jueves, 26 de mayo de 2016

ENERO. 2012

ENERO, 2012
1 de enero
Me han regalado una agenda gruesa, larga y ancha; distinta a las finas y delicadas que mi esposa me compraba como regalo de Reyes en tiempos lejanos pero no olvidados. La que observo ahora con detenimiento me la entregó un banco, cuyos amos desconozco, en recompensa, me dijeron, por tener domiciliada mi pensión junto a los recibos del agua, luz, teléfono y comunidad de vecinos. La agenda tiene santoral, calendario perpetuo, mapa de carreteras, direcciones de hoteles y un pensamiento diario de escritores famosos, ya fallecidos, escrito en letra cursiva. En este primer día puedo leer un pensamiento de Charles Darwin: No son las especies más fuertes ni las más inteligentes las que sobreviven, sino las que mejor se adaptan al cabio. Procuraré hacerle caso y adaptarme lo mejor posible al duro año que nos espera. Al menos tengo una fecha para poder celebrar con mucho alborozo: mis Bodas de Oro matrimoniales.
Pero esta agenda larga, ancha y gruesa no puedo llevarla en el bolsillo para acudir a ella cuando quiera escribir una palabra misteriosa o el verso de un futuro poema que, paseando por la orilla del río, me sugiera la luz que en el agua se refleje. Esta agenda es un libro cuyo texto ausente tendré que hilvanar día a día si mi cerebro, ya cansado, se decide a coger la aguja; aunque ahora los paseos por la orilla del río o la suave escalada por la cercana montaña sean sueños imposibles. Desde hace tiempo mi atalaya es el balcón del despacho en donde leo y escribo; donde observo el ajetreo diario por la avenida de personas y vehículos, así como a los vecinos cercanos a mi casa que salen y entran de sus domicilios como hormigas amaestradas que cumplen un rito. Pero voy a ser valiente. A pesar de que las arrugas y los dolores se acrecientan cada día, dejándome huellas y pensamientos poco atractivos, lucharé por conseguir eliminarlos,
que no me aparten del gozo de poder dar constantemente las gracias a los que me rodean y al sol que alumbra mi estancia. Quiero afrontar este año bisiesto que hoy comienza (ya llevo vividos diecinueve años bisiestos) con la ilusión del jardinero que cuida en invierno sus plantas esperando la explosión primaveral, o con la ilusión del niño que sueña con sus héroes mientras su inocencia se lo permita. Para comenzar con ilusión y esperanza dejo escrito mi primer pensamiento del año 2012: "¡Qué bella es la vida; ya que no podemos alargarla, luchemos por hacerla más ancha y esponjosa!".

 6 de enero
Aunque en mi domicilio no haya nietos, la fiesta de Reyes, junto a los cumpleaños familiares, es la que celebramos con más ilusión y entusiasmo. Los preparativos comienzan a mediados del mes anterior cuando mi esposa, secretamente y con mucho cuidado, va buscando por las tiendas los regalos que cada miembro de la familia necesita. Regalos prácticos: un jersey, una bufanda, unos guantes, toallas... y libros; cada miembro de la familia ha de tener uno. A un hijo le pregunta lo que el otro desea, y este le dice aquello que a su hermano, o hermana, le gustaría tener. Y yo, agazapado tras los cristales del balcón, me comunico por teléfono con unos y otros para que nadie se quede sin aquello con lo que sueña; sobre todo ella, la madre y esposa que tanto nos quiere y cuida. La víspera de Reyes prepara meticulosamente los regalos debidamente adornados con mucha delicadeza. Cuando descubre que todos estamos acostados reparte por los rincones del cuarto de estar los distintos paquetes con el nombre de cada uno. Con anterioridad ya habrá escrito en un folio el mensaje que los Reyes traerán y lo dejará metido en un sobre. Este año, conocedores de la situación económica por la que atraviesa nuestro país, sus majestades nos han dejado una canción "rapera" con la intención de que la cantemos todos juntos y nos sirva de terapia para lo que nos espera. Dice así:
Que la Prima de riesgo sube / que la Prima de riesgo baja. / Nosotros, Reyes Magos, / la enterramos en la playa. / Año Nuevo, y qué. / Año Nuevo para algunos / que siempre cobran a final de mes. / Apretar el cinturón os piden / pero ellos siguen engordando, / y siempre que ocasión tienen / a Hacienda van engañando. / Año Nuevo, y qué. / Año Nuevo para algunos / que tienen pasta y duermen bien. / Os anuncian recesión: / andar hacia atrás como el cangrejo. / ¡Algo tendréis que hacer / "pa" salvar vuestro pellejo! / La "Prima" sube / la "Prima" baja. / ¡Olvídate de la "Prima"! /

¡Sonríe cada mañana! / Mete en un saco las penas / y mándalas al carajo. / Salta y canta de alegría / que, aunque pobres, / algo te hemos dejado. / Vive y comparte lo que tienes / sin añorar tiempos pasados; / lo valioso de la vida / es que tú eres su verdadero amo.

9 de enero
El octavo piso en donde vivo en un lugar privilegiado para observar a los vecinos de enfrente. Todas las mañanas cuando abro la ventana del dormitorio lanzo una ojeada rápida a los balcones para comprobar que todo sigue en su sitio. Los primeros seres vivos que veo son dos palomas ahuecando sus plumas bajo el alero del tejado; dos inquietos palomos, con un zureo constante y agresivo, las contemplan nerviosamente. ¡Cuánto abundan estas aves! La dueña del piso, una de las pocas mujeres jóvenes que vive en el edificio, está harta de ellas; le manchan el balcón de excrementos que constantemente limpia. Y aunque para asustarlas cuelga plásticos, molinillos de papel que giran con el viento, y objetos reflectantes, no le hacen mucho caso. Igual me ocurría a mí con los tordos cuando en los cerezos que tenía en el pueblo colocaba CD colgantes para asustarlos; ellos se reían de mis medidas y siempre me ganaban la partida comiéndose las cerezas maduras. Estos avariciosos tordos, junto a pequeñas grajas, también tienen su coto particular en esta zona. Cuando el sol quiere esconderse acuden puntualmente a la cita colonizando las antenas televisivas de los tejados; luego, con estudiada maestría, se esconden bajo las maltratadas tejas y allí pasan la noche.
Todos los edificios de la manzana ya superan, como el mío, los cuarenta años; y de aquellas familias con niños que lo estrenaron, únicamente quedan los padres, ya envejecidos, que pasan muchas horas tras los cristales observando el devenir de la vida. Este barrio de Las Delicias, el más poblado de la ciudad, formado en su inicio por jóvenes matrimonios procedentes de pueblos de Zaragoza y Soria, se ha convertido en una población anciana cuyas únicas caras jóvenes que aparecen son las de inmigrantes sudamericanos y rumanos, junto a marroquíes y subsaharianos, compitiendo con los omnipresentes chinos que rigen negocios de ropa y baratijas: productos varios de calidad sospechosa.

 12 de enero
En la primera planta del edificio de enfrente vive un matrimonio que apenas se deja ver. Tienen el balcón cerrado con ventanales y un toldo a medio bajar que en escasas ocasiones lo suben. En la segunda vive otro matrimonio, igualmente mayor, que lo primero que realiza todos los días es quitar el paño que cubre la jaula de un pintoresco lorito cuyos silbidos, cuando abre la ventana, resuenan con fuerza; su dueña le echa de comer al mismo tiempo que le habla; luego, acompañada de su esposo se baja a desayunar al bar que hay en la esquina. La planta tercera está deshabitada desde hace dos años; la señora que lo habitaba falleció, y aunque los herederos reformaron el piso, permanece vacío con los ventanales cerrados. La cuarta, quinta, sexta y séptima están ocupadas por inmigrantes, la mayor parte subsaharianos, que constantemente aparecen y desaparecen. Es altamente significativo que en todo el edificio no existan llantos y sonrisas de niños poniendo inocencia y esperanza en sus vidas. A los balcones les falta la savia nueva que anuncie proyectos primaverales. Esta particular tramoya es el traje que viste parte del escenario de mi teatro particular; observo a los personajes y me imagino sus vidas, pero afortunadamente no oigo sus problemas; me los invento.

14 de enero
Desde que atravesé el espejo y volví, hace ya cinco años, estoy condenado a tomar doce pastillas diarias a lo largo del día. Las tengo de todas las formas y colores: cápsulas, comprimidos, grageas... Como nos anuncian que van obligar a los médicos a recetar genéricos en lugar de nombres comerciales, he tenido la paciencia de averiguar cuáles son los que yo tomo. Su composición química es de los más heterogénea: nimodipino, betahistina, eprosartán, trimetazidina, bisoprolol, ácido salicídico, pantoprazol, clopidrogrel... A veces pienso que si estos componentes decidieran confabularse, tal vez se formara una bomba explosiva capaz de reventar mis vísceras. Pero los médicos mandan; ellos sabrán, creo, qué recetan y por qué lo hacen. Aun así, es frecuente que, inesperadamente, la arritmia cardiaca se enloquezca y los divertículos del colon se inflamen. Es entonces cuando todo el organismo se distorsiona, la tensión aumenta y aparece la angustia vital que tanto asusta. ¿Qué hacer entonces? Intentas concentrarte buscando la relajación que no llega y se produce el círculo vicioso: tez blanquecina, visión borrosa, mareo, sudor frío, tembleque... Piensas que el final se acerca y pides ayuda. Sufres y haces sufrir a los que te rodean. Generalmente es una falsa alarma, pero en otras hay que correr hacia urgencias en donde tras una breve inspección, y atado tu cuerpo a un inseparable, y ya amigo gotero, realizan las sucesivas
pruebas que el protocolo ordena. ¡Doce pastillas diarias! Doce recetas mensuales de las que algunas deben ser selladas por el especialista que las ordena. Doce recetas de las que tengo que abonar un 30% de su valor a pesar de ser pensionista. La salud se está poniendo cara y los enfermos crónicos suspiramos para que el Apocalipsis que nos anuncian se congele en el baúl de las doce llaves sagradas.

 17 de enero
En el santoral de la agenda leo que hoy es el día de San Antonio Abad. La calle que lleva su nombre en la ciudad se encuentra paralela a la avenida en donde vivo. En esa calle, que muere en el parque Castillo Palomar, estaba la escuela Rosa Arjó en donde estuve como maestro veintitrés años. Hoy, el edificio, completamente restaurado, es el Centro de Recursos Educativos y en donde las AMPA y el Consejo Escolar de Aragón se reúnen. En los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, todavía existía enfrente de la escuela una vaquería cuyo olor, cuando el viento era cierzo, se nos metía en las aulas obligándonos a cerrar las ventanas.
A san Antonio Abad yo siempre le he llamado san Antón; era el día en que los labradores llevaban las caballerías a la plaza del pueblo y el sacerdote las bendecía para que no enfermaran. Los dueños daban con ellas tres vueltas al recinto y marchaban a su duro trabajo. Tan necesarios y valiosos eran en aquellos tiempos que se les cuidaba tanto como a las personas; y en todas las casas se pagaba una iguala mensual al veterinario, semejante a la del médico o a la del practicante, para que acudiese a curarlo en caso de necesitarlo. Era en esta fecha cuando el que no había sacrificado al cerdo se le recordaba el dicho que decía: "San Antón, cuando era viejo, dio una buena razón: el que no mate tocino no comerá morcillón"
Esta mañana he visto salir de la casa de enfrente a una vecina que cada día saca a su perrito a pasear por la acera para que haga sus necesidades. Es una joven muy cuidadosa que recoge en una bolsa los excrementos que su mascota expulsa. Pero esta mañana llevaba al animalito -hacía mucho frío- con una manta sobre su lomera y una cinta alrededor del cuello. La he visto cruzar de acera para coger el autobús; antes de que llegara lo ha introducido en un bolso y ha subido con él sin que el conductor detectara nada. Enseguida he adivinado que se dirigía a la iglesia de San Pablo, en el Casco Histórico, para que el párroco le diera la bendición.
Al medio día la televisión regional ha abierto la información con las imágenes de cientos de personas que portaban los más variados y pintorescos animales -ahora se les llama mascotas- presentándoselas al párroco para que el agua del hisopo regara sus cuerpos. El sacerdote, vestido con alba, estola y capa, sonreía ante aquella marabunta tan pintoresca Ya no eran solamente perros y gatos vestidos de las formas más pintorescas; allí se veían iguanas, hurones, conejos, periquitos, hámster... cuyos dueños mostraban orgullosos a la pantalla al mismo tiempo que los acariciaban. El perro y el gato, como animales de compañía, es hoy día un ser privilegiado en las casas de la ciudad. Se les alimenta bien, se les cuida a veces con más mimo que a las personas, y ellos corresponden con sumisión y entrega.
Un día llevaron a la consulta veterinaria de mi hijo un gato que unos jubilados encontraron asustado en un rincón del parque. El animal se dejó coger sin poner resistencia, y al comprobar que tenía una pata rota decidieron llevarlo al veterinario más cercano. Cuando mi hijo lo examinó comprobó que, efectivamente, su pata izquierda trasera estaba astillada debido a un fuerte golpe dado por algún descastado. El gato fue operado, se le entablilló la pata y una vez que se recuperó parcialmente había que enviarlo a un domicilio particular hasta su total curación. Los jubilados, que pagaron los gastos, no quisieron hacerse cargo de él. Y aquel gato negro, todavía renqueante, lo trajo mi hijo a casa y se quedó con nosotros.
En mi infancia, en la casa materna de labranza, tuve una gata, un gato y un perro; eran unos animales con autonomía total que salían y entraban del hogar cuando querían; solamente en los días invernales aguantaban bastante tiempo sentados cercanos a la cadiera. Los gatos recorrían los graneros y tejados buscando ratones y pájaros despistados. Cuando la gata paría, acto que hacía con frecuencia, en cuanto se enteraba que habíamos descubierto a sus crías las cambiaba de lugar trasportándolas en la boca con sumo cuidado; pero al final siempre ocurría lo mismo: mi padre mandaba eliminar a los recién nacidos antes de que hubieran abierto los ojos; su madre, desconsolada, pasaba unos días buscándolos con maullidos lamentosos.
El gato que mi hijo trajo a casa me recordó a los gatos de mi casa en el pueblo, y a pesar de que era negro, color por el que tantas personas sienten superstición, me impresionó desde el primer día su profunda mirada y la forma de escudriñar todos los rincones de la vivienda. Al principio se mostraba huidizo y apenas se dejaba acariciar;su desconfianza era lógica porque en su cerebro estaban grabados los desprecios y maltratos recibidos de las personas; fue la hija mayor la primera en ganarse su total confianza; con el tiempo nos conquistó a todos y se convirtió en la figura principal de la casa. Cuando yo me levantaba del sillón allí iba él a acurrucarse buscando el calor y los olores que había dejado. Cuando volvía de la calle y dejaba el abrigo encima de la cama, allí iba a refugiarse. Y su instinto de gato callejero lo demostraba al mirar a las palomas que todas las mañanas se posaban en el alero de la casa de enfrente. Las observaba fijamente al mismo tiempo que sus patas traseras se ponían tensas con la intención de saltar hacia ellas. Igualmente, cuando volvía los días festivos del campo buscaba en mi calzado los olores de las plantas silvestres frotándose en las botas con sumo placer.
Este misterioso gato, que después de comer su pienso siempre daba las gracias con unos sonidos guturales que parecían hablar, ya tenía cuatro años cuando llegó a casa. Al cumplir los doce comenzó a tener problemas con la orina que si querer dejaba fuera de su recipiente. Aunque fue tratado veterinariamente y se le sondó no se curaba. Así iba pasando los días arrastrando su enfermedad con cierta elegancia buscando el calor humano de toda la familia. Una mañana del mes de agosto, hace ya cinco años, había planeado con mi esposa un viaje a Teruel y Albarracín. Al levantarnos vimos que el gato estaba aturdido y había manchado con sangre la manta en donde dormía. Al verlo en esa situación suspendimos la excursión en espera de conocer lo que el veterinario opinaba. Aquella tarde sufrí un inesperado infarto de miocardio que puso en peligro mi vida. ¿Qué hubiera pasado si el ataque se hubiera producido conduciendo el vehículo en el viaje programado? Yo pude salir del precipicio, atravesé el espejo y volví, pero el gato murió a los pocos días cuando todavía estaba yo luchando en la UCI. Su muerte no me la comunicaron hasta mi vuelta a casa y preguntar por él. Aquel gato tal vez me salvara la vida. Al gato, que no tenía un nombre especial -le llamábamos Gatico- lo llevaron a un cementerio de mascotas situado en un barrio la ciudad cercano a la Cartuja de Aula Dei. Allí descansan los restos de muchos gatos y perros cuyos dueños sintieron por ellos algo especial. Y en sus pequeñas tumbas, bien cuidadas por el encargado, hay escritas frases de cariño para esos seres que supieron dar calor y compañía a sus dueños.
Ahora tengo en casa es una gata marrón con pintas blancas. La trajo también mi hijo de una clienta cuya mascota había tenido tres crías. Llegó a los diez días de nacer yla criamos con biberón; hoy es una señorita tierna, suave y delicada. Su relación conmigo necesitaría todo un libro para contarla. Tal vez algún día lo haga.

22 de enero
Hoy hubiera cumplido 100 años un aragonés ilustre: Ildefonso Manuel Gil: poeta, novelista, ensayista, conferenciante y profesor de Literatura. Aquella mañana de invierno de 1912 ("enero sembraba escarcha como quien siembra jazmín") se vivió de una forma especial en la rebotica del pueblo que regentaba su padre. Y aunque en Paniza sólo vivió los dos primeros años de su vida, nunca lo olvidó y estuvo presente en su obra. El centenario de su nacimiento se va conmemorar con variados actos y exposiciones a lo largo de todo el año en los tres lugares relacionados con su vida: Paniza, Daroca y Zaragoza. Particularmente voy a colaborar enviando a la Asociación que lleva su nombre libros, fotografías y cartas. Espero que las autoridades provinciales estén a la altura que el poeta merece.
Con Ildefonso y su familia tuve una gran amistad. En su vida, además del paisanaje, teníamos un hecho en común que iba a influir mucho en nuestros futuros. Él conoció a la que sería su esposa -Pilar- en el colegio Santo Tomás de Aquino de Zaragoza del que era profesor y ella alumna; un matrimonio feliz que duró toda la vida. En ese mismo colegio conocería yo a la mía -también Pilar- con la que este año vamos a celebrar las Bodas de Oro matrimoniales.

25 de enero
Ayer fue un día distinto. La monotonía programada se rompió de improviso. Estaba todavía acostado con la radio bajo la almohada, escuchando a los tertulianos que cada mañana saltan de emisora en emisora como el zorro de corral en corral buscando comida, cuando he oído unas sonrisas abiertas y gritos de satisfacción. Me he levantado algo rápido y he salido del dormitorio. Allí estaba mi esposa abrazando a su nuera mientras nuestro hijo se acercaba a mi encuentro. Muy sonriente me dice:
-¡Qué vas a ser abuelo!
-¡Ya hace días que soy abuelo!- le he respondido todavía somnoliento.
-No, no. -Me ha repetido con una sonrisa nueva en él-. Qué vas a tener un nieto.
La noticia me ha sorprendido y no he reaccionado como ellos esperaban. Ha sido después del desayuno cuando he comprendido su verdadero significado: un nuevo miembro iba a formar parte de la familia; sangre nueva, ojos vivos a quien poder sonreír esperando de ellos esa mirada que embriaga. Todo el día he estado pensando en ese embrión misterioso que agarrado al útero de la madre se irá desarrollando lentamente. Allí irá almacenando sonidos, sentimientos, caricias, luces y sombras. Voy a seguir entusiasmado el crecimiento que mes a mes se produzca al mismo tiempo que daré a la futura mamá todo el apoyo y cariño que necesite. Una mujer embarazada es un ser especial, algo tan excepcional y único que estremece y emociona. Pasadas una horas, sacudido por esos imprevistos latigazos de tristeza que frecuentemente me recorren, he pensado con cierto temor que el llanto del niño al llegar al mundo es semejante al del anciano que lo deja; aquel ignora el recorrido que le espera, y el que se va desconoce igualmente el andén eterno que lo envuelva. Tantos dogmas y misterios religiosos adornaron nuestra infancia, que su peso dificulta el raciocinio natural robándonos la posibilidad de otras salidas válidas.

28 de enero
Hoy he recibido la primera nómina del año. Los quince euros de subida mensual que refleja ya se gastaron ayer en arreglar la cisterna del baño cuya pieza de recambio y la mano de obra del fontanero ascendieron a sesenta. Y mañana toca cambiar el filtro del agua que, anualmente, una casa comercial dedicada a ello viene puntualmente a finales de enero sin que nadie la llame. Y si el próximo mes el ministerio de Hacienda piensan subir el IPRF, sospecho que la cacareada subida del nuevo Gobierno es una trampa para pagarnos menos. Esta crisis económica en la que vivimos y cuya solución, nos dicen, está en recortar conquistas sociales que tanto nos costaron conseguir, la pagaremos los de siempre: los trabajadores que sueñan con mantener su puesto, y todo aquellos que viven de una nómina debidamente controlada. Si nos disminuyen los ingresos y nos aumentan los impuestos no tardaremos en llegar a los tiempos oscuros de la posguerra cuando los estraperlistas hacían su negro negocio. Recortes y más recortes; trabajar más horas y cobrar menos; sentir miedo al miedo de perderlo todo. La pobreza siempre asusta, especialmente a los poderosos; los pobres están acostumbrados a vivir con ella.

31 de enero
Todas las noches, a la misma hora, como suelen hacer las aves cuando sienten que el sol se esconde, dos indigentes se sientan con sus ajadas mochilas en un banco de madera que hay enfrente de la BanCaixa que veo desde mi balcón. Su cara amoratada y sus hablares tartamudos, reflejan que, pese a su juventud, son dos enfermos alcohólicos. Cuando la noche se estrena, entran en el recinto del cajero olvidando las curiosas miradas de algunos paseantes; luego, extienden lentamente sobre el suelo los cartones que les servirán de cama y se cubren la cabeza con oscuros pasamontañas. Qué paradoja: los más pobres de los pobres, los que no tienen casa ni cariño, se convierten en guardianes del tesoro de los poderosos. En esos cajeros, sala de estar y dormitorio, no habrá atrevidos que quieran desmantelarlos. Tal vez, como ha ocurrido en ocasiones, algunos jóvenes desalmados intentarán reírse con amenazas de quemarles su dura cama. Siempre habrá personas que a los otros, a los diferentes, a los más desgraciados, los consideren indeseables y tienen a mano el látigo para demostrar su falsa fortaleza.

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