miércoles, 16 de marzo de 2016

DEPORTES Y TERTULIAS



Deportes y tertulias.

El fútbol era el deporte más común y el más extendido. Competíamos con la Universidad, los Colegios Mayores de Estudiantes, y hasta en alguna ocasión con los Cadetes de la Academia General Militar. ¡Qué golazo marcó una vez nuestro amigo Celma en la portería norte del campo de fútbol del Seminario de Casablanca! “Mirando hacia el sur, se dejó caer de espaldas, y todo el cuerpo en el aire todavía, hacia atrás, remató un balón que entró en la portería, marcando un gol de antología”El Baloncesto comenzaba entonces a tomar auge en el ambiente deportivo. Con qué afición pasaba a jugar con nosotros Mister Charly, Ingeniero Aeronáutico en la Base Americana de Garrapinillos. Vivía al otro lado de Vía de la Hispanidad, frente al Seminario, en un chalet que no hace mucho fue derribado, y que hace esquina con lo que hoy es la Calle de Tomás Pelayo, junto a la Gasolinera de Casablanca de Zaragoza. Su mujer era católica y ambos desearon bautizar a su primer hijo en la Capilla del Seminario. Fue una gran fiesta. Lejos caía entonces nuestra oposición a las tropas americanas en nuestra ciudad. Las personas eran buenas, las intencionalidades estructurales eran de preparación de dominio en la política geoestratégica. “A pesar de todo lo que en estos momentos pienso del Imperialismo Americano, te recuerdo Charly con cariño”.
El terreno de juego está muy por debajo del nivel de la calle. Innumerables camiones de tierra excavada salieron en la construcción del campo de fútbol “La Romareda”. Llegaron a constituir un montículo o un pequeño cabezo en lo que hoy es la prolongación de la Av. Gómez Laguna, junto a los depósitos de agua de Casablanca. Con el permiso del Rector del Seminario, hice las gestiones para que algunos camiones cargados de tierra se desviasen y descargasen en el Seminario con el fin de allanar unos terrenos y hacer un segundo campo de fútbol, al norte del actual y junto a lo que hoy es el “Centro de Salud Seminario”. En total fueron veinte camiones de tierra. Antes tuvimos que arrancar unos cuantos olivos. El procedimiento fue muy simple: a pico y pala hacíamos un hoyo alrededor de cada olivo, posteriormente atábamos una soga al tronco y a tirar de ella en esforzada competición hasta que el olivo “era nuestro”. Teníamos dos campos de fútbol y dos campos de baloncesto. En la parte oeste del Seminario se estaba ultimando la habilitación del Seminario Menor.
Necesitábamos una piscina y nos pusimos manos a la obra. A turnos y, en las horas libres, empezamos a excavar a pico y pala junto a Vía de la Hispanidad. El terreno era durísimo, puro “mallacán”, por lo que con los permisos correspondientes, pasamos a dinamitar el terreno. Nosotros mismos cortábamos la poca circulación de vehículos que transitaban por la avenida. El estreno de la piscina fue una gozada. Cuánto bien nos proporcionó aquella piscina. Durante los exámenes finales, en el mes de junio, después de cada examen, el chapuzón era inevitable y, cual bautismo regenerador de energías, nos disponíamos a preparar otra asignatura.
Nos apostábamos a ver quien inauguraba la temporada de baño primero. Antonio Ramos llegó a darse el primer baño un día de San Valero (29 de Enero). Hoy en día la piscina está en desuso porque no tiene purificadora de agua, y ya no merece la pena.
La Educación Física fue algo que nos impusimos todos. Nos dirigía un profesor, creo que era natural de Muel, y el fruto en atletismo que dio fue muy interesante. En carrera de fondo, Enrique Gómez de Encinacorba, tendría mucho que contar; lo mismo que Jesús Lobé, y José Mª Porta Tovar. Hiciera frío o calor a las ocho horas de la mañana estábamos en traje de deporte en el campo de fútbol. Nos exigíamos muchísimo a nosotros mismos. Esa educación en el esfuerzo, tanto físico, como intelectual y moral, es el mejor patrimonio que conservamos todos del Seminario. Así lo confirmamos todos.
Alguien trajo de algún lugar un aparato de TV., en blanco y negro naturalmente, de los pocos que había en España entonces, para poder ver algún partido de fútbol televisado. Cuando la imagen del balón se perdía por cualquier arista de la pantalla del televisor, instintivamente la multitud nos agachábamos para poder seguir la trayectoria del esférico. Qué ingenuidad y qué sana afición teníamos entonces. ¡Qué tiempos!.
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“Entrar en Caja” para el Servicio Militar, era algo muy serio. Ibamos al Cuartel de San Lázaro a tallarnos, junto al Pozo del mismo nombre en el Ebro, en la Arcada Norte del Puente de Piedra. Se nos habría la ficha y a esperar en la reserva porque sucesivamente se nos concedían prórrogas por razones de Estudios, y en nuestro caso por Estudios Eclesiásticos. Si abandonabas el Seminario, al reemplazo primero eras “llamado a filas”. Cuando te ordenabas de Sacerdote, quedabas a expensas de que el ejército, por necesidades organizativas, te requiriera como Capellán Castrense. Para viajar al extranjero, como era mi caso, tenías que pedir permiso al Capitán General de Aragón. El control del Gobierno Militar era exhaustivo. El Comandante Aizpún, padre de Jesús Aizpún, compañero, sacerdote misionero en Hispanoamérica posteriormente, nos tramitaba los expedientes. Si no estabas expuesto a perderte en un laberinto de papeles.
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Lo que más nos atraía en aquel entonces era la Filosofía Existencialista. Era lógico en cierta manera; después de tanta moral tradicional e indoctrinamiento institucional, el pensamiento como persona, como cada persona que vive su propia existencia, aunque sea asfixiante, limitada, descorazonada, desesperanzada, nos atraía, nos subyugaba, porque el hombre comenzaba a ser para nosotros el principal objetivo de nuestro compromiso.
Después de Kant, Feuervach, Hegel, Nieztche, A. Compte, Marx, Heidegger, Hobbes, Hume, Leibniz, Spinoza, Descartes, Kocke, etc..., pasábamos a intentar comprender a Gabriel Marcel, Jean Paul Sartre, Foucault, Deleuze, Freud, Habermas, Ortega y Gasset, Marcuse, Camús, Bernanos.
Sartre era uno de nuestros preferidos. Nació en París en 1905, y moriría en 1980. Sus obras como “La Náusea” (1938), y “El ser y la nada” (1943), eran para nosotros, como el imán que atrae a los metales. Sería Premio Nóbel de Literatura en 1964.
Los temas que hacían referencia a los problemas del hombre como “El Aburrimiento”, “La Alegría”, “La Angustia”, “El Adulterio por Compasión”, “La Eutanasia”, “El Boxeo como Cáncer Moral”, eran el pan de cada día en nuestras tertulias en aquella sala de estar que montamos con los periódicos y revistas ya mencionados sobre la mesa.
“El adulterio por compasión” puede parecer en los tiempos actuales un tema desfasado, por la educación tan permisiva actual, en materia de las relaciones sexuales, y quizás “materia no controlada suficientemente”; pero en aquél entonces era uno de los temas punteros que se debatían en todos los foros del pensamiento. ¿Podía un hombre o, una mujer, por amistad, por piedad físico-psíquica, satisfacer la necesidad afectiva-carnal a otra persona que no fuera su mujer o su marido?. ¿Podría aceptarse ese principio extraído de la experiencia vivida de “todo lo natural no puede ser malo, todo lo que perjudique a uno mismo y especialmente al otro es pecado”?. Perjudique o violente al prójimo, o a terceros, todo lo que cause injusticia al otro. Salvado esto, ¿podría aceptarse el adulterio por compasión? En todo caso debe de ser informado, y pedido su consentimiento, el presunto perjudicado?.
En este tema quiero traer al recuerdo dos casos, más o menos generalizados, que he vivido en mi experiencia personal.
El primero se desarrolla en la ciudad mediterránea de Sitges, en el año 1965.
Decía la Señora en el confesionario: “Me acuso de que he sido infiel a mi marido en materia sexual”. Cuando se le hacía reflexionar sobre las consecuencias morales, matrimoniales y sociales que el hecho podría tener, y sobre la conveniencia de si debería saberlo el marido, contestaba: “Si mi marido ya lo sabe. Él estaba delante cuando en una partida de cartas nos jugábamos las llaves de la habitación del hotel, para ver con quien deberíamos pasar la noche”. ¿Era esto muy común? Algunos decían que sí.
El segundo se desarrollaba en el año 1972.
Un camionero me decía: “un día recientemente pasado me abordó una mujer en la Av. Tenor Fleta de Zaragoza, diciéndome que quería tener un hijo y que si me prestaba a ello”. En este caso sería “el hijo por compasión”. La pregunta puede ser muy válida hoy día. ¿Puede un hombre prestarse a concebir un hijo quedando en el futuro únicamente el hijo al amparo de la madre? Ya sabemos que por una razón u otra las madres solteras o sin pareja son muy corrientes actualmente. Pero la pregunta sigue en vigor: ¿puede un hombre concebir un ser y desentenderse inconscientemente en el futuro de ése, su hijo?, ¿las funciones de macho pueden, deben, separarse de las funciones de persona y de padre? Creo que aquí tendríamos un medidor (un termómetro) del estado ético y moral de la sociedad.
La eutanasia y el boxeo eran dos temas que quedaban despachados con relativa rapidez y sencillez por nosotros en aquellas discusiones. El boxeo, que era muy fuerte y competitivo en aquel momento de, todavía, post-guerra, era rechazado categóricamente. Se ponía en riesgo seriamente la salud, y aun la vida, en una competición, por diversión de unos y por negocio de otros. Pensábamos que el hombre debe de dar más de sí en su imaginación para conseguir los dos objetivos sin ese estúpido riesgo. La eutanasia, el tema nos venía principalmente de Holanda, por el impacto que causó el nacimiento de una niña sin brazos, a causa de que su madre había tomado durante el embarazo la droga tranquilizante llamada “Talidomida”. ¿Se puede suprimir el dolor a costa de producir más dolor?, ¿dolor físico, psíquico, moral y social?
La Talidomida había sido fabricada por primera vez en Alemania Occidental en 1953 e introducida en el mercado en 1957. Al nacer muchos niños deformes por haber pretendido la madre paliar su dolor durante el embarazo, dolor o estado de ansiedad, fue retirada del mercado y prohibida su fabricación.
En este ambiente era tema de discusión la película de “El Cardenal”: había que decidir entre la salvación del niño al nacer o la de la madre, en este caso hermana del Cardenal católico. Se decidió la salvación del niño.
La eutanasia ¿quien la decide, el individúo? su familia?, el médico?, el juez?
Pasa lo mismo hoy en día con el tema del aborto, del estudio de las “Células Madre”, de la clonación, etc. En todo caso estamos capacitados, éticamente, para decidir con tanta alegría doctrinal, cuando por otra parte no nos oponemos radicalmente a la guerra, a la injusticia social, que tantas muertes por falta de alimentos se producen en el mundo?... ¿Cabe el No a la eutanasia y el Sí a la pena de muerte?. ¿Cabe el No a que una persona pueda decidir libremente su destino y Sí a que unas pocas personas puedan decidir el destino de millones de hombres en el mundo? ¿La ciencia de uno es más importante que la existencia de otro?
Aquí convendría traer las palabras de Gautama Buda: “no intentéis medir al Inconmensurable, sin sumergir el hilo del pensamiento en lo impenetrable: el que pregunta se engaña, el que responde se engaña”.
En todo caso bien podemos traer al recuerdo aquello de Jesús de Nazaret, a la hora de dar una solución humana, frente a la solución que daba la Ley y los Sabios y Doctos del pueblo Judío: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Porque muchas veces se pretende la solución del problema humano, o el salirse airoso imponiendo “su ciencia” a los demás?

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