IV.-
DIOS, EN LA ENCRUCIJADA.
Un largo camino a seguir
Fue José Mª Aguirre Alcalde, un navarro incorporado al curso en los años de filosofía, quien nos introdujo la afición a cantar “Rancheras Mexicanas”. Natural de Falces, un pueblecito al sur de Tafalla. Era alegre, vitalista, reflexionador y estudioso, con toda su fogosidad juvenil que buscaba “algo grande”, y no sólo para sí mismo sino sobre todo para los demás. Era un navarro de los pies a la cabeza. Digo pues, que nos inculcó la afición a cantar rancheras. Pienso que las rancheras tienen, en general, una fuerte carga de psicodrama. En todas hay un borbotear de vitalidad, de relaciones interpersonales, de amores, desengaños, de generosidad y traición, de auténticos dramas humanos. Era como “anillo que venía al dedo” en aquella época para nosotros.
Fue José Mª Aguirre Alcalde, un navarro incorporado al curso en los años de filosofía, quien nos introdujo la afición a cantar “Rancheras Mexicanas”. Natural de Falces, un pueblecito al sur de Tafalla. Era alegre, vitalista, reflexionador y estudioso, con toda su fogosidad juvenil que buscaba “algo grande”, y no sólo para sí mismo sino sobre todo para los demás. Era un navarro de los pies a la cabeza. Digo pues, que nos inculcó la afición a cantar rancheras. Pienso que las rancheras tienen, en general, una fuerte carga de psicodrama. En todas hay un borbotear de vitalidad, de relaciones interpersonales, de amores, desengaños, de generosidad y traición, de auténticos dramas humanos. Era como “anillo que venía al dedo” en aquella época para nosotros.
De aquellas rancheras recuerdo vagamente
una que hablaba de dos hermanos enfrentados hasta la muerte del uno contra el
otro por causa de “una mala mujer”, de quien estaban atrapados por su belleza y
por su amor. El uno tuvo que excluir al otro de forma trágica.
Decía algo así:
“Fue
Juan Ramón a una fiesta,
Con la mujer que él quería,
Téngase esto muy presente
que el año treinta corría.
“Juan
Ramón se llama el uno,
y el otro José Manuel,
los dos hermanos amaban
a una misma bella mujer.
..................................
“Se
salieron para afuera
y se oyeron dos disparos,
y en el quicio de la puerta
los dos hermanos “se hallaron”.
Y aquella otra melancólica y sentimental
que decía:
“Sin más testigos
que el viento, el zarzal y la laguna (bis).
Y sin más luz que la
luna alumbrando nuestro amor (bis).
Yo no quiero que
ninguno, te diga palabras suaves,
ni que te canten las
aves, nadie, nadie, sino yo (bis).
Para ti linda
riojana traigo del campo estas flores (bis)
Impregnadas con
amores de mi gaucho corazón (bis).
Yo no quiero que
ninguno…
Nos encantaba cantarlas en grupo y a
dúo. Bastaba con que uno comenzase para que todos siguiéramos a coro. Era como
una droga beneficiosa para nosotros.
Había otra ranchera que más o menos
decía:
“Cuatro caminos
hay en mi vida,
cual de los
cuatro seraaa el
mejooor?”....
Este era el dilema al pasar del estudio
de la filosofía al de la teología. Fue el momento de tomar cada uno su opción
personal. Ante nosotros se abrían varios caminos, tantos como cada uno fue
tomando en su vida, los que se fueron del seminario y los que nos quedamos.
Naturalmente yo me voy a referir a los caminos de los que nos quedamos, y desde
luego al mío, y visto desde mí percepción personal.
Ante nosotros se abría, y por llamarlo
de alguna manera, el “camino existencial”, por una parte, y el “camino
académico” por otra. Son dos caminos distintos, pero necesarios ambos. Los
dos discurren paralelamente hasta que tarde o temprano deben converger. No
quiero hacer juicios de valor, solo quiero intentar describirlos desde mi
propia experiencia.
El camino existencial es el de la vida,
el de la experiencia, el de las emociones, el del corazón, y el íntimamente
personal.
El camino académico era el oficial, el
programado para ser estudiado, aprendido y aprobado. Condición “sine qua non”
para acceder al sacerdocio. Era necesario tener aprobadas todas las asignaturas
programadas. Naturalmente también se tenía en cuenta el llamado camino
existencial, pero cuyas condiciones, para nosotros no conocidas, y sí guardadas
en “el arcano” del Rector, debían tenerse en cuenta si no querías verte
cuestionado por los que tenían que dar el visto bueno a la hora de acceder al sacerdocio.
-El Obispo (en este caso Casimiro Morcillo) el
día de la Ordenación preguntaría solemnemente: “¿Juzgáis son dignos estos
candidatos para acceder al sacerdocio?”.
-El Rector del Seminario (Agustín Flores)
respondería: “En cuanto la humana fragilidad me permite afirmar, juzgo que son
dignos de acceder al Sacerdocio”.
-“Pues entonces el que esté dispuesto, dé un
paso al frente” (Traducción libre del Ritual).
En aquél momento los once que estábamos preparados,
como un solo hombre dimos el paso adelante, sin ninguna sombra de duda y con
toda firmeza (en cuanto la “humana fragilidad” nos permitía estar firmes y
seguros).
Se nos mandó tumbarnos en el suelo boca abajo, para implorar la ayuda de todos los santos cantando solemnemente las letanías.
Se nos mandó tumbarnos en el suelo boca abajo, para implorar la ayuda de todos los santos cantando solemnemente las letanías.
¡Eh! aquí sus nombres con un cálido
recuerdo: Antonio, Gregorio, Wirberto, Roberto, José María, Ismael, Luis,
Eusebio, Laureano, Manuel, y Carlos. En otra fecha o en otro lugar darían el
paso adelante los compañeros de curso: Alcober, Porta, Alijarde, Aranda,
Belmonte, Cabañero, Crespo, Laín, Lázaro, Martínez, y Sánchez.
En total 22 sacerdotes repartidos por
las diócesis de Tarazona, Teruel, y en las Misiones de los Padres Blancos. Para
estos 21 sacerdotes intervinieron en su educación en la diócesis de Zaragoza
más de sesenta profesores-educadores. Naturalmente su influjo quedó gravado
también, y para siempre, y a juzgar por sus comentarios en la actualidad, en
general, muy positivamente para todos, sacerdotes y no sacerdotes.
Fuimos nosotros los que le pedimos al
profesor Carlos Castro que dedicase unas cuantas clases en el mes de Mayo de
1959 que nos hiciese una introducción al estudio de la Teología. Según los
apuntes que todavía conservo decía algo así:
“Durante los cinco años de Humanidades,
¿Qué se pretendió que adquiriésemos en este período?:
- Contacto con la tierra y con el cielo
por la Geografía y la Astronomía.
- Contacto con la Naturaleza por la
Ciencias Naturales.
- Contacto con el orden ideal por las
matemáticas.
- Contacto con la palabra humana por la
Gramática y los idiomas, y con su expresión espiritual, la literatura”.
“En este grado se va saliendo del
analfabetismo y entrando en el mundo de la cultura”.
“Con los tres años de la Filosofía
pasaríamos al conocimiento del contenido de las palabras, es decir de las
ideas, y a través de ellas intentaríamos llegar a la esencia de las cosas. Y a
las que únicamente se llega por la experiencia personal. ¿Qué son las
cosas?, ¿qué soy yo?. Pero sobre todo ¿qué es mi vida en el mundo?,
¿cuál es mi destino? ¿Hay en nuestra vida un ingrediente constitutivo
originario: la vida sobrenatural (fe, esperanza y caridad)?”.
“¿Y qué pinta en todo ello la vocación?
Y, ¿qué es la vida sobrenatural como experiencia personal?”.
La cuestión quedaba planteada y a partir
de ahí hacíamos una serie de reflexiones imprescindibles para nosotros.
Por eso no nos quedamos ahí, sino que
para el verano, mes de Julio del 59, pedimos se nos organizara un cursillo
especial de reflexión y compromiso.
En el pueblo de Pinseque el Arzobispado tenía una finca que había sido heredada de una “Señora Principal”.
En el pueblo de Pinseque el Arzobispado tenía una finca que había sido heredada de una “Señora Principal”.
La casa (semipalacete) era más que
suficiente para la veintena de muchachos que nos íbamos a encerrar durante dos
semanas dirigidos por un buen sacerdote. En el Salón, a parte de los muebles
“de época”, había unas pinturas murales inspiradas en la naturaleza rústica y
en escenas bucólicas, muy curiosas para nosotros en aquel momento y situación
anímica en la que debíamos decidir si marcharnos o quedarnos y seguir adelante
en el seminario.
En la cochera y tapado con una gran
funda, había un hermoso carruaje, de los antiguos, aquellos que eran tirados por
caballos.
Una terraza que daba hacia el jardín en
primer plano, y a continuación la extensa huerta, regada con las aguas
procedentes del Canal Imperial de Aragón, donde se cultivaban toda clase de
hortalizas y frutales. De cuyo mantenimiento se encargaban los hermanos de
nuestro compañero Manuel Millán Senmartí, de Hijar. Manuel que llegaría a ser
catedrático de la Sorbona en París, y un compañero de lo más bueno e
inteligente que he conocido. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el
entendimiento de los temas, y en cualquier otra cosa, a todo el que le pedía
ayuda. Puedo decir que personalmente entendí ciertos temas de filosofía
metafísica gracias a su explicación “de tú a tú”. No hay nada como un compañero
para entender aquello que a veces se es incapaz de entender al profesor. Lo sé
por experiencia. También en esto la vida vivida “junto al otro” es
imprescindible para sacarle de su ignorancia. Perderíamos posteriormente su
trayectoria hasta que nos enteramos que había fallecido. No muy lejos y a través de los campos se llegaba hasta una ganadería de
reses bravas y que en un descanso de la reflexión iríamos a visitar.
La lectura era
fundamental siempre y en todo lugar.
Tauriac Le
Morón. (Fr.). Año 1.959.
El cursillo fue muy intenso. La lucha
entre el corazón y la cabeza era una continua guerra sin cuartel.
-“¿Estás ahora seguro de que puedes
tomar una determinación y ser fiel a la misma?, me preguntaría el sacerdote
ante mis dudas.
-“Estoy seguro ahora: ¡quiero ser sacerdote!”.
-“Pues entonces no le des más vueltas a
la cabeza porque del mañana Dios decidirá”.
Fue mi primer paso en mi camino
existencial. A partir de ahí me lo tomé mucho más en serio.
Pero no bastaría con eso, durante el
curso de primero de teología, en Noviembre del mismo año unos cuantos nos
encerraríamos en el Seminario de San Carlos para hacer Ejercicios Espirituales,
y tal como los había concebido San Ignacio de Loyola en la Cueva de Manresa, de
cuatro semanas seguidas, y dirigidos por un Padre Jesuita. Un mes en completo
silencio, reflexión y oración.
Como despedida entre compañeros, -unos
cuantos decidieron tomar el camino secular-, organizamos una gran caracolada en
el “Palacete de la Señora”, de la propia cosecha de la propia huerta. No hay
nada más indigesto que los caracoles recién cogidos de la huerta. Se pudo
capear la situación gracias a un buen tinto que se nos ofreció. Personalmente
nunca más he vuelto a comer caracoles.
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