domingo, 20 de marzo de 2016

NUESTRA ESPIRITUALIDAD



Nuestra espiritualidad

Intentábamos ser fieles a los principios de la HOAC nacidos del ejemplo de Jesús de Nazaret, de la comunidad que él creó con sus discípulos. (2)

Una comunión perfecta de vida: “Jesús, conoce a sus discípulos y se da a conocer; los acepta como son, con sus defectos, fallos, carácter, temperamento, y les ofrece su amistad”.
“Comparte sus sufrimientos y sus alegrías en el cumplimiento de la misión confiada por el Padre”.
“Recibe de ellos la confesión de sus vidas”.
“En diálogo permanente les explica el misterio del Reino de Dios y su misterio personal, y provoca en ellos una adhesión firme a su persona y a su mensaje. Así, en la comunión de vida, crea la fe en la comunidad naciente”.
“La fe es alianza con Cristo, que incluye la entrega sacrificada y desinteresada a Cristo y a los hermanos. Fe señalada por el bautismo, que se expresará en la vivencia del Cuerpo Místico, en la realización de la humildad-servicio”.

“Comunidad perfecta de bienes: Jesús pone en común con ellos todo lo que tiene hasta el poder de hacer milagros. Les introduce en la práctica de la pobreza-comunión de bienes y les lleva a la vivencia del Mandamiento Nuevo, del amor cristiano, que en frases de Pablo es: actuación de la fe-entrega-servicio. Amaos los unos a los otros… En esto conocerán que sois mis discípulos”. (Gl, 5,6 y Jo. 13, 34-35; 15, 12-17; 1ª Jo, 1, 4 y 2,8).

“Comunidad de acción: experiencia que proporciona a sus discípulos en el anuncio y en la realización del Reino de Dios. Les hace crecer en la capacidad de sacrificio que hace falta para ello. Les prepara para que sean capaces de aceptar las humillaciones, persecuciones, sufrimientos, incomprensiones, incomodidades, y la muerte por el Reino de Dios y su Justicia”.
“Les enseña a negarse a sí mismos, a renunciar a sus intereses personales y a sus caprichos, a su situación humana, y a los gustos personales”.
  “Para templarlos en el sacrificio por el Reino de Dios les muestra la gran esperanza que les aguarda: la vida, el Reino definitivo”.

A través de todo el Evangelio se ve que Cristo quiere que su iglesia y dentro de ella cada comunidad particular y cada grupo sea una comunidad de pobres de Javhe.
Su “programa” quedará establecido especialmente en los ocho principios fundamentales evangélicos. Escalones que hay que subir uno tras otro en orden a conseguir el objetivo final: “ser fiel a la construcción del Reino de Dios y su Justicia”.
Programa que no es otro que las ocho Bienaventuranzas que se relatan en el Evangelio de Jesús.



Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos. (1ª)

La pobreza: pobre es el que está dispuesto a perder lo que tiene y lo que no tiene. Desprendido y libre de todo ha de estar el militante. El desprendimiento se pone de manifiesto por la capacidad de comunión, en la facilidad para la pobreza actual. Pobreza espiritual sin comunión, no existe. Si hay pobreza espiritual, al ver a Cristo en los demás, ¿cómo no comunicar lo que se tiene? Cuando no hay comunión, no hay desprendimiento. Por eso, la comunión lleva necesariamente a la pobreza.
Pobres de espíritu son los pobres reales, conscientes, libres y voluntarios, que por amor a Dios, confianza en Él, por amor a los hombres especialmente a los pobres sociológicos, y por imitación a Cristo, eligen vivir en la pobreza, como encarnación y testimonio. El valor de esta pobreza no está en la privación sino en el amor, que lleva a través de la comunicación constante de bienes a la plena comunión.
Para ser pobre de espíritu se puede partir de la situación de riqueza o de la situación de pobreza sociológica. Lo importante es la comunión, y a ser posible la comunión total de bienes como expresión de amor. Los pobres sociológicos, en general, pueden estar sicológicamente mejor preparados para entender y realizar la comunión que los ricos. Lo que no es compatible con la pobreza evangélica es un desprendimiento exclusivamente interior que no se manifiesta en la comunión.

Estoy transcribiendo al pie de la letra unos apuntes cogidos a mano de lo que Tomás Malagón entendía como genuino el sentido de las bienaventuranzas.
Era el sentido de las bienaventuranzas que en la doctrina de la HOAC  se tenía muy presente. Por eso quiero conservar tal cual lo que entonces aprecié y sentí. Cada uno que lea entre líneas y saque las conclusiones que estime oportuno.

Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra. (2ª)

La mansedumbre: parece que el diablo se empeña en rodear de palabras feas las realidades más hermosas. “Manso” en castellano suena un poco a tonto. En latín suena peor: “mitis” (blando). El francés lo acaba de arreglar: “douce”. No digamos de los misales que nos traducen: “bienaventurados los dulces”… Sin embargo la mansedumbre es una virtud de fuertes: es la no-violencia activa acompañada de espíritu de amor. Es no contestar a la violencia con violencia, y hacer esto por amor. Es renunciar al mismo derecho que en ocasiones podemos tener como cualquier otro. Es renunciar a la violencia pero caminando firmes a donde tengamos que ir, lo cual no es ceder. Es estar dispuesto a hacer todo lo que haga falta hacer. No quiero decir que la violencia sea injusta, sino que el cristiano no debe tomarla como sistema. Defender siempre al “apaleado”. Huir de la fuerza bruta.
Esto supone mucho dominio de sí mismo y de las circunstancias. Hace falta mucha fuerza para practicarlo. Tenemos un ejemplo maravilloso en Gandhi con el empleo de la mansedumbre, que llegando a veces a ofrecer los indios sus cuerpos limpios a los disparos de los ingleses, fue la India la primera nación que obtuvo la independencia de Inglaterra. Gandhi decía que esto lo aprendió del Evangelio.
Ortega y Gasset manifestaba: Cristo al decir que “a quien te hiere en una mejilla, ofrécele la otra” instauraba una forma superior de cultura. Ortega distinguía tres períodos en la historia del mundo: a) Exaltación de la fuerza bruta, era un período de glorificación de la violencia (recordemos la prehistoria, las epopeyas…, así es como nacieron muchos títulos nobiliarios conquistando territorios de otros). b) En un segundo período se justifica la violencia sólo como defensa. En este caso, si hay que hacer violencia, se tratará siempre de justificarla (por ejemplo, teólogos justificando las guerras de Indias; Hitler y las teorías del espacio vital de los alemanes). c) Después aparecería una forma superior de cultura, la que se caracteriza por la no violencia. Es precisamente lo que hizo Gandhi. Y si lo hubiera conocido habría dicho otro tanto de Luther King, que sigue con valentía este método en la defensa de los derechos de los negros.
La mansedumbre es esta no violencia cuando va acompañada del amor y con el fin de defender la justicia.
Los “mansos” pues, no son los bonachones, ni los resignados. Cristo es el modelo supremo de mansedumbre, sobre todo en su pasión y muerte. La mansedumbre evangélica es aquella actitud que implica más respeto hacia los demás, y más fortaleza. Es la actitud de fortaleza de los mártires y santos cristianos. Esta fortaleza está muy cercana a la humildad como servicio responsable a los demás. Se opone a la soberbia, al orgullo, a la altivez,  a la cobardía, a la insolencia.
Los grupos y comunidades de pobres evangélicos deben caracterizarse también por esta mansedumbre-fortaleza como actitud colectiva. En una sociedad de personas responsables, es una actitud básica.
Esta será una de las virtudes más sobresalientes de la cultura humano-comunitaria que pretenden construir los hombres de hoy.
A una sociedad de “vicentes” y “borregos”, le prestarán un gran servicio estos grupos de “pobres-mansos”, sobre todo, si reúnen las condiciones exigidas por las bienaventuranzas para ser pobres evangélicos.

Se  agolpan en mi recuerdo innumerables hechos que después de haber sido trabajados por cristianos de JOC y de HOAC, instruyendo, preparando y movilizando a las gentes, llegaba algún partido político, todo ello en la clandestinidad, y “capitalizaba” en su provecho las acciones emprendidas por otros. Naturalmente nos sabía “a cuerno quemado”. Pero los cristianos no nos rendíamos nunca, callábamos, pero seguíamos avanzando. Otro tanto ocurría en las asambleas de barrios: preparábamos con todo detalle las reuniones, y llegaban “los de siempre”, y desde distintos rincones de la reunión, llevaban “el agua a su molino”. Esto era tan corriente que en la ZYX se organizó un cursillo de estrategias y tácticas en el “tratamiento” de multitudes. Evidentemente teníamos muy presente aquello que decía Jesús “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”. (Luc., 16, 8). Y añadía: “Sed cándidos como las palomas y astutos como las serpientes”.
En teoría copiábamos la estrategia del Partido Comunista: “unos mantenían una afirmación, otros (pero del mismo grupo camuflado) sostenían lo contrario, al final aparecían los que expresaban una síntesis de ambas posturas dejando a todos contentos”. Era lo que se pretendía.
El partido Comunista decía: “Esto es así. Pero esto podría ser de otra manera, debería ser de otra manera. Luego esto será de otra manera”.
Los de la JOC y los de la HOAC decíamos “la realidad es así. Pero a la luz del Evangelio debería ser de otra manera. Luego la realidad será de otra manera”. En el fondo esto era la revisión de vida. Cada uno y en grupo hacíamos nuestros compromisos en nuestras reuniones, y salíamos a la calle a ponerlo en práctica, fortalecidos además por nuestras Eucaristías fraternales y comunitarias.


Placidez de las aguas del Canal a su paso por Casablanca
Y en el sentido de la mansedumbre insinuada anteriormente recuerdo en especial a dos militantes de la HOAC, (en realidad había muchos), Enrique Subiza y el compañero Aquilino. Enrique, casado con María, con dos hijas y un hijo, era el prototipo de lo que se dice en esta bienaventuranza. Era un hombre discreto, callado, observador, eficaz y responsable en todos los compromisos que asumía aunque fueran de lo más insignificantes; sonreía siempre, no se enfadaba nunca, pero aquello a lo que se comprometía lo cumplía. El amigo Damián V. V., delegado de la ZYX en Aragón, no encontró mejor casa para hospedarse que la casa de María y de Enrique. Aquilino, (no recuerdo su situación familiar), parecía un hombre “insignificante”, que pertenecía a los “Equipos del Dolor” de la HOAC. Siempre calladamente, discretamente, pacientemente (a pesar de su propia enfermedad), visitaba asiduamente a los compañeros enfermos, a vecinos del barrio de Torrero, a todos los que podía acompañar, animar, asistir, y con los que siempre se solidarizaba, y estaba siempre a lado para lo que hiciera falta. Sus vidas, la de estos militantes, eran siempre servicio incondicional a su prójimo.

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. (3ª)

Los que lloran: los que resultan ser víctimas de la injusticia. Entre ellos principalmente se encontrarán los dispuestos a luchar por la justicia: las víctimas del mal son las mejor preparadas para combatirlo.
El sufrir y el llorar, al menos interiormente, es otra nota característica de los pobres. Cuando no hay llanto, dolor, sufrimiento, persecución, incomprensión es porque no se han tomado en serio las exigencias de la pobreza evangélica. Siempre que se tomen en serio estas exigencias, necesariamente se choca con los ambientes, instituciones, y estructuras, y en seguida aparecen la cruz y el sufrimiento. “Todos los que quieren vivir religiosamente con Cristo Jesús, padecerán persecución”, dice San Pablo (2Tim. 3, 13).

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (4ª)

La justicia, bíblicamente, es el ajustamiento de todas las cosas, personas e instituciones, es el plan de Dios. Abarca desde la justicia que se refiere a los bienes económicos y culturales, hasta la justicia que consiste en la vida de Gracia, en la Santidad y en la Alianza con Dios. Todo lo que los hombres designan con la palabra justicia cabe dentro de la justicia bíblica.
Según esto, la tercera característica de los grupos y comunidades cristianas es experimentar el deseo de que se realice la justicia, con la misma ansiedad y angustia con que el hambriento y el sediento desean comer y beber. Esto supone que estén siempre dispuestos a realizar el Plan de Dios, de manera que también ellos puedan decir con Cristo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”. (Jo. 4, 34).
Se exige pues, el espíritu de lucha en un cristiano cuando se trata de defender el Plan de Dios. Es la construcción del Reino de Dios y de su Justicia que comienza ya aquí en la tierra.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. (5ª)

Los misericordiosos, es decir, los que tienen entrañas de misericordia.
Hemos de ser, o de los que lloran, o de los que se con-padecen con los que sufren. Los que padecen con los que lloran, es otra forma de llorar.
Según la Biblia, es misericordioso aquel que sin ser víctima de una situación, comparte la suerte de las víctimas. El ejemplo de la misericordia es Dios, que sin ser víctima del pecado y sus consecuencias, ha querido que su Hijo comparta con nosotros el ser víctima.
La exigencia de esta bienaventuranza es muy seria en un mundo de hambrientos y de analfabetos, en el que la mayor parte de los hombres están excluidos de una participación humana en los bienes del progreso  y de la cultura, sin posibilidad real de hacer oír sus voces en el ordenamiento cívico y económico.
Ser misericordioso en las grandes ciudades debería llevar a los cristianos a compartir la suerte de los que viven en los suburbios, y de todos los marginados de la sociedad. Ser misericordioso nos debería llevar a compartir las situaciones infrahumanas de los campesinos.
Ser misericordiosos supone tener una conciencia aguda de los problemas de los demás, y luchar con todas las fuerzas por resolverlas.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (6ª)

Limpios de corazón son los que no buscan “su medro”, no se buscan a sí mismos, ni su interés, sino que buscan la voluntad de Dios.
Limpios de corazón que se podría traducir por “honrados”. Son aquellos que teniendo siempre buena fe o buena disposición hacia todos los hombres, piensan, hablan, y actúan en consecuencia. La limpieza de corazón es lo contrario de la hipocresía y del fariseísmo. La limpieza de corazón, cuando Cristo habla de ella en el Evangelio, siempre es a propósito de los fariseos que no limpian su corazón. (Mt. 23, 25-28; 15, 10-20. Mc. 7, 14-23).
Cuando se procede con limpieza de corazón, entonces se experimenta a Dios de manera privilegiada en el prójimo.
Esta bienaventuranza exige que las comunidades y grupos cristianos, y por tanto, las personas que las integran, estén siempre atentas al amor y al respeto de las personas con una gran sinceridad y autenticidad.
Lo que nos dice el Señor en Mt. 5, 21 y ss; 7, 1-5. Lc. 6, 39-45, puede ser un comentario de la limpieza de corazón.
Igualmente muchas de las exhortaciones  de San Pablo al huir de las obras de la carne y realizar las obras del Espíritu. (Ef. 4, 17; Gal. 5, 13: 6, 10; Col. 3, 5-15).
La limpieza de corazón incluye la castidad, pero va mucho más allá de la castidad.

Bienaventurados los que hacen la paz. Porque ellos serán llamados hijos de Dios. (7ª)

La Paz, que es el resultado de la Justicia y no de la tranquilidad que viene de tranca. Esforzarse por la paz es implantar la justicia. Así es el militante: enamorado de la paz y se esfuerza por ella.
Los pacíficos, es decir los que hacen obra de paz basada en la justicia. “Opus iusticiae pax”. Cuando hay justicia, brota la paz.
Los constructores de la paz son aquellos, que por todos los caminos, buscan la auténtica paz  con Dios y con los hombres.
La paz es la expresión de la vida en la alianza-comunión. La paz bíblica es el fruto de la promoción de la verdad-fidelidad contra la mentira-traición; de la promoción de la justicia integral y colectiva; de la promoción de la libertad personal y comunitaria de familias, grupos humanos, países, etc.; de la promoción del amor sacrificado y desinteresado de los hombres. Construir la paz, en definitiva, es luchar constantemente por la promoción integral y colectiva de todos los hombres, haciendo que las estructuras e instituciones hagan posibles el que todos los hombres que la integran estén al servicio de sus hermanos en el orden económico, cultural, político, social y religioso.
Solo los que construyen la paz de esta manera serán hijos de Dios y reconocidos por tales por Dios y por los hombres.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. (8ª)

Esta es la bienaventuranza de aquellos que desarrollan una acción de defensa de la justicia porque no se avienen con la injusticia. Las “condecoraciones son crucifixiones por delante”. Pero hay también condecoraciones por detrás. Para obtenerlas hay que hacer méritos, y estos méritos son la acción por la implantación de la justicia.
¿Qué se entiende por justicia?
La justicia en la Biblia es un concepto muy complejo. Aplicada a Dios en el Antiguo Testamento, viene a significar justicia y fidelidad, una justicia que era su fidelidad. Entre los judíos, decir que Dios es justo, era también decir que era fiel. No sin razón Dios no puede ser justo con justicia conmutativa. La justicia conmutativa es la que da a cada uno lo suyo; supone un derecho, tener algo propio. Pero ante Dios ¿qué es la justicia?
Pero además, la justicia conmutativa supone acomodarse a una norma externa. Pero acomodarse a una norma externa tampoco es posible a Dios. Por eso solo hay una manera de que Dios sea justo: ajustándose a sus promesas, siendo fiel.
De esta justicia participa el hombre cuando se acomoda y ajusta a las promesas, a los planes de Dios, cuando es según el corazón de Dios. Esta justicia incluye, claro está, el realizar la justicia conmutativa, pero la rebasa y desborda. Se trata de acomodarse a los planes de dios y realizarlos, sobre la vida personal y social del hombre, buscando la justicia en sí misma y en el entorno.
Buscar esta justicia es la octava bienaventuranza, que es la decisiva, la síntesis. Pero para llegar a realizar esto hay que recorrer las otras siete, que son como el bagaje del militante.
El Señor preparó psicológicamente a sus discípulos para aceptar la persecución. Al intentar impregnar el mundo empecatado con los criterios de la justicia bíblica, necesariamente se produce persecución.
En este sentido es aleccionador la mala “aventuranza” de San Lucas, (1, 6-26), que dice: “¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, porque de este modo trataron sus padres a los falsos profetas!”.
Ezequiel califica de falsos profetas a los que engañan al pueblo con mentiras (Ez. 13, 1-23) y especialmente a los que extravían al pueblo diciendo: “Paz, cuando no hay paz” (Ez. 13, 10).
Construir la paz cristiana trae la persecución y las tensiones (Mt. 10, 34-36). Luchar contra el mundo en el sentido ético-peyorativo que tiene con frecuencia en San Juan como conjunto de hombres, que no viven las consecuencias del pecado, sino que lo legalizan en sus instituciones código-sociales y religiosas, necesariamente producen el odio y la persecución (Jo. 15, 18-27 a 16, 1-4).
La suerte de los discípulos será como la de Cristo: la persecución (Mt. 10, 16-32).
Las bienaventuranzas nos deben excitar a poner en marcha pequeñas comunidades de testimonio y de compromiso, que cumplan dentro de las comunidades más amplias y dentro de la masa cristiana, y del conjunto de todos los ciudadanos, la función de fermento, para que la iglesia se acerque cada día más al ideal de la Iglesia de los Pobres, es decir, al ideal de la Iglesia constituida por los Pobres según el Evangelio expresado en las bienaventuranzas.

Las ocho bienaventuranzas no se refieren a distintas personas. Ni son un catálogo de virtudes. “Lo que pretenden es enseñar cómo deben ser las comunidades y grupos cristianos, destacando de forma esquemática los principales rasgos de su vida comunitaria”.
Todo esto era lo que sostenía y vivía Tomás Malagón con “su alma gemela y complementaria, Guillermo Rovirosa”. Así se compenetraban y así actuaban los dos, y con ellos los hombres fundadores de la HOAC, y todos los que siguieron en aquella dinámica espiritual y social de compromiso. Los demás intentábamos ser imitadores del ejemplo que nos daban.

Tomás Malagón venía a decir, el problema es este:

Nuestro mundo es injusto, profundamente, sustancialmente injusto, y no solo los individuos, sino especialmente las estructuras.
Ahora bien, los cristianos estamos metidos y complicados en estas estructuras. Luego algo hay que hacer. Y recordaba a José María Díez-Alegría cuando decía: “No todos podemos hacerlo todo. Pero todos tendríamos que hacer algo. Y me parece que casi todos tendríamos que hacer algo que no hacemos”. (Díez Alegría: conferencia titulada “Cristianismo y Revolución”. Asís (Italia). 1.967). (2)




Las Esclusas del Canal de Aragón en Casablanca y central eléctrica en paralelo y en el mismo lugar.

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