miércoles, 16 de marzo de 2016

UN LARGO CAMINO A SEGUIR



IV.- DIOS, EN LA ENCRUCIJADA.
Un largo camino a seguir
Fue José Mª Aguirre Alcalde, un navarro incorporado al curso en los años de filosofía, quien nos introdujo la afición a cantar “Rancheras Mexicanas”. Natural de Falces, un pueblecito al sur de Tafalla. Era alegre, vitalista, reflexionador y estudioso, con toda su fogosidad juvenil que buscaba “algo grande”, y no sólo para sí mismo sino sobre todo para los demás. Era un navarro de los pies a la cabeza. Digo pues, que nos inculcó la afición a cantar rancheras. Pienso que las rancheras tienen, en general, una fuerte carga de psicodrama. En todas hay un borbotear de vitalidad, de relaciones interpersonales, de amores, desengaños, de generosidad y traición, de auténticos dramas humanos. Era como “anillo que venía al dedo” en aquella época para nosotros.
De aquellas rancheras recuerdo vagamente una que hablaba de dos hermanos enfrentados hasta la muerte del uno contra el otro por causa de “una mala mujer”, de quien estaban atrapados por su belleza y por su amor. El uno tuvo que excluir al otro de forma trágica.
Decía algo así:
Fue Juan Ramón a una fiesta,
Con la mujer que él quería,
Téngase esto muy presente
que el año treinta corría.
Juan Ramón se llama el uno,
y el otro José Manuel,
los dos hermanos amaban
a una misma bella mujer.
..................................
Se salieron para afuera
y se oyeron dos disparos,
y en el quicio de la puerta
los dos hermanos se hallaron.
Y aquella otra melancólica y sentimental que decía:


“Sin más testigos que el viento, el zarzal y la laguna (bis).
Y sin más luz que la luna alumbrando nuestro amor (bis).
Yo no quiero que ninguno, te diga palabras suaves,
ni que te canten las aves, nadie, nadie, sino yo (bis).
Para ti linda riojana traigo del campo estas flores (bis)
Impregnadas con amores de mi gaucho corazón (bis).
Yo no quiero que ninguno…


Nos encantaba cantarlas en grupo y a dúo. Bastaba con que uno comenzase para que todos siguiéramos a coro. Era como una droga beneficiosa para nosotros.
Había otra ranchera que más o menos decía:
Cuatro caminos hay en mi vida,
cual de los cuatro seraaa el mejooor?”....
Este era el dilema al pasar del estudio de la filosofía al de la teología. Fue el momento de tomar cada uno su opción personal. Ante nosotros se abrían varios caminos, tantos como cada uno fue tomando en su vida, los que se fueron del seminario y los que nos quedamos. Naturalmente yo me voy a referir a los caminos de los que nos quedamos, y desde luego al mío, y visto desde mí percepción personal.
Ante nosotros se abría, y por llamarlo de alguna manera, el “camino existencial”, por una parte, y el “camino académico” por otra. Son dos caminos distintos, pero necesarios ambos. Los dos discurren paralelamente hasta que tarde o temprano deben converger. No quiero hacer juicios de valor, solo quiero intentar describirlos desde mi propia experiencia.
El camino existencial es el de la vida, el de la experiencia, el de las emociones, el del corazón, y el íntimamente personal.
El camino académico era el oficial, el programado para ser estudiado, aprendido y aprobado. Condición “sine qua non” para acceder al sacerdocio. Era necesario tener aprobadas todas las asignaturas programadas. Naturalmente también se tenía en cuenta el llamado camino existencial, pero cuyas condiciones, para nosotros no conocidas, y sí guardadas en “el arcano” del Rector, debían tenerse en cuenta si no querías verte cuestionado por los que tenían que dar el visto bueno a la hora de acceder al sacerdocio.
 -El Obispo (en este caso Casimiro Morcillo) el día de la Ordenación preguntaría solemnemente: “¿Juzgáis son dignos estos candidatos para acceder al sacerdocio?”.
 -El Rector del Seminario (Agustín Flores) respondería: “En cuanto la humana fragilidad me permite afirmar, juzgo que son dignos de acceder al Sacerdocio”.
 -“Pues entonces el que esté dispuesto, dé un paso al frente” (Traducción libre del Ritual).
En aquél momento los once que estábamos preparados, como un solo hombre dimos el paso adelante, sin ninguna sombra de duda y con toda firmeza (en cuanto la “humana fragilidad” nos permitía estar firmes y seguros).

Se nos mandó tumbarnos en el suelo boca abajo, para implorar la ayuda de todos los santos cantando solemnemente las letanías.
¡Eh! aquí sus nombres con un cálido recuerdo: Antonio, Gregorio, Wirberto, Roberto, José María, Ismael, Luis, Eusebio, Laureano, Manuel, y Carlos. En otra fecha o en otro lugar darían el paso adelante los compañeros de curso: Alcober, Porta, Alijarde, Aranda, Belmonte, Cabañero, Crespo, Laín, Lázaro, Martínez, y Sánchez.
En total 22 sacerdotes repartidos por las diócesis de Tarazona, Teruel, y en las Misiones de los Padres Blancos. Para estos 21 sacerdotes intervinieron en su educación en la diócesis de Zaragoza más de sesenta profesores-educadores. Naturalmente su influjo quedó gravado también, y para siempre, y a juzgar por sus comentarios en la actualidad, en general, muy positivamente para todos, sacerdotes y no sacerdotes.

Era lógico que las tres columnas o principios en los que se basaba el camino existencial fueran el de la Obediencia, la Castidad, y la Pobreza. Obediencia a la Santa Madre Iglesia, y en concreto a nuestro Arzobispo de Zaragoza. Castidad con toda limpieza de corazón en materia “carnal”, de obra y de pensamiento. Y Pobreza para no ir detrás de las riquezas materiales y “pompas” mundanas. Más adelante volveremos sobre estos conceptos una vez vividos, experimentados y reflexionados a lo largo de la propia existencia.
Fuimos nosotros los que le pedimos al profesor Carlos Castro que dedicase unas cuantas clases en el mes de Mayo de 1959 que nos hiciese una introducción al estudio de la Teología. Según los apuntes que todavía conservo decía algo así:
“Durante los cinco años de Humanidades, ¿Qué se pretendió que adquiriésemos en este período?:
- Contacto con la tierra y con el cielo por la Geografía y la Astronomía.
- Contacto con la Naturaleza por la Ciencias Naturales.
- Contacto con el orden ideal por las matemáticas.
- Contacto con la palabra humana por la Gramática y los idiomas, y con su expresión espiritual, la literatura”.
“En este grado se va saliendo del analfabetismo y entrando en el mundo de la cultura”.
“Con los tres años de la Filosofía pasaríamos al conocimiento del contenido de las palabras, es decir de las ideas, y a través de ellas intentaríamos llegar a la esencia de las cosas. Y a las que únicamente se llega por la experiencia personal. ¿Qué son las cosas?, ¿qué soy yo?. Pero sobre todo ¿qué es mi vida en el mundo?, ¿cuál es mi destino? ¿Hay en nuestra vida un ingrediente constitutivo originario: la vida sobrenatural (fe, esperanza y caridad)?”.
“¿Y qué pinta en todo ello la vocación? Y, ¿qué es la vida sobrenatural como experiencia personal?”.
La cuestión quedaba planteada y a partir de ahí hacíamos una serie de reflexiones imprescindibles para nosotros.
Por eso no nos quedamos ahí, sino que para el verano, mes de Julio del 59, pedimos se nos organizara un cursillo especial de reflexión y compromiso.
En el pueblo de Pinseque el Arzobispado tenía una finca que había sido heredada de una “Señora Principal”.
La casa (semipalacete) era más que suficiente para la veintena de muchachos que nos íbamos a encerrar durante dos semanas dirigidos por un buen sacerdote. En el Salón, a parte de los muebles “de época”, había unas pinturas murales inspiradas en la naturaleza rústica y en escenas bucólicas, muy curiosas para nosotros en aquel momento y situación anímica en la que debíamos decidir si marcharnos o quedarnos y seguir adelante en el seminario.
En la cochera y tapado con una gran funda, había un hermoso carruaje, de los antiguos, aquellos que eran tirados por caballos.
Una terraza que daba hacia el jardín en primer plano, y a continuación la extensa huerta, regada con las aguas procedentes del Canal Imperial de Aragón, donde se cultivaban toda clase de hortalizas y frutales. De cuyo mantenimiento se encargaban los hermanos de nuestro compañero Manuel Millán Senmartí, de Hijar. Manuel que llegaría a ser catedrático de la Sorbona en París, y un compañero de lo más bueno e inteligente que he conocido. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el entendimiento de los temas, y en cualquier otra cosa, a todo el que le pedía ayuda. Puedo decir que personalmente entendí ciertos temas de filosofía metafísica gracias a su explicación “de tú a tú”. No hay nada como un compañero para entender aquello que a veces se es incapaz de entender al profesor. Lo sé por experiencia. También en esto la vida vivida “junto al otro” es imprescindible para sacarle de su ignorancia. Perderíamos posteriormente su trayectoria hasta que nos enteramos que había fallecido. No muy lejos y a través de los campos se llegaba hasta una ganadería de reses bravas y que en un descanso de la reflexión iríamos a visitar.
 
La lectura era fundamental siempre y en todo lugar.
Tauriac Le Morón. (Fr.). Año 1.959.


El cursillo fue muy intenso. La lucha entre el corazón y la cabeza era una continua guerra sin cuartel.

-“¿Estás ahora seguro de que puedes tomar una determinación y ser fiel a la misma?, me preguntaría el sacerdote ante mis dudas.
-“Estoy seguro ahora: ¡quiero ser sacerdote!”.
-“Pues entonces no le des más vueltas a la cabeza porque del mañana Dios decidirá”.
Fue mi primer paso en mi camino existencial. A partir de ahí me lo tomé mucho más en serio.
Pero no bastaría con eso, durante el curso de primero de teología, en Noviembre del mismo año unos cuantos nos encerraríamos en el Seminario de San Carlos para hacer Ejercicios Espirituales, y tal como los había concebido San Ignacio de Loyola en la Cueva de Manresa, de cuatro semanas seguidas, y dirigidos por un Padre Jesuita. Un mes en completo silencio, reflexión y oración.
Como despedida entre compañeros, -unos cuantos decidieron tomar el camino secular-, organizamos una gran caracolada en el “Palacete de la Señora”, de la propia cosecha de la propia huerta. No hay nada más indigesto que los caracoles recién cogidos de la huerta. Se pudo capear la situación gracias a un buen tinto que se nos ofreció. Personalmente nunca más he vuelto a comer caracoles.

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