miércoles, 16 de marzo de 2016

LA VIDA FRENTE A LA DOCTRINA



La vida frente a la doctrina.
Adelantemos algunos datos aproximados de lo que ocurriría entre nosotros a partir de estos años de estudio de la filosofía eclesiástica. Entre los tres cursos de filosofía estaríamos, al menos, 115 estudiantes, de los cuales seríamos sacerdotes, 45. A ellos habría que añadir los que se hicieron sacerdotes en las diócesis de Tarazona y de Teruel a donde irían a parar aquellos que comenzaron en el seminario de Alcorisa y que por razones de división territorial de las diócesis se desvincularían de la diócesis de Zaragoza. Por lo que, aproximadamente, el 40 % de aquellos muchachos llegarían a ser sacerdotes.
De entre este grupo, “¿rebelde?”, han salido dos obispos; algunos capellanes castrenses con graduación de comandante y teniente coronel; varios misioneros en América del Sur y en África. Varios profesores y catedráticos de instituto y universidad. Uno sería profesor de la Universidad de la Sorbona, y otro es una autoridad en arte.
Directores de corales, cuatro o cinco. Otro sería un buen periodista de investigación y sigue siendo un buen escritor. Dos, al menos que recuerde en este momento, son Abogados del Estado. Y prácticamente todos han sido y son unos buenos profesionales cada uno en su especialidad.
Quiero recordar a los sacerdotes, que llegarían a enrolarse en la guerrilla colombiana: Domingo Laín del pueblo de Paniza, Manuel Pérez, de Alfamén, y Jose Antonio Giménez Comín, de Ariño. Los tres ejercieron, previamente al ingreso en la guerrilla, su sacerdocio en uno de los barrios más pobres de Bogotá. Cuando Domingo Laín fue expulsado
por el Gobierno Colombiano y repatriado a España, me decía en nuestras correrías en actividades clandestinas en Zaragoza: “cuando se lleva unos cuantos meses comiendo como los nativos una sola comida al día, y ésta de arroz, y ves que no hay manera de conseguir justicia para la gente pobre, no te queda otro remedio que enrolarte en la guerrilla de liberación nacional”.
 Desde el puerto de Le Havre, Francia, y “cobijado y amparado” por “Frères du Monde”, volvió clandestinamente a Colombia y directamente a la guerrilla. Todo lo demás es de sobras conocido. Lo mismo que lo referente “al Cura Manolo Pérez”, Comandante Gerrillero. José Antonio tendría un final menos llamativo, aparentemente menos “glorioso”. Murió de una picadura de serpiente en la selva colombiana. Y quiero afirmar que detrás de todo esto estaba el Dios que cada vez “nos exigía más”.
Lo que iba ocurriendo poco a poco era que se estaba dando un cambio en nuestra moral católica. Es decir, “la exigencia de Dios”, y exigencia muy fuerte, de la lucha personal contra todo lo que era pecaminoso, y aun siendo por otra parte  natural (lo referente al sexo era el pecado), dejaba paso poco a poco, a la exigencia en la lucha contra lo que no era, ni es, ni puede, ni debe ser natural, como lo es la injusticia social (“la explotación del hombre por el hombre”). Y esto sí que es pecado. Se perfilaba un principio que poco a poco en algunos iba calando: lo natural (lo que pertenece a la naturaleza) no puede ser pecado; lo que perjudica a uno mismo y al prójimo, Sí que es pecado. La obsesión por lo que se “imponía como malo” en lo referente al cuerpo, se cambiaba por lo que realmente es malo, y no es natural, el que un hombre “esclavice”a otro hombre. No es, no puede ser la ley de la selva: el “sálvese el que más pueda”. Debe de ser la Ley de la Razón y la Ley de Dios que nos hizo a todos los hombres iguales sin distinción de razas, ni de sexos. Este era el Dios de Laín, Manuel Pérez y José Antonio Giménez Comín. Este es el Dios de muchísimos cristianos que luchamos contra la usurpación de este “Poder” de Dios, por parte de los que se lo apropian para sí mismos (Dictadores), o para los grupos de dominio económico y social (Dictadura e Imperialismo del más fuerte contra el más débil). Yo, personalmente, no os olvidaré, Domingo, Manolo y José Antonio. A mí me faltó valor para acompañaros.
Hubo un misionero salido del grupo de estos estudiantes de filosofía, que llegaría a ser amigo personal del General Videla, en Argentina. Cuando se enteró este sacerdote de lo que estaba ocurriendo en el país con los eliminados y desaparecidos, abandonó Argentina, vino a España, se secularizó, y nunca más ha querido saber nada, hasta el momento, de todo lo que “oliese a clero”.
En el Partido Comunista de Aragón, han estado afiliados y han sido militantes, cuatro compañeros. Dos, han sido sacerdotes y siguen estando en el Partido en la actualidad.
De lo que se desprende, que de aquellas discusiones y pugnas, el compromiso personal fue muy fuerte. Y sigue siendo muy fuerte en la actualidad
Pero continuemos con el relato de estos años juveniles nuestros.
Un paso hacia la profundización en los temas filosóficos y de la vida, lo daríamos con el Dominico Padre Antonio Gelabert. Se preparaba muy bien las clases y les daba un tinte humanista, sencillo, cercano, pero muy de reflexión constante. Cuando hace unos meses fui a visitarle al Colegio de los Dominicos de la Plaza San Francisco de Zaragoza, el abrazo que nos dimos fué de una gran sinceridad y alegría. Me recordó algunas cosas que yo ya había olvidado, como por ejemplo el año que estuvo ayudándome para la Semana Santa en las parroquias de Cinco Olivas y Alborge. “La primera vez que me metí en la barquita a remos para pasar el Ebro, - no había entonces puente para ir a Alborge -, temblaba como una caña”, me diría. Me recordó también el día que Pedro Roche, de Albalate, le contradijo en una de sus explicaciones filosóficas. “Al principio me lo tomé muy a pecho, pero después, en casa, lo pensé más detenidamente, y al día siguiente y públicamente, le di la razón”.

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