Temeroso y embriagado de lágrimas bajé al abismo buscando el reino de los perdidos, mas a nadie encontré. Un falso espejismo lleno de máscaras se fue alejando de lo que la muerte borra abriéndome puertas secretas y profundas.
No, no busques el infierno en míticos territorios ni en el andén inesperado de la partida definitiva. El infierno es el odio a lo diferente; la envidia que a borbotones mana; la avaricia que rompe el cerebro; el éxodo forzado por injustas guerras y hambrunas retrasadas.
El infierno nace en los celos que paso a paso oscurecen la mente; en la ira ensangrentada; en la metástasis que lentamente avanza; en el temblor a perder lo conseguido; en el sufrimiento de noches insomnes; en el desprecio de quien amas.
El infierno puede estar en tus manos si sus dedos son espadas endiabladas; en la retina de unos ojos agrietados que lloran rencor; en el dolor mudo de un falso placer que a gritos pide venganza.
No, no lo busques en el magma ardiente ni en el fondo del barco hundido que nadie reclama. El infierno puede ser la eterna soledad de un camino infinito sin llegada.
No te duermas en tu torre de marfil esperando el premio que con anhelo buscas. Si con el cielo sueñas búscalo a tu alrededor. En la mirada de unos ojos sin sombras. En la voz sencilla que acuna y protege. En las manos ilusionadas que la verdad siembran. En la belleza del crepúsculo otoñal incendiado. En el músculo de la flor que se abre y su aroma al viento lanza.
Búscalo también en la sencilla verdad de la ignorancia. En el corazón que sueña y al enemigo abraza. En el rincón humilde de un hogar sin señas. En la esperanza de una muerte digna. En la voz de la amada que canta con dulzura tu canción.
El cielo es la paz de tu conciencia, la alegría del perdón; el derecho a vivir sin pagar recompensa. No; no lo busque tras la muerte si no has sabido hallarlo en vida. El cielo es vivir eternamente en el presente donde la conciencia, sorprendida, se ausenta.
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