rincón el lento pasear de los ciudadanos.
Pedro Fernández, "Pinoseco", que había sido oficial en el ejército republicano, siguió dando clase de Matemáticas a los primeros cursos de bachillerato hasta que se jubiló. Alto, delgado, de andares rápidos, escondía, bajo su cara de profesor duro, y un tanto amargado por sus dolencias estomacales, un corazón sensible y afectivo que nunca le abandonó. La muerte de su fiel compañera le dejó sumido en una depresión que le llevó muy pronto a su lado.
Pío Muriedas Cueto, el rapsoda que cambió por miedo a la represión su primer apellido por el de Fernández, siguió siendo compañero inseparable del poeta Miguel Labordeta en sus tertulias y en sus correrías veraniegas. Él había manifestado muchas veces: "Mientras en España existan dos o tres Labordetas no pasaré hambre". Y en el colegio tenía su refugio. A él acudían gratuitamente sus dos hijos y de la cocina del internado recibía con frecuencia comida su familia: tiempos duros para un actor represaliado. Los últimos años de su vida los pasó en su pueblo santanderino, Muriedas, en donde se le reconoció la valía de su arte.
Enrique Moliner Ruiz, profesor de Matemáticas de los cursos superiores, siguió en el colegio bastantes años. Siempre con la cachimba en la mano y aspecto despistado, daba las clases con la ironía del que está de vuelta de todo en la vida, pero sin perder su gran humanidad. Sintiéndose enfermo, a punto de morir, hizo el esfuerzo de recibir el sacramento del matrimonio en artículo mortis, con el fin de que su compañera de siempre pudiera gozar la paga de viudedad. Creo que no llegó a saber que su hermana María, degradada como él al terminar la Guerra Civil, alcanzó el reconocimiento del mundo cultural al publicar el Diccionario de Uso del Español: inmensa e impagable obra realizada en la soledad de la mesa camilla de su casa.
Don Emilio Tobar, sacerdote, el curica como cariñosamente se le llamaba, siguió en el colegio hasta su jubilación compartiendo la dirección espiritual del mismo y la enseñanza de la Religión, al mismo tiempo que ejercía como capellán de las monjas de la Casa de Socorro. Ordenado sacerdote en 1910 por el cardenal Soldevila, ejerció como coadjutor en la parroquia de San Felipe hasta que fue trasladado a la de Altabás en el Arrabal. Tras pasar varios años en la diócesis de Granada, en Nicaragua, regresó a España, y desde 1937 estuvo en el colegio Santo Tomás. Íntimo amigo del director, con quien estudió en el seminario de Belchite, era considerado por la familia Labordeta-Subías como un miembro más de ella. La muerte de don Miguel padre lo dejó en una cierta horfandad.
Anna Des Grottes, doña Ana, la profesora de francés que durante más de cuarenta años estuvo impartiendo sus clases en los diferentes colegios de la familia
Labordeta, era una persona de gran entereza, con carácter serio y responsable. Trabajadora infatigable, la más puntual de los profesores -famosos fueron sus librazos como arma defensiva ante los "borricotes"- se quedó viuda muy joven, no siendo esto obstáculo para sacar adelante a su familia. Ejerció como profesora hasta que los médicos le recomendaran que se retirase. Pasó los últimos años de su vida en una residencia pero nadie supo nunca qué edad tenía.
Francisco Oliván Baile, el eterno solterón, era licenciado y doctor en Historia, pero sus saberes eran amplísimos en Literatura, Arte, Numismática... Era el único profesor que apenas realizaba exámenes: dialogando con los alumnos ya sabía los conocimientos que poseían. Enamorado de todo lo relacionado con Aragón, llevaba con frecuencia a sus alumnos a visitar los edificios más emblemáticos de Zaragoza y su provincia. Colaborador de Heraldo de Aragón, fue también un gran animador en el Ateneo de nuestra ciudad.
Lorenzo Lambea, a quien el autor apoda "Lorenzana", había nacido en la Puebla de Híjar. Estudió para religioso agustino y se salió del noviciado antes de cumplir los 20 años. Tras pasar varios años en Francia llegó al colegio Santo Tomás como inspector del internado. Cuando murió don Miguel padre, hacía las veces de director de los internos ayudando a la viuda, doña Sara, en la difícil tarea que inesperadamente recibió. Su temperamento campechano le hacía indispensable en todos los acontecimientos representando al colegio. Las clases de religión, los deportes y lo actos religiosos, así como las fiestas conmemorativas, tuvieron en él al catalizador animoso dispuesto siempre a entregarse en cuerpo y alma.
D. Emilio Villellas (profesor de Matemáticas); D. Mariano Pena (profesor de Ciencias); D. Santiago Royo (profesor de Geografía e Historia) y D. Santiago Castillo
(canónigo y profesor de Religión), fueron también profesores del autor a lo largo del Bachillerato: todos han fallecido.
El Autor de este Diario terminó el Bachillerato Superior y realizó el nuevo curso de PREU que la reforma educativa había implantado. Las necesidades económicas le impidieron cursar una carrera universitaria y se hizo Maestro de Primera Enseñanza. Antes de realizar las oposiciones para ingresar en el Magisterio Nacional, estuvo tres cursos en el mismo colegio impartiendo clases a los alumnos de Primaria. Durante su estancia siguió participando en las obras teatrales y en las zarzuelas que para las fiestas patronales se celebraban. Obras como "El condenado por desconfiado", "El mercader de Venecia" o "La vida es sueño", con decorados del pintor vasco Ibarrola, fueron algunas de ellas. Pero donde se sintió más feliz sería en la representación del auto sacramental de Calderón "El gran teatro del mundo", realizada delante de la fachada barroca de la iglesia de San Cayetano, como aportación del colegio al 150 aniversario de Los Sitios. Supervisada la obra por Miguel Labordeta Subías, dirigida por Pío Fernández Cueto, y escenografía y vestuario -trajes actuales- a cargo de Manuel Labordeta, recordaba a los primitivos autos sacramentales representados en el interior de las catedrales, como explicó José Manuel Blecua en conferencia impartida a los actores para que interiorizaran mejor a sus personajes. José A. Labordeta en el papel de El Mundo; Manuel Rotellar en el de Pobre; Andrés Calvo como Labrador; Angelines Duerto como Hermosura; Mª Pilar Ayuso en Discreción; Mª Pilar Cebollero en la Ley de Gracia y el autor de este Diario como el Rico, recibieron el aplauso del numeroso público que, sentado en sillas de la Caridad, llenaban el recinto de la plaza.
Igualmente siguió jugando al fútbol, llegando a ser portero titular en el equipo del colegio, y hasta pudo presumir de haber sido internacional al haber jugado un partido en Francia contra un Instituto de Pau, durante el mes de mayo de 1955, al realizar el colegio un intercambio cultural-deportivo con su alumnos.
La revista "Samprasarana", que todavía se sigue publicando, dirigida ahora por el actual director del colegio, Donato Labordeta, encierra en sus páginas, a lo largo de su dilatada trayectoria, la firma de alumnos, profesores y exalumnos que han entrado en la historia de la Literatura: Rosendo Tello, Ricardo Senabre, Emilio Gastón, José Antonio Labordeta, Ignacio Ciordia, Fernando Ferreró, Andrés Calvo, Mario Bartolomé, Jesús Moncada... junto a los ya desaparecidos Pedro Dicenta, Julio A. Gómez, Eduardo Valdivia, Manuel Rotellar, Ramón Laguna, Miguel Ángel Artazos, Antonio Quintilla, y la omnipresencia de los hermanos Miguel y Manuel Labordeta, fueron nombres que mientras el autor de este Diario permaneció en el colegio, colaboraron en tan significativa revista.
De los alumnos que a lo largo de la existencia del colegio en la Calle del Buen Pastor pasaron por sus aulas, he podido averiguar el gran número que han sido, o son, referentes en el mundo político, cultural y artístico de Aragón y de España: escritores, abogados, médicos catedráticos, artistas, militares, políticos... formarían un listado digno de ser estudiado. Tal vez alguien se atreva algún día a realizarlo.
El autor de este Diario se casó muy joven, a los 23 años, con el primer amor que entró de lleno en su corazón; la muchacha que en el colegio le entregó el librito titulado "La llave del Esperanto": Mª Pilar.
Zaragoza: Navidad de 2003

CAMPOS DE PANIZA




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