domingo, 20 de marzo de 2016

IGLESIA, MÁS ALLÁ DE LOS CLÉRIGOS



Iglesia, más allá de los clérigos

Alberto Parra nace en Bogotá (Colombia) en 1.935. Licenciado en Filosofía y Teología por la Universidad Javeriana (Bogotá) y doctor en Teología por la Universidad de Estrasburgo (Francia). Profesor de Teología Fundamental y Eclesiología en la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana. Acompañante de comunidades cristianas populares en la zona de Bogotá. Miembro de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo y de la Asociación Colombiana de Teólogos “Koinonía”. Alberto escribió Ministerios en la Iglesia de los pobres”. Él mismo hace un resumen en el Compendio de “Mysterium liberationis”, T. II., de Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino.   Trotta. 1.990. (5)

De él saco algunas reflexiones.

Las comunidades cristianas populares serán una nueva manera de ejercer el ministerio (servicio) en la Iglesia, en y desde el mundo pobre, por sujetos materiales que son los pobres de Jesucristo.
Ello no tiene por qué suponer una ruptura ni con la práctica ni con la teología de los ministerios tradicionales. Pero tampoco está en continuidad cualitativa con ellos; es una forma cualitativamente diversa.
Son ministros y ministerios “de base”, que hay que diferenciarlos de ciertos ministerios que han surgido “de arriba”.
Estos ministerios de “la base” nos llevan a señalar su origen y su relación múltiple con el drama económico, socio-político, cultural y eclesial del mundo pobre. Nos llevan a un nuevo modelo de Iglesia y de sociedad, cuyos sujetos ministeriales, son los empobrecidos de la tierra.

El Concilio Vaticano II y el papa Pablo VI nos incitan a transformar esas “órdenes” decorativas (ostiariado, lectorado, exorcitado, acolitado y subdiaconado), en servicios reales y laicos. Es volver al realismo primitivo de las primeras comunidades cristianas. Puesto que el bautismo era una entrada en la Iglesia y un compromiso personal, real y efectivo al servicio de los demás.
Pero no se trata solo de ministerios litúrgicos, sino que se trata principalmente de ministerios de misión y envío, de presencia y testimonio, de acción transformadora en la realidad misma de la sociedad y de la Iglesia.
Por lo que el diaconado, “servicio a las mesas de los huérfanos y viudas” (Heb. 6, 1-7), debería ser un diaconado para hoy, que oficie en medio del agudo conflicto social, de las ideologías opresoras, del reparto injusto, de las tenencias desaforadas de bienes, del mercantilismo y consumismo, de la marginalidad y del subdesarrollo, del desempleo y subempleo, del hambre cruel de las dos terceras partes de la humanidad. (Sería una Iglesia para los hombres y no viceversa).

Hoy, cualquier teología progresista se etiqueta de “liberadora”. Los grupos más recalcitrantes en la Iglesia se autodenominan de “comunión y liberación”.
La familia ha reconquistado un lugar sobresaliente en el horizonte ministerial de la iglesia, puesto que la familia constituye la primera célula de la sociedad y de la iglesia, la “Iglesia doméstica”. Y ciertamente la familia ejerce  un ministerio educativo, evangelizador y transmisor de valores y de hábitos, “nuevo” y desde “abajo”, pero en unión y continuidad, con lo que está siendo opresor, explotador y dominador, negante por sí mismo de lo fundamentalmente evangélico y liberador.
La responsabilidad ministerial de la “Iglesia doméstica” no puede estar desarticulada de su responsabilidad ética, política, social y cultural. Y lo mismo podríamos decir de los grupos y movimientos, y de las parroquias.
Por ejemplo vemos que mientras la parroquia se renueva hacia adentro, el gran monstruo social permanece intocado e inalterado por esa parroquia renovada y por esos “nuevos” ministerios que esta vez desde “abajo” reeditan las mismas fallas de los modelos eclesiales clásicos y de los ministerios de siempre.

Y es que la Iglesia tiene que pasar ineludiblemente por la realidad de la pobreza, sin que dé un rodeo a la hora de socorrer al apaleado por los ladrones, ejemplos de los que Jesús nos habla en la parábola del buen samaritano, en la que tanto el judío como el sacerdote pasan de largo ante la situación pavorosa creada por ladrones y salteadores:… (Luc. 10, 25-37).
La iglesia debe ser liberadora de la miseria y de las condiciones inhumanas o infrahumanas de vida; puesto que miseria y pobreza son condiciones incompatibles con la pobreza evangélica.
Tampoco puede significar una melodramática opción sentimental y efímera, que se compadece del infortunio general de los pobres de Jesucristo, pero que no lleva a tomar opciones políticas y revolucionarias que subviertan las causas reales de la miseria.

No son cualitativamente de “base” quienes en la comunidad civil o en la eclesial detentan el poder, el saber, los medios de producción, los resortes de las ideologías, los caudales de la información, el aparato burocrático y administrativo, las instancias de decisión.

En el plano teológico son inequívocamente grupos y comunidades de “base” los que están conformados por esos hombres y mujeres, pobres y creyentes, del Tercer Mundo, que ejercen su sacerdocio y ministerio, es decir, su servicio evangélico y fraterno, en el altar de la cruda y amarga realidad social, económica y política.

El reino de Dios es más amplio que la Iglesia visible, y su contenido primero es todo lo que es fruto de la verdad, justicia y amor, donde quiera que eso acontezca. Ese reino de Dios es obra del Espíritu a través de los cristianos, pero también a través de todo hombre de buena voluntad.

En resumen, las comunidades cristianas populares de base son:

-                    Una alternativa ministerial eclesiástica orgánica, frente al ministerio exclusivo clerical y monopolista. “Una Iglesia más allá de los clérigos”.
-                    Una alternativa que enlaza con la vida humana, que va más allá de lo litúrgico.
-                    Una alternativa que no se “entretiene” con lo cultual y administrativo. Sino que en todo caso es un culto para los hombres, y no unos hombres para el culto.
-                    Una alternativa que estructura los ministerios desde lo comunitario e interpersonal. Desde la sencillez frente al boato de lo burocrático y administrativo.
-                    Una alternativa a la práctica ministerial tradicionalista que no tocan la vida y los polos del real interés de los hombres.
-                    Una alternativa para la real participación de la autoridad, y un ministerio de plena corresponsabilidad de todos para la construcción del cuerpo total de Cristo.
-                    Una alternativa para el ejercicio de autoridad como servicio a los hermanos. Sin títulos, sin grandezas, sin dignidades, Es un servicio a ejemplo de Cristo que no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida por todos.
-                    Una alternativa para articular en el ministerio el servicio de la fe con la práctica política hacia la transformación y el cambio de un mundo radicalmente injusto.
-                    Una alternativa para que los pobres de Jesucristo tomen en sus manos el propio destino personal y comunitario, presente y trascendente, liberador y salvador por la acción de la gracia misericordiosa del Señor. Y ello frente al vanguardismo paternal en la Iglesia y en la sociedad.


Paseo de Mauricio Aznar en Casablanca paralelo al canal.

He aquí lo que Ignacio escribía el 3 de Marzo de 2.009 con la perspectiva de 25 años transcurridos desde la muerte de Malagón, y que copiamos como complemento a lo que queremos decir sobre el espíritu de los fundadores de la HOAC, que nosotros intentábamos reproducir en nuestras vidas personales y comunitarias. (6)

No hay comentarios:

Publicar un comentario