miércoles, 16 de marzo de 2016

"EL CAMINO ACADÉMICO"



“El camino académico”.
Los estudios de teología se desarrollaban en aquel tiempo durante cuatro años. También se hacían coincidir con los cuatro volúmenes que “La Biblioteca de Autores Cristianos” (BAC) tenía publicados.
El Volumen 1º, o Curso 1º, tenía como temas: “Introducción a la Teología”.- De “la Verdadera Religión”.- Sobre la “Iglesia de Cristo”.- Y sobre las “Sagradas Escrituras”.
El Curso 2º, Vol.2º, trataba muy extensamente sobre “Dios uno y trino”, es decir sobre el misterio de la Santísima Trinidad.- Sobre el “Dios creador y el Dios regenerador”.
El Curso 3º, Vol. 3º, se exponía y se estudiaba sobre el “Verbo encarnado”, es decir, el Dios que se hizo hombre.- “Mariología”, o el estudio sobre la Madre de Dios, la Madre de Jesucristo, la Virgen María.- El gran tema sobre la “Gracia”, y sobre las “Virtudes Infusas”.
Y por último, el 4º Curso, Vol. 4º, que trataba sobre los “Sacramentos”, y sobre los “Novísimos”, o Postrimerías, es decir sobre el futuro, teológicamente hablando.
Como en filosofía los temas se iban alternando de manera que todos estudiásemos todo, aunque no en el mismo orden, ya que los tres últimos cursos de teología estaban agrupados en cuanto a sus estudiantes. Eran las materias que se estudiaban las que marcaban los cursos. En un año podía estudiarse por ejemplo la Santísima Trinidad el Curso 2º, el 3º y el 4º, según tocaba. Los profesores estaban especializados en sus propias materias, por lo que siempre, el mismo profesor impartía las mismas materias, aunque en años distintos.
Los exámenes eran orales ante un tribunal y siempre al finalizar el curso. Por lo que en un solo examen te jugabas todo el trabajo de un año. Era un hartazgo impresionante antes de cada examen, y que solían estar espaciados dos o tres días.

Seminario de Zaragoza. Foto del año, 2.009.
 Hubo algún año, y a instancias del Vaticano, que tuvimos que hacer los exámenes orales en latín. La comprensión de los profesores hacía que hablásemos cinco minutos en latín, y después podíamos continuar en español la hora y media que solían durar como mínimo. Por eso calculábamos qué día y a qué hora nos iba a tocar examinarnos. Nosotros mismos nos íbamos avisando según la rapidez o lentitud que le daba el profesor al visto bueno o no de cada alumno.
Se comprende que en esta tensión emocional e intelectual la piscina sirviera como “baño regenerador” al terminar un examen. Limpiabas la cabeza y a continuación empezabas a llenarla con la materia del examen siguiente. Y así los cuatro años de teología.
Tan importante como obsesionante era este camino académico, que poco a poco nos “lavaba” el cerebro, llegando a concebir que era el camino académico lo más importante en nuestra vida en ese momento, y que nos hacía olvidar el otro camino existencial, el de la opción personal.
Siendo la época, quizás, de más intensidad intelectual en el seminario, y que en algún momento se le llegó a llamar “la edad de oro del seminario”, pudo tener como consecuencia, posiblemente no buscada, que lo importante era aprobar el Programa Académico, en detrimento del camino personal en la autoformación humana, evangélica y militante.
Quiero decir, y lo digo desde mi propia experiencia, como no puede ser de otra manera, que no es lo mismo ser “sacerdote liturgo”, “sacramenteador” o dispensador de los sacramentos, - para lo cual parecía que únicamente nos estábamos preparando -, que ser “sacerdote militante”, cuyo objetivo primordial es la evangelización, la construcción del Reino de Dios y de su Justicia, cuyo terreno más abonado debe darse entre los marginados, los pobres, los alejados, los enfermos física y socialmente, que son los que tienen necesidad de ser sanados, curados, evangelizados. Los que están hartos devalúan muy pronto los sacramentos,  signos simbólicos de salvación. Y más que sacramentos son “ritos sociales” que están muy bien vistos por la gente. Yo diría que muy a menudo más que liturgias son “paraliturgias”. Muchos preparativos, y muy costosos, económicamente hablando, en bodas y primeras comuniones. Se hace más esfuerzo quizás en el inicio del matrimonio, que en el mantenimiento diario ante las adversidades y flaquezas humanas. Hay facilidad para el divorcio, tanta como para pretender contraer el sacramento del matrimonio. ¿Puede decirse que todo es sacramento? El sacerdote está no para la liturgia (al menos en exclusiva), sino para la vida, y “vida en abundancia”, de todos los hombres, y especialmente de los más marginados. “No está el hombre hecho para el Sábado, sino el Sábado al servicio del hombre”. La liturgia, los sacramentos, son instrumentos que deben ayudar a “promocionar” al hombre, ayudarle a que él se promocione, y en la medida que él lo va pidiendo, para que se plantee su vida “a imagen y semejanza Dios”. Y desde la realidad vivida con el otro, y desde el otro, caminar hacia la “Gran Utopía”, donde el hombre llegue a “sentirse imagen divina” y partiendo de ahí conciba y luche por construir la “Gran Fraternidad” o “Reino de Dios y de su Justicia”, el “Cuerpo Místico de Cristo”. Los sacramentos requieren un tiempo, una comprensión, una aceptación y un compromiso con la esencia y fin del mismo. No es un acto de “birlibirloque”, de malabarismo; el sacramento es mucho más serio que todo eso. No tener esto en cuenta es propiciar la devaluación sacramental, aunque ello reporte algún beneficio económico.
Pero como sobre esto volveremos una y mil veces a lo largo del camino que queda por contar, no quiero extenderme más por ahora. Las consecuencias se irán sacando a medida que la vida se vaya viviendo con autenticidad ante la realidad por una parte, y el espejo del Evangelio en el que debemos mirarnos, por otra. A Manuel Sevillano, estoy convencido de ello, que la no comprensión de todo esto, le llevó a su “destrucción”. Porque, ¿qué es más importante ser “sacerdote liturgo” o ser “sacerdote militante (misionero)”?. ¿El sacerdote misionero debe realizar la liturgia única y exclusivamente al “modo vaticano”, o la liturgia que le pida la vida y al servicio de la vida? La teología decía que los sacramentos son “signos”, “instrumentos” vivos. Y si son vivos no pueden estar sujetos a formalidades salidas de “laboratorios teológicos”.
Lo primero que nos encontramos en la página 7ª del Vol. 1º de la BAC, y que fue lo que el profesor Leandro Aína, al comenzar el primer curso de teología, y así me consta ya que lo tengo bien subrayado, fue que la verdad de todo lo que íbamos a estudiar estaba ya calificada por la Iglesia, cuyos principios se podrían encasillar de la siguiente manera:
Un tema o una doctrina podía ser de fe divina, y lo que no concordaba con ello, era calificado como error en la fe.
También podía ser de fe divina y católica, y lo contrario era herejía.
Si estaba calificada como de fe divina y católica definida, la que se realizaba por magisterio infalible de la Iglesia o del Papa, lo contrario era herejía.
Si era o estaba próxima a la fe, la contraria quedaba calificada como próxima al error en la fe o herejía.
Si la calificación era de fe eclesiástica, su contraria era error en la fe eclesiástica.
Y si de doctrina católica, el que no se ajustaba a ella caía en el error en la doctrina católica.
Si la tesis era teológicamente cierta, su contraria podría llegar a ser error en teología.
Una doctrina podría ser tenida por la Iglesia, de tal manera que su contraria se podría calificar como temeraria.
Y desde luego una doctrina podría ser común y cierta en teología, por lo  que su contraria resultaba falsa en teología y temeraria.
Y por último, la doctrina podría ser probable y segura, de tal manera que quedaba manifiestamente clara, y como en alguna ocasión se llegó a decir dirigiéndose el profesor a un alumno: “Oiga”, no profundice y no maree”.
Era como el reglamento en el juego del estudio de la teología. Era establecer los límites más allá de los cuales no nos estaba permitido pasar.
De ahí que con cierta ironía a D. Leandro, además de llamarle “el Archivero”, porque lo era del Archivo Diocesano, le llamásemos también el “Apologeta”.
Sus clases eran de lo más rutinarias, monótonas, y soporíferas. Mas que entusiasmarnos en las verdades que quería explicar, hacía hincapié en aplastar a los adversarios.
Un día quiso exponernos las razones históricas sobre la veracidad de la venida de la Santísima Virgen al Pilar de Zaragoza. A los pocos documentos históricos que se tienen, y un tanto imprecisos, - y creo que ninguno antes del Siglo IV -, añadió el argumento pictórico que se encuentra en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. Hay una mujer pintada, sin determinar su antigüedad, que bien podría ser la Virgen “bajando” del cielo o “subiendo” al cielo, es decir la venida al Pilar o la Asumpción a los cielos. Uno de nosotros siguió la corriente y dijo: “si el pintor hubiera sido fiel sabríamos si era subir o bajar por la posición de sus vestidos”.
Con el “Milagro de Calanda”, “Miguel Pellicer”, a quien le faltaba una pierna,  que “hacía tres años y cinco meses que la tenía muerta y enterrada”, y que la Virgen del Pilar se la repuso, ocurrió que no lo tomamos muy en consideración. El milagro de Miguel Pellicer lo cantábamos por los pasillos con un “cierto desenfado”.
Para el que cree lo de menos es que haya muchos documentos o pocos que lo confirmen, lo cree y punto. Lo cierto es que esa idea ha sido capaz de aglutinar a los aragoneses y a través de muchísimos años, y por esa idea han sido capaces de hacer cosas que de otra manera quedarían sin hacer. “La fe mueve montañas” decía el Sr. Aína, y eso es cierto. Pero la fe no “crea” la realidad en el tiempo pasado por muy esfuerzo mental y colectivo que se haga. En todo caso la realidad puede crearse en el tiempo futuro. ¿Qué hubiera respondido, por ejemplo, D. Ramón Pignatelli cuando se hizo cargo de las obras del canal Imperial de Aragón y que las llevó a feliz término en 1790?. De ahí el nombre de la fuente junto al canal en Casablanca de Zaragoza: la “Fuente de los Incrédulos”. En todo caso “si la montaña no viene a Mahoma, basta con que Mahoma baya a la montaña” y se acabó. El que necesita de los milagros para creer, se asemeja a Santo Tomás: “has creído porque has visto”. “Bienaventurados los que creyeren sin haber visto”. Fue la respuesta un tanto quejosa de Jesucristo.
Antero, “el dulce Antero”, era otra cosa. Se preparaba muy bien las clases y le ponía todo su entusiasmo, a pesar de que su tono de voz era tan suave y quedo, que a veces parecía rutinario. Decíamos entonces que Antero era el mejor “culo” de la diócesis, en el sentido de las horas que dedicaba sentado al estudio de la teología.
Los temas los desmenuzaba meticulosamente de tal manera y con tantos detalles ambientales, humanos, y haciéndonos ver el “Escenario” de los pasajes evangélicos, que venía a ser como “papilla teológica” para nosotros. Fueron unos años muy intensos en el estudio de la teología.
Ángel Berna, el inteligente Berna, el “fuerte” y exigente Berna, de tal manera era fuerte y exigente que a veces parecía un bruto en la calificación hacia nosotros. Cuando nos quejábamos que era inmensa la materia para los exámenes, nos llamaba quejicas y que parecíamos “ursulinas”. Era el más racional y frío intelectual de todos. Estaba muy bien preparado.
Juntamente con Tomás Domingo que nos explicaba la Historia de la Iglesia, y que con él aprendimos el trabajo de investigación en el seminario que sobre historia tuvimos, - Ismael y yo lo hicimos sobre “La Disciplina en el Vaticano I-, constituían un trío muy aceptable.
De otro estilo era el profesor de la Teología Moral, D. José Mª Sánchez Marqueta. Era un hombre bueno, preparado en su materia, e inmensamente humano. Era un hombre que “se dejaba querer”.
El texto oficial era el “Compendio de Teología Moral”, de la Editorial BAC, 1958. Dos mil cuatrocientas setenta y siete páginas en latín distribuidas en dos tomos. Pero lo que realmente seguíamos era el “Vademécum”, “Epítome de Teología Moral”, porque era como un libro de bolsillo, y porque sobre todo estaba en castellano. Ochocientas veintitrés páginas en “papel cebolla”, preparadas por el P. Juan B. Ferreres, S.I., y corregidas por el P. Alfredo Mondría, S.I.
Pero hagamos algunas observaciones elementales. Cuando el “Vademécum” trata sobre los pecados en general, dedica 12 páginas, y sobre las virtudes lo hace en 16 páginas. Es decir, un 33% más de dedicación a favor de las virtudes.
Veamos la extensión que le da a los “Diez Mandamientos”:
1.- “Amarás a Dios”..., son 10 páginas de letra muy pequeña. “Yo soy el Señor tuyo... No tendrás otros dioses delante de mí”. Éxodo, 20.3.
2.- “No usarás el Santo Nombre de Dios en vano”...: 9 pags. “No tomarás en vano el nombre del Señor, tu Dios”. Exod. 20,7.
3.- “Santificarás las fiestas”...: 6 págs. “Acuérdate de santificar el día del sábado”. Exod. 20,8.
4.- “Honra a tu padre y a tu madre”. Éxod. 20,12. Páginas dedicadas: 8.
5.- “No matarás”. Éxod. 20,13. Nueve páginas.
6 y 9.- “No fornicarás”. “No desearás la mujer de tu prójimo”. Exod. 20,14 y 17. Páginas: 9.
7 y 10.- “No hurtarás”. “No codiciarás la casa de tu prójimo..., ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen. Exod. 20,15. 17.
A estos dos mandamientos dedica más páginas y lo hace muy minuciosamente. Son 124 páginas sobre la Justicia, el Derecho, y los Contratos. El profesor dedicaba días e incluso semanas con gran esmero. Contrastaba con la justeza en la explicación y en el tiempo que dedicaba al sexto mandamiento, y que en algunos temas llegaba a un cierto rubor ya que se le notaba mucho debido a su blancura de cara. Para él lo importante era la justicia. Aunque la obsesión del ambiente era el sexo. Y digo ambiente no solo por nuestra juventud, sino especialmente por el ambiente social. “Era la sociedad la que estaba amarrada en la lucha por conservar la pureza y la continencia en cuanto al sexo”. - Contra este ambiente vendría en los años setenta principalmente, y aún antes, el desencadenamiento de la “rebelión sexual”. ¡Cuántos revolucionarios se darían, revolucionarios “de bragueta y olla”!-, como ha quedado reflejado en anterior ocasión.
8.- “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo”. Exod. 20, 16. “No levantarás falso testimonio”. S. Mat. 19, 18. Son siete páginas dedicadas contra la Mentira, la Detracción (Calumnia), la Contumelia (Deshonor). (Ver S. Mateo, 5,22). No, a todo lo que perjudique al prójimo, física, moral, psicológica, socialmente, o de cualquier manera. Y no, a los juicios temerarios. “Todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario”.
Pero no obstante lo anterior a favor de la extensión dada al tratamiento de las virtudes frente a los pecados, y del tratamiento en favor de la justicia; cuando habla de los pecados contra la caridad del prójimo, lo hace sobre el Escándalo, que “es un dicho o hecho menos recto que da ocasión a otro para que peque”. Y que incluso dice que hay obligación de reparar el daño causado. Y a la hora de poner ejemplos lo hace exclusivamente sobre “el vestido y ornato de las mujeres”, “sobre espectáculos y bailes”, “libros y revistas contra la fe y las costumbres”, y la “cooperación directa o indirecta con lo anterior”.
Ladinamente distingue entre “una cooperación formal, que no es admisible”, y sí “una cooperación material, si la acción en sí es indiferente, como sería la construcción de un lupanar por los albañiles”. “No se debe servir como criado a prostitutas y concubinas”. Y, “no se puede hacer de “alcahuete” que posibilite el pecado”. En fin en todo caso recomiendo, por curiosidad intelectual, la lectura desde la página 99 a la 107 del “Vademécum”.
Pero no habla del escándalo que supone para la sociedad “el robo de guante blanco”, por ejemplo, y que siempre lo ha habido, de una manera o de otra, y sobre la “incitación a la guerra”. En todo caso aquella frase latina de “si vis pacem, para bellum”, nunca que yo recuerde se puso en entredicho. No es de extrañar que en la actualidad tengamos que “tragar” con lo de “la guerra preventiva”. Esto no constituye “escándalo”.

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