sábado, 19 de marzo de 2016

RUPTURA CON EL OBISPO CANTERO



Ruptura con el obispo Cantero.

En los primeros días de Enero de 1.969 fui a ver al Arzobispo Cantero.
Le había llegado ya la notificación de mi rechazo como capellán de emigrantes en Francia. Mostraba un gran enfado, pues él se sentía cuestionado por el fracaso que suponía la situación creada por mí. Y ya tenía planteada una salida a la situación.
Me enviaba castigado a unos pueblos del Bajo Aragón, cuyos nombres sin desearlo he olvidado. Estaban lejos de Zaragoza y además esos pueblos estaban planteados como transferibles a la Diócesis de Teruel. De un plumazo, y sin haber hablado conmigo sobre lo acaecido en el “Migrans”, me mandaba lejos y esperaba que terminara pasando a pertenecer a otra Diócesis. Lo que hacía con ello era que “la supuesta peste que era mi persona” quedaba endiñada a su prójimo, al obispo de Teruel.
Le dije que yo no había hecho nada malo. En todo caso mi pecado estuvo en ser un imprudente al expresar mi rechazo a sentirme “capellán de Franco”. Por mi parte no aceptaba mi destino a esos pueblos como castigo, por lo que si no había otra salida, me pondría a trabajar como cura obrero. Mi decisión quedaba fuera de su decisión. No me moriría de hambre. Ganaría el pan con el sudor de mi frente.
Esta idea, aunque pueda parecer una puerilidad, en aquellos tiempos era muy subversiva: un cura obrero no se moría de hambre al “destetarse de las ubres diocesanas”. Estaba siendo contemplado por otros muchos compañeros sacerdotes que se cuestionaban su sacerdocio como puros hacedores de ceremonias.
Moralmente los amigos Antonio Ramos y Alfonso Milián me arroparon y estuvieron a mi lado. Creo que en el fondo no aprobaban el proceder de Cantero.
Los sacerdotes Mariano García Cerrada, Consiliario de Cáritas, y José Aznar, artista y pintor, vinieron inmediatamente en mi ayuda. Me ofrecían ser Maestro de una Escuela Unitaria Privada situada en los bajos de una casa de la calle Lausana de Zaragoza. La escuela era propiedad de un amigo de ellos que ejercía de Maestro en el pueblo de Gallur. Lo acepté. Como vivía en el Barrio de Las Fuentes en casa de mis padres, antes de ir a la escuela decía misa en la parroquia de San José Artesano.

Alguna vez me he preguntado qué hubiera ocurrido, si humildemente hubiera aceptado mi destino, y hubiera sido sacerdote en aquellos pueblos.
Y la respuesta siempre ha sido la misma: con la experiencia de mis cinco años de cura en Cinco Olivas y Alborge (Ver la 1ª parte de El Dios de mi pequeña Historia en: http://abosque.bravehost.com/ex/subportica/Articulos/Molina2/ElDiosRural.htm ) y todo el bagaje de conocimientos y compromisos que llevaba conmigo, hubiera seguido trabajando a tope y me hubiera incorporado al movimiento JARC (Juventud Agrícola y Rural Católica). Hubiera trabajado conjuntamente con mis compañeros sacerdotes en el Bajo Aragón hasta los hechos acaecidos con la inundación del pueblo de Mequinenza por el pantano en el río Ebro, y los hechos que constituyeron el “Caso Fabara”.
Es decir que hubiéramos llegado a parar al mismo punto, como se verá más adelante, al dimitir de sus cargos 24 sacerdotes en solidaridad con la destitución como Párroco de Fabara de Wirberto Delso Díez. (Ver en Subpórtica:

El año 1969 lo pasé  como maestro de escuela unitaria en Zaragoza. En ese año ocurrió que el Arzobispo Cantero tampoco pudo aguantar al sacerdote José Ignacio de Miguel, párroco de San Agustín y responsable de la Residencia de Trabajadores que había en la calle Cartagena, hoy prolongación de la Avenida Cesáreo Alierta.
El compañero Vicente Rins Álvarez, Consiliario de la JOC (Juventud Obrera Católica) se presentó una mañana en la escuela poniéndome al corriente de lo que estaba ocurriendo en calle Cartagena. Comenzamos un movimiento de solidaridad con el amigo José Ignacio. Pusimos en marcha un movimiento destapando la maniobra del desmantelamiento de un centro de jóvenes cristianos seguidores del Concilio y del Evangelio. Todas las gentes progresistas de entonces colaboraron en los hechos solidarios. Para nosotros era evidente que Cantero estaba más con Franco que con el Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica.
La residencia obrera de la calle Cartagena estaba llena de jóvenes trabajadores de los que la mayoría pertenecían a la JOC. Resultaba una residencia más económica que cualquier otra hospedería. Eran jóvenes venidos a trabajar a la ciudad desde el campo aragonés y algún que otro emigrante de otros lugares. Cerrar la residencia era poner en la calle a los más desvalidos. Pero para las autoridades “era un nido de comunistas”. Cosa que no era cierta. Recuerdo la persecución que se hizo al muchacho obrero procedente de Guinea Ecuatorial hospedado en la residencia obrera; se llamaba Santiago y era negro. La policía lo iba buscando, y nosotros lo íbamos escondiendo. Al final fue a parar a Barcelona, donde se perdió por algún tiempo en el anonimato.
Cantero seguía fiel a las consignas del entonces Gobernador Civil Federico Trillo Figueroa.

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